Выбрать главу

A Perdomo le hizo gracia el comentario de Ordóñez sobre el género femenino, pero decidió no exteriorizar ni una sonrisa. En lugar de eso continuó indagando:

– Si se estrenó con un fracaso rotundo, ¿cómo es que fue consultada en más ocasiones?

– Me temo que la segunda oportunidad -que yo no solicité en modo alguno- me fue dada por la enorme tozudez de la hermana de Salvador, que tenía fe ciega en mis capacidades. Era un caso de homicidio y me complace decir que proporcioné a la policía un par de indicios que permitieron localizar al narcotraficante, pues se trataba de una vendetta por drogas.

El inspector Perdomo permaneció en silencio sin saber cómo reaccionar. La psicóloga le sorprendió con el siguiente comentario:

– Es evidente que usted no cree en la percepción extrasensorial.

Perdomo no quería ser maleducado con Ordóñez, así que tardó en reaccionar, buscando como estaba una manera no agresiva de mostrar su escepticismo. La psicóloga pareció darse cuenta de lo que pasaba por la mente del policía, porque añadió:

– No hace falta que se justifique; hay tal cantidad de farsantes en este campo que el escepticismo no es sólo comprensible, sino hasta recomendable. Los parapsicólogos policiales no abundan en España, pero no se puede imaginar la cantidad de ellos que hay en otros países; suelen acertar a posteriori. Uno le puede decir por ejemplo: «Veo agua y el número 13». Cuando concluye la investigación -en el caso de un secuestro, pongamos por caso- la policía descubre que había un depósito de agua por la zona y que la calle estaba en el distrito 28013. Los datos aportados no han servido en realidad para llegar hasta la casa del secuestrador, pero nadie puede negar que el vidente tenía razón en lo que dijo.

– Pero si el agua hubiera pertenecido a una piscina municipal y el 13 al número de la casa, el parapsicólogo lo hubiera computado también como acierto, ¿no es eso?

– Exacto. El secreto de esta gente está en proporcionar información ambigua o polivalente.

– Pero si la policía conoce estos trucos, ¿por qué siguen recurriendo a los videntes?

– Porque sus técnicas para obtener credibilidad son muy variadas, no se reducen simplemente al método de la apuesta segura. A veces, los supuestos médiums obtienen información muy sólida por medios convencionales y se la entregan a la policía como si la hubieran logrado a través de percepción extrasensorial. Hay casos de videntes que se han hecho pasar por inspectores de homicidios o que han sobornado a algún agente de policía para que les suministrara información sobre las pesquisas realizadas.

– No sabía que llegaran a tal grado de desfachatez.

– Esto son casos extremos. Lo normal es que el parapsicólogo obtenga la información a través de la técnica del echador de cartas, que consiste en ir consiguiendo datos a través de las reacciones de la otra persona. Por ejemplo: «Veo trabajo». «Eso es imposible, estoy en el paro.» «Lo sé. Pero veo que vas a conseguir uno muy pronto.»

– Debo reconocer que tiene el fenómeno bien estudiado -admitió el policía, admirado con la escenificación del diálogo que acababa de llevar a cabo su interlocutora.

– Cuando me di cuenta de que había adquirido ciertas facultades (eso fue después de que me operaran de un tumor cerebral hace tres años), me dediqué a documentarme a fondo sobre la cuestión. Lo cierto es que hay personas extraordinariamente hábiles a la hora de sugestionar a los incrédulos. ¿Ha oído hablar, por ejemplo, del experimento de Forer?

– Le confieso que no.

– En 1948, un psicólogo llamado Bertram Forer sometió a sus alumnos a un test de personalidad y luego les entregó un análisis sobre su propio carácter que cada uno tenía que puntuar de 0 a 5. La media fue de 4,26. Después reveló a sus alumnos les había entregado el mismo análisis a todos, y cada uno pensaba que era el apropiado para él. Ya se imagina qué tipo de lugares comunes había vertido en el informe, todos sacados del horóscopo: «Necesitas que la gente te quiera y te admire y sin embargo eres muy crítico contigo mismo». Cosas así.

Fueron interrumpidos por la voz de una anciana, que llamaba a voces a la psicóloga:

– ¡Milaaaa, Milaaaa!

Milagros Ordóñez se puso en pie, como impulsada por un resorte, y dijo:

– Es mi madre. Vuelvo en un segundo.

Cuando la psicóloga abrió la puerta, Perdomo se percató de que el televisor seguía encendido, pero no estaba sintonizado en ningún canal. Lo único que llegaba hasta sus oídos era el sonido inconfundible del ruido blanco, lo cual le produjo un desasosiego difícil de definir. Siguió un breve diálogo entre madre e hija, que Perdomo no alcanzó a descifrar, yluego, el silencio absoluto.

El policía se levantó, inquieto, con la sensación de que estaba molestando. Cuando volvió Ordóñez, se extrañó al verle de pie.

– ¿Ya se marcha?

– Sí. Me ha dicho lo que quería saber, que es que no tiene ninguna prueba relacionada con el crimen, cosa que me tranquiliza. También le ruego máxima confidencialidad sobre cualquier información que le pudiera haber hecho llegar Salvador en su día acerca del caso.

La psicóloga sonrió al darse cuenta de que Perdomo seguía preocupado por una hipotética indiscreción por su parte.

– Inspector, lo único que sé del crimen es lo que ha publicado la prensa. El inspector Salvador y yo no llegamos a tener una entrevista sobre el caso Larrazábal porque no dio tiempo, ya que él falleció un día antes de nuestra primera cita.

La psicóloga y el policía pasaron al recibidor, donde la mujer le entregó la gabardina. Perdomo le preguntó:

– ¿Por qué hace esto?

– ¿Se refiere a ayudar a la policía? Ya le he dicho que no es por dinero, ni por la publicidad que me pudiera reportar. De hecho, debo tener mucho cuidado de que no se sepa que tengo percepción extrasensorial. Si los padres de los niños a los que trato se enterasen de que soy una especie de… bruja, me podría quedar sin clientela de la noche a la mañana.

– Entonces ¿por qué es?

– Porque cuando veo que alguien está sufriendo, necesita mi ayuda y yo puedo dársela, me parece cruel e inhumano no hacerlo.

El policía calló durante unos segundos y luego hizo una especie de resumen emocional de la entrevista:

– Parece usted buena persona y me encantaría poder creerla. La resolución de un homicidio es a veces un proceso tan complicado y laborioso que uno agradecería cualquier tipo de ayuda. Sin embargo…

– No tiene que darme explicaciones, inspector. Aunque he de decirle que, si cambia de opinión, estaré encantada de recibirle de nuevo.

Tras estrechar la mano del policía, la psicóloga abrió la puerta de la calle y Perdomo salió de la casa. Como no oyó la puerta cerrarse tras de sí, giró la cabeza y comprobó que Ordóñez había preferido quedarse a observar cómo se subía al coche.

– Supongamos -dijo Perdomo desde la puerta del vehículo-, y sólo es una suposición, que tuviera de verdad ese raro poder, que hubiera desarrollado cierto nivel de percepción extrasensorial. ¿A qué lo atribuiría usted?

Milagros Ordóñez tardó menos de un minuto en explicar al policía cómo creía ella que había adquirido sus extraordinarias dotes y el policía no pudo evitar un estremecimiento: sus profundos recelos hacia el mundo de los médiums y los fenómenos paranormales habían empezado a resquebrajarse.

21

El funeral de Ane Larrazábal tuvo lugar en la catedral de la Almudena y a él asistieron los más altos representantes del mundo de la política y de la cultura, encabezados por la reina doña Sofía, que era una gran admiradora de la violinista. Arsène Lupot acudió con sus amigos Roberto y Natalia, y pudo constatar lo enormemente respetada y querida que era la artista en su propio país. Arropando a los padres de Ane -dos maduritos pequeños y encantadores que al luthier le recordaron a una pareja de hobbits- había, entre admiradores y familiares, cerca de mil personas, más las casi trescientas que no habían podido entrar en el templo y que aguardaban ansiosas a la salida del mismo, quizá para poder dar el pésame a los progenitores. Lupot reconoció a muchos músicos: desde la violinista estadounidense Hilary Hahn hasta el violonchelista británico Stephen Isserlis, pasando por el director Zubin Mehta o el tenor Plácido Domingo. El bullicio en la catedral era tal que en un par de ocasiones se rogó silencio. Miembros de la organización de la Almudena tuvieron que recordar a los asistentes la sacralidad del templo, aunque, cuando los ánimos se templaron un poco, toda la energía que flotaba en el ambiente ayudó a gestar una de las más emotivas ceremonias a las que el luthier hubiera asistido jamás.