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– Nos hemos visto un par de veces.

– Está jodido, porque se llevaba muy bien con Salvador y lo que quiere es que le ponga a trabajar en el caso de su compañero, no en el del Auditorio. Pero estaría demasiado implicado emocionalmente y no lo haría bien. Además, te tiene que poner al día de lo que llevamos hecho hasta ahora. En cuanto al caso de Salvador, he puesto a trabajar a cuatro hombres, el doble de lo normal. Vamos a pillar al hijo de puta que lo hizo antes de lo que te imaginas.

El comisario Galdón apuró tanto el cigarrillo que se quemó los dedos con la brasa. Luego añadió:

– Pobre Salvador, descanse en paz. Te digo yo que era un buen policía. Con sus cosas, como todo el mundo, pero que se le perdonan, ¿no? ¿Vas a ir al funeral? Es mañana.

Perdomo hizo un gesto de duda, que provocó una reacción inmediata en Galdón.

– Sí, hombre, sí; debes ir, no me jodas. Cualquier cosa que hubiera entre vosotros, ya es hora de dejarla atrás.

Galdón apagó por fin el cigarrillo y luego cambió de tercio:

– ¿Y tú qué tal estás?

– No me quejo. Por lo menos me seguís felicitando todos por lo de El Boalo.

– Me refiero a si sales con alguien.

– Malditas las ganas.

– Tenías un chaval, ¿no?

– Gregorio. Está muy crecido. Y estoy contento, porque empieza a querer hablar de su madre. No sé si sabes que mi mujer…

– Lo sé, lo sé. Pero tú eres muy joven. Volverás a rehacer tu vida muy pronto, ya verás.

El inspector Perdomo recordó por un instante a la trombonista que había conocido la noche del crimen, pero la ahuyentó enseguida de su cabeza, como si la mera evocación de su imagen fuera un acto de deslealtad hacia su esposa. Como siempre, utilizó el trabajo para evadirse de su dolorida vida personal.

– ¿Dónde están los resultados de la autopsia de la violinista?

– Los tiene el forense, porque aún falta el análisis toxicológico. Pero la chica murió estrangulada, eso ya te lo puedo confirmar. Así que, hala, a trabajar.

El comisario jefe se puso en pie y, componiendo lo que el creía que era una sonrisa amigable, que a Perdomo le pareció una mueca forzada de presentador malo de concurso de televisión, le estrechó la mano y le deseó buena suerte.

Al salir, Perdomo se hizo la siguiente reflexión: cuando una investigación se estanca, un inspector provincial puede pedir ayuda a la UDEV. Pero ahora que él trabajaba para la UDEV, ¿a quién demonios podría recurrir cuando las cosas empezaran a ponerse difíciles?

16

Roberto y Natalia decidieron festejar la llegada a Madrid de su amigo Lupot con una cena en un conocido restaurante especializado en carnes, situado junto al edificio del Senado. Antes de que empezaran a llegar los platos, y mientras degustaban un delicioso Ribera del Duero del 2002, el francés hizo entrega a su anfitriona de los discos de chanson française que había comprado para ella.

– Hay uno muy especial que acaba de salir. Lo acaba de grabar un dúo formado por un chico y una chica que se hacen llamar Malin Plaisir. On peut traduire par «placer malévolo», ¿no es cierto, Roberto?

El interpelado no contestó, absorto como estaba en contemplar a Natalia mientras ésta intentaba, inútilmente, desprecintar el celofán que envolvía el disco.

– Aunque sólo fuera por el trabajo que cuesta abrir los compactos -dijo la mujer-, debería promulgarse una ley que obligara a volver al disco de vinilo.

Tras forcejear durante un minuto con el cedé, en una operación en la que hubo que emplear un tenedor y un cuchillo de cortar carne, Natalia logró retirar por fin el envoltorio y empezó a hacer preguntas sobre el disco:

– ¿Moi pour toi es el título del disco?

– Del disco y de este libro que también te he comprado, porque es en el que está basado el disco -le explicó Lupot.

Extrajo de la bolsa en la que había llevado los discos un libro de bolsillo en cuya cubierta aparecían las fotos de la cantante Edith Piaf y del boxeador Marcel Cerdan. Debajo del título, que era igual al del cedé, el subtítulo aclaratorio decía: «Lettres d'amour».

– Moi pour toi no se puede traducir literalmente «yo para ti» -explicó Roberto-. Yo me inclinaría por «el uno para el otro».

– Exactement -apostilló el francés-. El título de esta antología de cartas de amor alude a unos versos de la canción más famosa de Piaf, «La vie en rose». En un momento dado la letra dice:

C'est lui pour moi,

Moi pour lui dans la vie

Il me l'a dit, l'a juré

Pour la vie

o sea, «él para mí y y yo para él en la vida, me lo ha dicho, me lo ha jurado para toda la vida».

– Pero ¿qué tiene que ver el disco con las cartas? -preguntó Natalia mientras empezaba a curiosear las fotos que venían en el disco.

– Malin Plaisir ha cogido frases de las cartas de amor y las ha convertido en canciones. No he podido escuchar el disco aún, pero he leído varias reseñas en la página web de la Fnac todas son excelentes.

Natalia estaba radiante de felicidad; era evidente que el disco y el libro le habían hecho una ilusión inusitada. Tras estampar un par de besos a Lupot, tan efusivos que le obligaron a recolocarse las gafas, empezó a interesarse por la historia de amor entre la cantante y el boxeador, que conocía sólo superficialmente.

– Siempre me ha fascinado la Piaf, que te lo diga Roberto. Pero así como los discos los tengo casi todos, no es fácil conseguir libros sobre ella. Éste me servirá para mejorar mi francés, que, por cierto, es deplorable.

– No sabía que te gustara tanto Edith Piaf -dijo Lupot-. A mí se me ocurrió traerte el disco sólo porque lo relacioné con el violín del diablo y el asesinato de Ane Larrazábal.

– ¿A qué te refieres?

– No sé si estás al tanto de la historia de amor prohibido catre Cerdan y Piaf. Se conocieron en 1946; él tenía ya cuatro hijos, pero el chispazo no se produjo hasta dos años después, en Nueva York. En el 49, cuando el romance estaba en pleno apogeo, se desencadenó la tragedia: Cerdan murió a bordo del mismo avión en que iba el violín del diablo y su propietaria, Ginette Neveu. Lo más inquietante de todo es que Cerdan, que tenía que viajar a Nueva York para el combate de desquite con LaMotta, tenía pensado hacer el viaje en barco, pero Piaf, que ya estaba allí, estaba tan ansiosa por verle que le suplicó que tomara un avión.

– ¡Lo mataron las prisas! -dijo Roberto.

– Lo mató la Piaf -apostilló Lupot-. ¡Esa mujer debía de ser como una mantis!

En ese momento fueron interrumpidos por el camarero, que colocó tres platos de barro incandescentes delante de cada comensal. Aunque el comentario era superfluo, porque los platos parecían fragmentos de magma volcánico, el camarero se sintió obligado de igual modo a advertir:

– Cuidado con el plato, que está muy caliente.

– No nos habíamos dado cuenta -bromeó Roberto, mientras se servía un par de deliciosos filetitos de buey, que empezaron a churruscarse sobre el barro a toda velocidad. El luthier les dio la vuelta casi instantáneamente, para evitar que la carne se recociera sobre el plato, y luego engulló uno de ellos sin trocarlo siquiera con el cuchillo.

– Parece que había hambre -dijo Natalia, un poco avergonzada por la voracidad excesiva de su marido, que durante unos instantes se había transformado en una especie de hombre de Cromagnon devorando un trozo de mamut.

– También os he traído -continuó Lupot- el disco póstumo de Ane Larrazábal. No sé si lo han editado ya en España.