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– Te alegrará saber que no estás sola en el mundo -dijo Perdomo devolviendo el libro a la estantería.

– Sí que lo estoy. Sola, y no alegre. Ya te dije que yo no puedo salir del armario, si me permites la expresión. Soy psicóloga de niños, y sería muy negativo para mi profesión que se supiera que de vez cuando entre en contacto con… lo que sea que hay al otro lado y sufro crisis como la de la pasada noche.

– Eso me tranquiliza, porque yo tampoco saldría muy bien parado si Galdón se enterara de que estoy recurriendo a la parapsicología para tratar de atrapar al asesino -pensó en voz alta el inspector.

Perdomo, que empezaba a sentirse cada vez más cómodo junto a Mila, se percató de que la obligación de mantener su relación en secreto les aportaba un grado de complicidad tan fuerte como el firme propósito de ambos de atrapar al culpable. La mujer se reprochó a sí misma su descortesía al ver que el policía ni siquiera se había quitado la gabardina, y tras colgársela en el guardarropa, preparó un café que ambos degustaron sentados a la mesa de la cocina. Cuando el policía empezó a desplegar su colección de frascos, Milagros preguntó:

– Ahí hay colonias muy caras. ¿Cuánto te ha costado todo el lote?

– Para el sueldo de un policía, es una fortuna, pero estoy jugando con el cálculo de probabilidades. Con que haya un veinte por ciento de margen de que el olor del asesino esté entre éstos, la inversión está más que justificada.

Bajo la atenta mirada del inspector, Milagros empezó a rociarse la muñeca con cada uno de los productos y tras cada vaporización le iba haciendo un gesto negativo con la cabeza. En cinco minutos llegaron a la conclusión de que el que buscaban no estaba entre ellos. Perdomo se levantó mortificado de la silla y exclamó:

– ¡Me está bien empleado! Ha sido como comprar un décimo de lotería y que no te toque. Pero la resolución de un asesinato no puede estar en manos del azar; hay que hacer las cosas bien. ¿Tienes posibilidad de dejar la consulta durante un par de días?

– ¿Cuándo?

– Mañana.

– Imposible. Al margen de consideraciones económicas, a los padres de los críos les contraría mucho cuando empiezo a cambiarles de día las sesiones; son ellos los que tienen que traerlos y recogerlos en mi consulta. Y además, ahora estoy tratando a una niña con ansiedad de abandono permanente a la que no puedo dejar tirada.

– ¿Y el fin de semana?

– Podría ser, siempre que consiga a alguien para que cuide de mi madre. ¿Adónde me quieres llevar?

– ¿Has oído hablar de Rafael Orozco, apodado «El Alquimista»?

– ¿El perfumista? Claro. ¿Dónde vive?

– En la Costa Azul. Estás en tu derecho de negarte: te estoy pidiendo que regreses al lugar donde viviste la más horrible pesadilla de tu vida.

41

Rafael Orozco era natural de Priego, en la provincia de Córdoba, pero de niño sus padres se habían visto forzados al exilio y él se había educado en un colegio en Niza. Cuando terminó el bachillerato anunció a su familia que quería ser o arquitecto o compositor. Las malas notas le impidieron ser lo primero y el deseo de ganar dinero, para poder emanciparse del hogar paterno cuanto antes, lo segundo. El padre de un amigo le ofreció su primer empleo en la cercana ciudad de Grasse, el centro mundial de la industria de perfumes y fragancias, y escenario de gran parte de la novela El perfume,de Patrick Süskind. Ni los años ni la distancia le habían hecho olvidar sus raíces, y Orozco se había hecho traer de su ciudad natal un olivo centenario que había arraigado con fuerza en su fabuloso jardín, gracias al buen clima de la zona.

Durante la extensa conversación telefónica que Perdomo había mantenido con él, para averiguar si estaba dispuesto a colaborar en una investigación policial, el perfumista se reveló como un hombre excepcionalmente dotado para las relaciones sociales y acreditó su fama de irresistible mujeriego. Orozco le informó de que en Grasse, una ciudad de menos de cincuenta mil habitantes, existían nada menos que tres museos dedicados a la perfumería: el Molinard, el Fragonard y el Museo Internacional de la Perfumería, que fue donde él empezó a trabajar como guía.

– Ahora sólo soy un madurito con pegada -explicó a Perdomo-, pero con dieciocho o diecinueve años no había mujer que se me resistiera. Así que durante aquellos primeros años en Grasse me llevaba una turista a la cama casi todos los días. ¡Algunas hasta me dejaban propina debajo de la almohada!

Al poco de ingresar en el museo, Orozco había experimentado una epifanía. Se dio cuenta de que todos aquellos perfumes que él mostraba cada día en el museo no habían sido caprichosamente mezclados por la Madre Naturaleza, sino que detrás de cada uno de ellos había un larguísimo proceso de elaboración por parte del hombre. Esto le llevó a solicitar un puesto de aprendiz en la firma Moulinsart, donde gracias a su talento y perseverancia logró ascender en cuatro años al puesto de ayudante de perfumista. Orozco disfrutó de la suerte del principiante, porque su primera creación, un perfume de mujer llamado Eurídice, resultó un éxito mundial.

– De joven soñaba con llegar a componer una ópera algún día y Eurídice me permitió rendir mi particular homenaje a la mujer de Orfeo, protagonista de la primera ópera de la Historia.

Cuando Orozco se enteró de que su intervención podía ser crucial en la identificación de un peligroso criminal se mostró entusiasmado -«¡me siento como si estuviera en una novela de Agatha Christie!»- e insistió en que tanto el policía como la médium se hospedaran en su casa.

– El taller lo tengo en Grasse, que está en el interior -le explicó el perfumista-, pero vivo en Niza, lo cual me obliga a recorrerme todos los días sesenta kilómetros. Es que no puedo estar un solo día sin ver el mar.

Perdomo, sin embargo, declinó el ofrecimiento y prefirió reservar un par de habitaciones en un modesto hotel de Grasse de tres estrellas llamado, muy apropiadamente, Les Parfums. Estaba en la parte alta y las vistas a la ciudad medieval eran deliciosas.

Mila y Perdomo se embarcaron en un vuelo barato para Niza el sábado por la mañana, después de que la médium lograra convencer a su madre para que se quedara al cuidado de su hijo. El plan era coger luego un autobús hasta Grasse y, tras tomar posesión de las habitaciones, telefonear a Orozco para quedar con él en su estudio.

Durante el vuelo, Mila quiso saber en qué iba a consistir exactamente la intervención de El Alquimista, pero el policía le confesó que ni él mismo lo sabía.

– Le expliqué que tenía que ayudarnos a identificar una colonia y me aseguró que él era la persona indicada. Pero no llegó a decirme cómo pensaba hacerlo ni (lo que supongo que más te debe preocupar, dado que tienes que estar en Madrid el lunes sin falta) cuánto tiempo nos va a llevar todo el proceso.

Comoquiera que el policía no volvió a abrir la boca en todo el trayecto, Mila le preguntó al bajar del avión si le ocurría algo.

– ¿Y a ti? -replicó el inspector-. Te he notado más circunspecta que de costumbre; ¿es a causa de esa paciente de la que me has hablado?

Mila le dedicó una sonrisa que quería decir «cómo me gusta que seas capaz de percibir mis estados de ánimo» y le aclaró que su mente no estaba en ese momento en la consulta, sino en la misión que tenían por delante.

– No hago más que dar vueltas a lo que le voy a contar al perfumista, pero más allá de la nota de lavanda, de la que ya te he hablado, ¿qué más le puedo decir? Describir una fragancia no es lo mismo que describir una cara. Me faltan las palabras, ¿sabes? Como si tuviera que describir el color rosa a una persona ciega.