Выбрать главу

– ¿Se sabe por dónde entró?

– La víctima, por la puerta inferior izquierda; es la más cercana a los camerinos. Pero es imposible saber por dónde lo hizo el asesino.

Milagros se acercó a una de las puertas de la zona baja y comprobó que se abrían hacia dentro. Luego pareció sentirse intrigada por las puertas superiores y comenzó una lenta ascensión hacia ellas. Tropezó en el tercer peldaño y quedó tendida entre la tercera y la cuarta fila y en estado de aparente inconsciencia, pues permaneció allí inmóvil hasta que Perdomo se acercó corriendo para ayudarla a incorporarse.

Cuando pudo verle la cara, el policía comprobó que Milagros Ordóñez estaba sangrando por la nariz.

No era una gran hemorragia, sino un delgadísimo hilo de sangre, tan oscura que parecía negra, y tan densa que daba la impresión de deslizarse a cámara lenta hacia su boca, como si fuera un perezoso río de tinta.

Pero eso fue sólo el comienzo.

En cuestión de segundos, la tez de la médium adquirió un tono tan blanco que su cara parecía la de un cadáver. Comenzó a entrecerrar los ojos y sus globos oculares empezaron a temblar a gran velocidad bajo los párpados, como ocurre a veces durante la fase REM del sueño. El policía notó que las cuatro extremidades de la mujer se ponían rígidas y que su espalda empezaba a arquearse; al ir a sujetarla, para evitar que pudiera lastimarse, la mujer abrió los ojos de par en par, dejando al descubierto unas pupilas totalmente fijas, dilatadas e inexpresivas, como de muñeca, y profirió un alarido estremecedor; inaudible al principio, porque partía de un infrasonido, en el registro más grave de la voz humana, pero que poco a poco fue haciéndose más y más agudo, hasta alcanzar la frecuencia más alta que es capaz de percibir nuestro oído, en torno a las veinte mil vibraciones por segundo.

Tras ese aullido espantoso, que al policía le pareció de todo menos humano, se produjo un episodio de bruscas convulsiones, durante las cuales trató de sujetarla como pudo, aunque la fuerza de los espasmos era tal que apenas si podía controlarlos. Las sacudidas fueron espaciándose poco a poco y perdiendo intensidad hasta que, al cabo de medio minuto, la mujer entró en una quietud total y pareció perder el conocimiento.

Perdomo estaba aterrorizado. La posibilidad de que por culpa suya Milagros Ordóñez pudiera haber fallecido allí mismo o haber quedado tocada para siempre a nivel cerebral o cardiovascular se le hacía insoportable. Le tomó el pulso en la carótida y comprobó que el corazón seguía latiendo. Pensó en los vigilantes, y en si habrían oído el grito de la mujer. Podía ir él a buscarlos, pero no quería dejar a la mujer sola ni un solo segundo. Cuando ya había sacado su móvil para llamar al 112, la mujer dejó de sangrar por la nariz, recuperó la consciencia y sonrió débilmente, como si fuera un paciente de quirófano que estuviera despertando lentamente de una anestesia.

– Parece que he montado un buen numerito -dijo al fin, algo avergonzada.

– ¿Se encuentra bien? -El policía le facilitó un pañuelo para que se limpiara los restos de sangre que tenía en la nariz.

– Sí. Débil y confusa, pero bien -le tranquilizó Milagros-. ¡Vaya nochecita llevamos los dos! Primero a usted le intenta devorar un perro, ahora a mí me da una especie de ataque. ¡Uf! -se quejó palpándose brazos y piernas-. Me duelen todos los músculos del cuerpo. ¿Qué ha pasado exactamente?

El policía le resumió como pudo su crisis nerviosa y luego le preguntó preocupado:

– ¿Padece algún tipo de epilepsia?

– No, que yo sepa. Tenga la certeza de que esto no ha sido una crisis epiléptica, inspector.

– ¿Ah, no? -respondió el otro con incredulidad-. ¿Y qué ha sido entonces?

Milagros hizo ademán de ir a incorporarse, pero al ver que se encontraba aún mareada, prefirió continuar recostada sobre el suelo.

– Ya le dije que, en la vida real, las percepciones extrasensoriales son ligeramente distintas al tópico que nos ha legado Hollywood. Ya sabe a lo que me refiero, ¿no?: «¡Espíritu, manifiéstate! ¡Hazte presente!».

El policía, que ya había tenido ocasión de apreciar las dotes paródicas de la médium cuando imitó al vigilante, volvió a sonreír ante aquella nueva exhibición de vis cómica.

– Yo misma estaba tan condicionada por las películas que, cuando tuve la primera experiencia, me negué a reconocer que era de naturaleza extrasensorial. Pero lo era.

– ¿Qué ha visto exactamente? -preguntó intrigado Perdomo.

– ¿Ver? Nada, en absoluto. Cada vez que tengo una percepción, sólo uno de los cinco sentidos resulta afectado. En este caso, ya lo está viendo, ha sido el olfato.

– ¿Me está diciendo que ha olido al asesino?

– Eso parece. Cuando he caído ahí, entre esas dos filas de butacas, he recibido una especie de… fogonazo. Sólo que en vez de ser visual, ha sido olfativo. Y ha sido de tal intensidad que, además de provocarme una hemorragia, ha puesto patas arriba todo mi sistema nervioso.

Perdomo tragó saliva y luego examinó el hueco que había entre la tercera y la cuarta fila de butacas centrales, donde había aterrizado la psicóloga. Como los asientos eran abatibles, había sitio de sobra para que cualquier persona, por corpulenta que fuera, pudiese ocultarse allí en posición tumbada.

– ¿Cree que el asesino se ocultó ahí?

– No lo creo: estoy segura de ello.

Perdomo estaba excitadísimo ante la posibilidad de disponer por fin de una pista, por remota que fuera, para atrapar al asesino de Ane Larrazábal, pero al mismo tiempo se cuestionaba todas y cada una de las afirmaciones de la médium. ¿Para qué querría el asesino esconderse de su víctima en un lugar tan alejado de la puerta? De haber estado acechando, lo lógico sería haberlo hecho detrás de la puerta, ya que el verdugo sabía con certeza por cuál de las cuatro haría su entrada la violinista.

– Dice que ha percibido un olor. ¿Puede identificarlo?

– Ahora mismo soy incapaz de nada -respondió Milagros, tratando de secarse una mancha de orina que había impregnado su pantalón.

La tormenta eléctrica que se había desencadenado dentro de su cuerpo había sido de tal magnitud que la mujer había perdido, durante el momento de mayor intensidad, el control de sus esfínteres.

– Ya le he dicho que la percepción ha sido como un fogonazo, por eso mismo ahora es como si estuviera ciega, olfativamente hablando. Sé que he olido algo, sé que es el olor del asesino, pero ignoro si se trata de su after shave, de su colonia o, lisa y llanamente, de su olor corporal.

– Espere, espere. ¿Me está diciendo que todo este numerito no ha servido para nada?

El policía se arrepintió de haber empleado la palabra «numerito» un segundo después de que saliera por su boca, pero la médium no pareció ofendida.

– No tenemos nada… todavía -respondió-. Pero lo tendremos.

Volvió a tratar de incorporarse, y como Perdomo vio que iba recuperando el color rápidamente, la ayudó a ponerse de pie. El caballeroso gesto le costó otra punzada horrible en la cadera, allí donde se había propinado el golpe.

– ¿Cuándo lo tendremos?

– Suele tardar entre cuarenta y ocho y setenta y dos horas -dijo la otra con total naturalidad.

Parecía que estaba hablando del plazo en que iba a estar operativa su tarjeta SIM y no de un fenómeno paranormal. Al ver tan desorientado al inspector, trató de aclararle las cosas.

– Estamos hablando todo el rato de percepción extrasensorial, pero en realidad sería más preciso decir que acabo de tener una sensación extrasensorial. Parece un galimatías, lo sé, pero no se me ocurre otra manera de expresarlo. La sensación se refiere a experiencias inmediatas básicas, generadas por estímulos aislados simples. La percepción implica la interpretación de las sensaciones, para darles significado y organización.