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Lledó acercó la boca a la fotografía en la que se veía a Hitler más claramente y humedeció al Führer con su aliento. Luego, pasó la manga por el cristal para quitar una hipotética mancha del mismo y dijo:

– ¿Sabía que el Vaticano estaba tan convencido, incluso en los años cuarenta, de que Hitler estaba poseído por el diablo, que Pío XII intentó un exorcismo a larga distancia? No dio resultado, como es obvio, aunque nunca sabremos si fue porque el demonio de Hitler era demasiado enemigo para el pobre Pío XII o porque los exorcismos hay que llevarlos a cabo con el endemoniado de cuerpo presente. Pero supongo que no ha venido hasta aquí para que le hable de posesiones diabólicas, sino para saber si soy su hombre, ¿no es así?

– Yo no lo plantearía de forma tan tajante -contestó Perdomo.

– He leído en la prensa que la persona que mató a Ane Larrazábal conocía bien las artes marciales. ¿Puedo preguntarle cómo han llegado a esa interesante conclusión?

– Está en el informe forense, pero no me parece que debamos comentar ahora esos detalles.

El director invitó a Perdomo a sentarse en un tresillo para visitas que había en un rincón del despacho y, tras coger un mando a distancia que reposaba sobre la mesita baja de cristal que tenía delante, lo apuntó hacia un equipo estéreo. El concierto La Campanella,de Paganini, en versión de Ane Larrazábal con la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, empezó a sonar a un volumen excesivo, que Lledó se apresuró a bajar al mínimo.

– ¿Sabe cuál es mi lema en la vida? Odia el deporte y compadece al deportista.

– Eso tiene gracia -concedió Perdomo.

– No he pisado jamás un gimnasio, y mucho menos una escuela de karate. No soy su hombre, inspector, le invito a comprobarlo.

– Me alegra oírlo. ¿Asistió a la primera parte del Concierto de Paganini?

– Por supuesto. Estaba en el entresuelo, me gusta más ver los conciertos desde ahí.

– ¿Recuerda lo que hizo después, durante el descanso?

– Fui derecho al camerino de Ane Larrazábal para felicitarla por su actuación. Pero no estaba allí.

– ¿Cómo lo sabe? ¿Estaba abierta la puerta?

– Estaba cerrada, pero no con llave. Tras golpear un par de veces con los nudillos y no obtener respuesta, pasé sin llamar y vi que no había nadie, así que pensé que ya se había marchado.

– ¿No trató de preguntar a un conserje?

– Sí, pero ninguno supo darme explicaciones sobre su paradero.

– Cuando yo llegué a la Sala del Coro, usted ya estaba en la puerta. ¿Quién le informó de que se había producido el crimen?

– El maestro Agostini, que fue el que descubrió el cuerpo. Inspector, no sé muy bien qué idea tiene en la cabeza, pero déjeme que le aclare algo: ignoro a qué extremos podría llegar en un momento dado para conseguir un Stradivarius como el de Ane Larrazábal. Pero créame si le digo que jamás, ¿me oye?, jamás me atrevería a segar la vida de una artista de su calibre. Escuche -dijo volviendo a subir el volumen del equipo estéreo-, fíjese ¡qué fuego en la cadenza!

Tras escuchar durante cerca de un minuto la fantástica grabación del Concierto de Paganini, Perdomo extrajo del bolsillo de la americana una fotocopia de la partitura que se había encontrado en el camerino de la violinista y se la mostró a Lledó, que encendió una lámpara que tenía junto a él, se colocó sus gafas para vista cansada y la estudió con detenimiento.

– Es música para piano. ¿De dónde ha salido?

Perdomo le puso al corriente y añadió:

– Disculpe, no sé leer música. ¿Por qué dice que es para piano?

– Dos pentagramas, ¿lo ve? El de arriba en clave de sol, para la mano derecha; el de abajo en clave de fa, para la izquierda. Parece estar o en la menor o en do mayor, porque no tiene alteraciones en la armadura.

– ¿Le suena de algo esta música?

– No la había oído en mi vida. ¿Por qué piensa que puede ser una pista? A mí me parece un fragmento musical sin el menor interés.

– Un colega mío, el inspector Mateos, resolvió recientemente un caso en el que la clave era un mensaje alfanumérico encriptado en una partitura.

– Ah, sí, el caso de la Décima Sinfonía de Beethoven. Fue muy comentado el año pasado. ¿Y piensa usted que esto puede consistir también en un acertijo musical como el que resolvió el musicólogo Daniel Paniagua?

– Estamos trabajando sobre esa hipótesis. Quiero que la estudie con calma en su casa y me diga si esas notas pueden tener sentido como mensaje extramusical.

Lledó dobló cuidadosamente la partitura y la guardó en su bolsillo.

– Si saco algo en limpio, ¿cómo me puedo poner en contacto con usted?

El policía le dio una tarjeta de visita y Lledó la guardó en el bolsillo de la americana, mientras se pasaba la lengua un par de veces por las encías superiores, provocando un sonido húmedo y viscoso, que al policía le pareció intolerablemente obsceno.

29

El inspector Perdomo llegó tan acalorado a la UDEV que ni siquiera se tomó la molestia de cruzar la barrera de seguridad con su vehículo: lo dejó al otro lado de la misma con las llaves puestas -a pesar de las protestas de los agentes de uniforme, que custodiaban la garita de entrada- y entró hecho una hidra al edificio, dispuesto a tener otra seria conversación con Villanueva. La razón de su enojo era que al salir de la entrevista con Lledó, en el Auditorio Nacional, había visto que la prensa del día publicaba en portada el siguiente titular:

El asesino de Ane Larrazábal intenta burlar a la policía

La pista árabe resulta ser un señuelo

BONIFACIO YOLDI, Madrid

La investigación sobre el asesinato de la violinista Ane Larrazábal, que fue estrangulada la semana pasada en el Auditorio Nacional, ha dado un salto cualitativo después de que la Policía Científica haya logrado establecer que la palabra que el asesino dejó escrita en caracteres árabes en el pecho de la víctima es un montaje para dificultar la investigación. Tras un minucioso análisis al microscopio de la inscripción, que fue realizada empleando como tinta la propia sangre de la víctima, los expertos han logrado determinar que el asesino trazó las letras de izquierda a derecha, y no en el sentido opuesto, como habría procedido un árabe auténtico (página 14).

Perdomo no daba crédito a lo que había leído: alguien había filtrado a la prensa un dato importante de la investigación, que debía permanecer en secreto para no alertar al asesino. A Perdomo le parecía de vital importancia que el criminal siguiera creyendo, durante el mayor tiempo posible, que había logrado engañar a la policía y que ésta estaba siguiendo de verdad la pista islamista. La persona que había filtrado a la prensa esa información sólo podía ser el subinspector Villanueva, a quien Perdomo había revelado hacía pocas horas que el asesino no era musulmán.

En la UDEV, uno de los inspectores le informó de que Villanueva había tenido que ausentarse pero que en la sala de espera había dos personas que le estaban aguardando desde hacía tres cuartos de hora para comunicarle información sobre el caso Ane Larrazábal.