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– La investigación no ha hecho más que comenzar y ya hemos dado un paso de gigante -dijo Perdomo. Villanueva permanecía en un discreto segundo plano, tal como le había solicitado su jefe al salir del hotel.

– La inscripción en árabe, lo he visto en la prensa. Pensar que ese canalla le sacó sangre a mi hija después de haberla estrangulado ¡me revuelve las tripas!

El inspector pensó lo espantoso que hubiera sido de haber ocurrido al revés, pero no era aquél, obviamente, el momento para expresar una ocurrencia semejante.

– Señor Larrazábal, hay una hipótesis que no hemos manejado hasta ahora, pero que no debemos descartar. Me refiero a la posibilidad de que el asesino encubriera el homicidio con el robo.

– ¿A qué se refiere?

– La persona que acabó con la vida de su hija pudo cometer el crimen exclusivamente para llevarse el violín, porque se trataba de un instrumento muy valioso. Pero ¿y si ese desalmado acudió al Auditorio con el único propósito de asesinar a su hija, y lo hubiera hecho aunque no hubiera habido violín de por medio?

– Pero eso es ridículo, ¿quién podría querer matar a mi niña, que lo único que hizo en la vida fue llevar la música a todos los rincones del mundo?

– Para tratar de dilucidar esta cuestión es para lo que estamos hoy aquí. Me gustaría que habláramos del círculo más íntimo de Ane, empezando por su prometido, el señor Rescaglio.

– Un chaval majísimo, y muy buen chelista. Por cierto, que viene a Vitoria hoy por la tarde, porque la última vez que estuvo con mi hija se dejó olvidadas algunas cosas, creyendo que no tardaría en regresar.

– ¿Algunas cosas? ¿Puede ser más específico?

– Partituras y libros. A veces él y Ane se traían los instrumentos e improvisaban duetos en casa.

Perdomo recordó las palabras de Galdón del día anterior, insistiendo en la teoría del crimen pasional, y se lanzó a degüello a por el italiano.

– Señor Larrazábal, ¿está seguro de que la relación entre su hija y el señor Rescaglio no tenía ninguna arista, ningún doblez misterioso?

– Les he visto discutir, como hacen todas las parejas, pero también yo me peleo con mi mujer después de más de cuarenta años de matrimonio, porque no hay mujer que no saque a su hombre de quicio de vez en cuando.

– Y estas riñas que asegura que se producían a veces, ¿notó si habían ido a más en los últimos meses?

– Si he de serle sincero, más bien tendría que decirle que al revés, y lo comenté con mi mujer: nunca había visto a Andrea tan atento y tan pendiente de mi hija como en los últimos tiempos.

– Eso es interesante. ¿Se le ocurre alguna razón que lo explique?

– Probablemente se debía a que por fin habían conseguido fijar la fecha de la boda. Pensaban casarse a finales de septiembre.

Villanueva hizo un gesto a Perdomo para indicarle que quería apartarse momentáneamente de la conversación para hacer una llamada telefónica. Había decidido comunicar a Galdón de inmediato la presencia de Rescaglio en Vitoria. El inspector movió de forma casi imperceptible la cabeza para concederle el permiso y luego continuó con el interrogatorio:

– ¿En qué circunstancias se conocieron su hija y Rescaglio y desde cuándo eran novios?

– ¡Uuuh! Yo creo que llevaban juntos desde los catorce años. Mi mujer se lo podría contar mejor, pero yo creo que se conocieron en la consulta de un médico de aquí, de Vitoria, porque los dos padecían mononucleosis. Es una enfermedad muy desagradable y los dos empezaron a intercambiar información sobre cómo sobrellevarla.

Perdomo había sacado una libreta en la que solía apuntar cosas con tanto apresuramiento que luego él mismo no entendía su propia letra. Pero el simple hecho de hacer garabatos en ella de vez en cuando le ayudaba a concentrarse más en la conversación.

– El señor Rescaglio vivió en Japón muchos años, ¿no es cierto?

El padre de Ane asintió con la cabeza.

– ¿Y eso fue antes o después de conocer a su hija?

– Antes. Andrea llegó a Japón con tres años, porque a su padre, que era directivo de Alitalia, lo destinaron a Osaka. Se matriculó en el conservatorio y en pocos años hizo unos progresos increíbles con el chelo. ¿Sabe por qué tuvo que regresar a Europa? Es una triste historia. Entre los chicos que hacían música de cámara con Andrea estaba Kitajima Masaharu, hijo del consejero delegado de la famosa empresa de coches todoterreno del mismo nombre. Tocaba el violín y era el amigo íntimo de Rescaglio en Japón. Una noche en la que el novio de mi hija se había quedado a dormir en casa de Kitajima, los dos chicos oyeron ruido en el piso de abajo a altas horas de la madrugada y se asustaron. Despertaron a la madre, bajaron a ver qué ocurría y al descorrer la delicada puerta shoji que separaba el salón del recibidor, encontraron el cuerpo decapitado del señor Masaharu. Se había practicado el seppuku.

– ¿Qué es el seppuku?

– Aquí lo lo conocemos como harakiri,pero es una expresión vulgar para muchos japoneses, que prefieren no emplearla. El término correcto es seppuku.

– Hay algo que no entiendo -objetó Rescaglio-. Si el señor Masaharu se hizo el seppuku,¿por qué apareció decapitado? ¿El suicidio japonés no consiste en…?

Perdomo completó la frase con el gesto de clavarse un imaginario cuchillo en el abdomen.

– El seppuku es un rito muy elaborado, inspector. Para evitar que el sufrimiento sea atroz, la persona que va a morir solicita la asistencia de una persona de su confianza, que tiene la misión de ayudarle a morir, cortándole la cabeza con una katana. En el caso de Masaharu, la policía de Osaka nunca llegó a averiguar la identidad de esa persona, aunque fue, probablemente, algún amigo íntimo de la familia. El caso es que después de aquella experiencia, devastadora para ambos niños, el padre de Andrea decidió, con buen criterio, abandonar Japón lo antes posible. Así fue como Andrea llegó a España.

Perdomo anotó hechos y nombre en la libreta y luego preguntó:

– ¿Su esposa también tiene el mismo buen concepto de Rescaglio que usted?

Don Íñigo, que tenía la cabeza gacha, ocupado como estaba en subirse un calcetín que había dejado al descubierto una pierna lechosa y con tan poco vello que parecía de mujer, pareció sobresaltarse ante la pregunta y miró al inspector con desconfianza.

– ¿Qué sabe usted exactamente?

– Le aseguro que nada en absoluto.

– Es que mi mujer, al principio de la relación, sentía muchísimos recelos hacia Andrea. Hizo lo imposible por boicotear la relación, cosas que a mí jamás se me habría ocurrido hacer, como borrarle mensajes del contestador u ocultarle la correspondencia. Se lo hizo pasar muy mal a ambos, y por supuesto también a mí, que veía cómo el enfrentamiento de mi esposa con Andrea estaba causando que mi hija se distanciara cada vez más de nosotros.

– ¿Cuál era el motivo de esa animadversión tan radical de su mujer hacia el novio de Ane?

– Mi esposa había tenido, antes de empezar a salir conmigo, un novio italiano. Era un fascista, en el sentido literal de la expresión, que se había refugiado en España después de la caída de Mussolini. A mi Esther la engatusó enseguida, con las malas artes de los italianos, ya sabe: invierten en ropa cara y en zapatos bonitos, y eso casi nunca falla con las chicas. Mozart también los detestaba, ¿sabe? Decía que eran todos un hatajo de charlatanes. Éste la dejó preñada a los tres meses de noviazgo. En cuanto el fascista se enteró de que estaba embarazada se borró del mapa y nunca más se supo. Desde entonces, mi esposa siempre ha profesado a los spaghetti,como ella los llama, una animadversión profunda. Dice que todo lo que tienen de guapos lo tienen también de oportunistas y manipuladores, pero evidentemente, en el caso de Andrea, se equivocó, porque no he visto jamás a nadie que trate a una mujer con la ternura y la delicadeza con la que lo hacía él.