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– ¿Dónde se iba a grabar ese disco?

– En Barcelona.

Salvador empezó a tamborilear con el bolígrafo sobre el canto de la libreta. No era el gesto de una persona ansiosa, sino un golpeteo rítmico, casi musical, lo que llevó al italiano a concluir que el inspector empezaba a animarse.

– Lo que me está contando tiene sentido -concedió por fin el policía tras haber evaluado en su cabeza durante unos segundos la declaración del italiano-. No soy experto en terrorismo islámico, pero es público y notorio que el más famoso triángulo de reclutamiento yihadista de Europa está ahora mismo en las afueras de Barcelona: Badalona, Santa Coloma y Sant Adrià. Cada mes, entre tres y cinco musulmanes residentes en esa zona viajan a Irak o Afganistán para recibir allí entrenamiento terrorista.

– Es posible que la decisión de Ane de grabar allí con músicos musulmanes desatara la ira de los salafistas, ¿no?

– Sí, es muy probable. Su amigo el sueco ¿llegó a explicarle por qué está prohibida la música para estos fanáticos?

– Según ellos, la música es haram,que es la palabra que utilizan los musulmanes para designar todo lo prohibido. De hecho, parece que la palabra «harén» viene de ahí, porque es la zona prohibida donde vive la señora de la casa.

– Sigo sin entenderlo. ¿Por qué la música es haram?

– La prohibición no está en el Corán. Ove Larsson me aseguró que no hay ni un solo versículo del Libro Sagrado en el que se prohíba expresamente la música. El problema es la sunna, es decir, toda la tradición oral referida a los dichos y hechos del profeta. Precisamente porque se trata de un corpus de reglas no escritas, ni los propios musulmanes se ponen de acuerdo sobre el papel que debe tener la música en su cultura. Pero parece que los que se muestran contrarios a ella son tan intransigentes que prohíben hasta los politonos en los móviles. El argumento es que los cánticos, y sobre todo la música instrumental, desde el momento en que distraen a la gente e impiden concentrarse en la adoración de Alá, invitan a la desobediencia y por lo tanto deben ser desterrados. Es todo lo contrario de lo que opina Daniel Barenboim, con quien Ane iba a colaborar en breve. Para este director, la música es un importantísimo catalizador de la convivencia, porque al tiempo que nos permite apresarnos a nosotros mismos, nos obliga a escuchar al otro.

El policía trató de anotar las últimas palabras del violonchelista pero el bolígrafo se había vuelto ya tan rebelde que lo único que consiguió fue perforar el papel de la página en la que estaba escribiendo. Esto, unido al hecho de que consideraba que la información aportada por el italiano era suficiente para avanzar en la investigación, le decidió a poner fin al interrogatorio.

– Señor Rescaglio, me ha sido de inestimable ayuda, pero me temo que tendré que volver a molestarle para aclarar cualquiera puntos de la investigación que vayan surgiendo a medida que ésta avance.

El policía y el músico se estrecharon la mano, pero, antes de que éste cerrara la puerta de la sala para comenzar su ensayo, preguntó:

– Señor Salvador, ya me ha dicho que Ane no fue torturada. Pero no me ha aclarado si sufrió.

– El forense me asegura que no. Su novia debió de perder el conocimiento en cuanto su verdugo empezó a presionarle el cuello, con lo cual nos demuestra que el asesino sabía lo que hacía.

– ¿A qué se refiere?

– Shime waza. Es una expresión japonesa que se emplea en judo para designar diversas formas de estrangulación con el antebrazo. Es muy probable que el asesino haya practicado artes marciales, lo cual abunda aún más en la tesis de un terrorista islámico entrenado a conciencia en los campos de Al-Qaeda o alguna organización afín. A su novia no la asesinaron oprimiéndole la tráquea con las manos, entre otras cosas porque matar de esa manera es dificilísimo, por mucha fuerza que tenga el asesino en las manos. Existe el peligro para el agresor de que la víctima se defienda como gato panza arriba y le deje arañazos y contusiones en el cuerpo. Y aún más peligroso para el verdugo es que, como consecuencia de esa resistencia, queden restos de piel, de saliva, o de pelos entre las uñas de su víctima, que posibiliten a la Policía Científica determinar de inmediato tanto el grupo sanguíneo como el ADN del culpable.

– Si no fue por falta de aire, ¿cómo murió entonces?

Con un movimiento sorpresa, el inspector Manuel Salvador agarró al italiano del cuello con el antebrazo, con la firmeza suficiente para que no escapara, pero sin llegar a apretar tanto como para poner en peligro su integridad física. Aunque a Rescaglio aquella demostración in situ le pareció fuera de lugar, decidió que lo mejor era no moverse ni protestar, y esperar a que el policía terminara su explicación.

– Tengo el pliegue del codo situado frente a su laringe. Ni siquiera apretando con todas mis fuerzas lograría interrumpir así el flujo de aire a sus pulmones. Sin embargo, mi antebrazo comprime la arteria del cuello, de modo que con esta presa podría provocarle anoxia cefálica por compresión vascular e inhibición vagal. En otras palabras, usted perdería el conocimiento en segundos porque no le llegaría sangre al cerebro y moriría poco después por la misma causa si yo continuara presionando, una vez que lo tuviera inconsciente. La clave para estrangular a alguien rápidamente no es la laringe ni la tráquea, sino la carótida, y el asesino de su novia estaba ai tanto de ello. Cualquier policía sabe también cómo dejar fuera de combate a un alborotador que no se deja llamar al orden por métodos, digamos, menos expeditivos.

Rescaglio sintió una náusea muy fuerte en el estómago, pero no fue debida a la presión del brazo del policía, que no era nada del otro mundo, sino, por una parte, al repugnante olor a colonia barata que éste le estaba restregando contra la piel, pues tenía la nariz pegada a la parte posterior de su mejilla, y por otra a la desagradable peste a nicotina que desprendía la manga de su gabardina.

Visiblemente decepcionado por la falta de entusiasmo con la que el chelista había recibido su demostración forense, Salvador soltó el cuello de su interlocutor y se disculpó diciendo:

– Espero no haberle lastimado. Tan sólo quería dejarle claro por qué estamos convencidos de que los últimos instantes de su novia no fueron lo terribles que podrían haber sido de haberse topado con un asesino más inexperto. Casi todo lo demás en relación con este caso es aún una nebulosa de interrogantes. Empezando por una pregunta cuya respuesta vale dos millones de euros:

»¿Dónde está el violín?

13

París, al día siguiente del crimen

Arsène Lupot salió a dar un paseo por el Boulevard Saint-Germain para celebrar la buena noticia de que iba a poder viajar a Madrid a dar su charla esa misma semana: debido a una repentina indisposición, uno de los conferenciantes del Círculo de Bellas Artes había cancelado su intervención a última hora y él estaba preparado para impartir su charla, que tenía montada desde un par de años atrás, el día que le indicaran. La conferencia de Lupot, apoyada con música y diapositivas en Power Point, se titulaba «El violín, príncipe y mendigo» y siempre era un éxito allí donde la daba, pues no se trataba de una árida exposición de fechas y datos sobre la historia del instrumento, sino de un repaso muy ameno a su evolución. Lupot contaba a su auditorio que el violín, como ocurrió en España con la guitarra española, estuvo en su día muy mal considerado, cual si de un instrumento tabernario se tratara; que hasta que Monteverdi no lo eligió para complementar las partes vocales de su ópera Orfeo,fue marginado y menospreciado por los grandes compositores de la época, que preferían el laúd o la viola da gamba a la hora de expresar su pensamiento musical. En su charla, Lupot también tenía tiempo para dedicar un recuerde entrañable a grandes violinistas no profesionales, ya fueran de carne y hueso, como Albert Einstein -el luthier sostenía que de no haber tocado el violín, el físico quizá nunca hubiera descubierto la teoría de la relatividad-, o surgidos de la imaginación de un autor, como Sherlock Holmes, que buscaba la inspiración para resolver sus intrincados casos en el atormentado sonido de su instrumento.