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Perdomo había dado ya muchas vueltas a los pasos que debía seguir una vez que Mila le comunicara que ya había aislado el olor. Como le había dicho que el primario era «flores», el inspector intuía que no podía tratarse del olor corporal del asesino, mezcla de bacterias y feromonas, sino que tenía que tratarse de un producto comercial, seguramente un after shave o una colonia. Por lo tanto, había que buscar la manera de que Mila pudiera identificar ese olor con un producto concreto. Corroído por la impaciencia, le dijo al taxista que no le dejara en la UDEV, sino en unos grandes almacenes cercanos, en los que, nada más desembarcar, se dirigió a la sección de cosmética y perfumería.

Le fue difícil conseguir la atención de una dependienta, porque los clientes, en su mayoría mujeres, abarrotaban los mostradores atraídas por las ofertas de temporada: desde cursillos de tratamiento y maquillaje a bajo costo hasta revolucionarios sistemas antiarrugas basados en haces de luz pulsada.

– ¿En qué puedo ayudarle? -le dijo al fin un tipo con pinta de jefe de sección que respondía al nombre de señor Corrales. ¿Eran imaginaciones suyas o todos los empleados de aquellos grandes almacenes tenían el mismo apellido?

– El otro día, en un ascensor, olí una colonia que me sedujo -mintió el inspector- y quisiera tratar de localizarla.

El empleado se encogió de hombros.

– Eso es como buscar una aguja en un pajar, caballero. ¿Sabe la cantidad de marcas que hay en el mercado? ¿Y la variedad de productos que ofrece cada una de esas marcas? Debería haberle preguntado al que la llevaba puesta.

Perdomo corroboró las palabras del dependiente observando un cartel promocional situado en el mostrador, en el que figuraban las marcas que lanzaban un nuevo producto ese año. Sólo en la a había por lo menos diez nombres: Adolfo Domínguez, Alessandro Dell’Acqua, Alyssa Ashley, Angel Schlesser…

– Ése es mi drama -respondió el inspector-, que cuando entré en el ascensor, la cabina estaba vacía. Sólo quedaban los efluvios.

– Al menos, podrá decirme si era de hombre o de mujer -dijo el otro, algo irritado por la inconcreción del policía.

Cuando Perdomo le explicó que sólo sabía que olía a flores, el otro se echó las manos a la cabeza.

– A flores huelen todas, caballero. La que llevo yo, por ejemplo: la base es jazmín. Si desea probar alguna, tenemos muchos envases que…

– Éste no es el lugar -se excusó el policía-. Quiero decir que toda la sección de perfumería está tan cargada de aromas y esencias que me confundiría. Hagamos una cosa: dígame cuales son las diez marcas más vendidas y me llevo un envase de cada una.

– ¿Las va a querer en perfume, colonia o agua de colonia?

– No tengo ni idea. Envuélvame los diez productos estrella de esta sección ¡y a ver si tengo suerte!

De regreso en la UDEV, Perdomo abrió el paquete con las colonias y dispuso los diez envases en una hilera sobre su mesa de trabajo. Para no dejarse vencer por el desánimo, se ilusionó imaginando que Mila no solamente iba a ser capaz de aislar el olor en su cabeza, sino de decirle además de qué producto se trataba. Pero cuando a las tres de la mañana le despertó el teléfono de su casa y la médium le comunicó que ya tenía perfectamente aislado el olor en su cabeza, pero que no lo relacionaba con ninguna marca en concreto, el policía comprendió que iban a tener un duro trabajo por delante.

40

Perdomo se presentó en casa de Milagros a la mañana siguiente con el set de colonias y apreció que la mujer tenía casi peor aspecto que la noche en que sufrió la crisis en el Auditorio. Estaba pálida y ojerosa, e incluso parecía haber perdido pelo, como les ocurre a los pacientes cancerosos que se someten a quimioterapia.

– ¿Qué ha ocurrido? -dijo Perdomo sin poder ocultar su desasosiego.

– He sufrido unas pesadillas espantosas durante toda la noche. Me he despertado cuatro veces y cada vez que volvía a dormirme se repetía el mismo sueño.

– ¿Quieres contármelo o prefieres no volver sobre ello?

– Soñaba que me hallaba durmiendo plácidamente en mi cama y de repente me daba cuenta de que había alguien más en la habitación. Al abrir los ojos, pensaba que me había despertado, pero era parte de la pesadilla. Una criatura espantosa, mezcla de duende y demonio, se sentaba sobre mi pecho y no me dejaba respirar. Pesaba cada vez más, hasta que terminaba por aplastarme completamente.

– ¿Has dicho un… demonio?

– Una especie de diablo, sí.

– ¿Sabes que el violín de Ane tenía tatuada la cabeza de undemonio?

– No, no lo sabía.

Perdomo sacó del bolsillo de la americana su cuaderno de notas, en el que llevaba, sujetos con un clip, algunos documentos relacionados con el caso, como la misteriosa partitura hallada en el camerino de Ane, y una foto del violín que le había facilitado Carmen Garralde.

– ¿Quieres decirme si es ésta la criatura que se te apareció en tu pesadilla?

Milagros echó un vistazo a la fotografía y apartó la vista a los dos segundos, visiblemente perturbada.

– Perdona el trago, pero quería estar seguro -se disculpó el inspector tras comprobar, por la reacción de la mujer, que se trataba del mismo personaje.

– ¡No había visto ese violín en mi vida! -aseguró la médium-. En cambio, sí sé por qué mi pesadilla de esta noche tenía que ver con la asfixia. No hace falta haber leído a Proust para saber que los olores están muy relacionados con la memoria. Pues bien, hay una nota en el olor que percibí en el auditorio, como de lavanda, que me retrotrajo desde el principio a uno de los episodios más traumáticos de mi infancia. Mis padres tenían unos amigos catalanes, bastante adinerados, que solían alquilar una casa en la Costa Azul, y un año nos invitaron a pasar el verano con ellos. La villa era preciosa y tenía un jardín en el que habían plantado lavanda. Una tarde, después de comer, el hijo mayor de estos amigos, Xavier, harto quizá de que yo no le hiciera demasiado caso, empezó a torturarme por el procedimiento de colocarme en la cabeza una de esas fundas de plástico con las que se protegían antiguamente los discos de larga duración. Creyendo que estaba haciendo una gracieta, me colocó la funda en la cabeza durante la siesta, y cuando fui a quitármela, él no me dejaba. Estuvimos forcejeando durante un minuto, y estuve a punto de perder la consciencia. Creo que ha sido la vez que más cerca me he sentido de la muerte, ¡y tenía sólo catorce años!

– Suena terrorífico.

– Lo fue. ¿Y no te parece siniestro que el olor a lavanda, que la mayoría de las personas tienen asociado con apacibles paseos por la campiña francesa, a mí me traiga siempre a la memoria aquella estremecedora vivencia?

Tras este breve relato, la médium dejó solo a Perdomo durante unos minutos para ir a atender a su madre, que acababa de despertarse y exigía a grito pelado el desayuno. Durante la espera, el policía se entretuvo curioseando los libros que había en la estantería del salón y vio que Milagros había empezado a acumular una pequeña bibliografía sobre crimen y parapsicología, aunque todos los títulos estaban en inglés, desde Psychic Murder Hunters hasta Real-life Stories of Paranormal Detection. Cuando regresó, Milagros le sorprendió hojeando uno de ellos.

– Casi todo es basura, puedes creerme. Menos un británico que trabaja para Scotland Yard, que me dio buen pálpito, y una rumana de la época de Ceaucescu, que llegó a estar tan cerca del asesino que éste la estranguló.