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– O el sonido del violín a una persona sorda -remató el policía-. No pienses en eso ahora -continuó-. Él es el experto y encontrará algún camino para que puedas «verbalizar el olor». Mucho más grave es la cuestión de qué hacía el asesino oculto tras la tercera hilera de butacas.

– ¿A qué te refieres?

Perdomo extrajo su libreta de interrogatorios, en la que durante el vuelo había dibujado un esquema del lugar del crimen.

– Esto es un croquis de la Sala del Coro donde asesinaron a Ane. Perdóname, nunca he sabido dibujar.

– Tú detectaste el olor entre la tercera y la cuarta hilera de las butacas destinadas a los espectadores, que es donde se ocultó el asesino, ¿no es así?

– Sí, en efecto.

– El criminal sabía por cuál de las cuatro puertas entraría su víctima, porque era la más cercana al camerino de Ane. Si quería sorprenderla para saltar sobre ella en cuanto entrase, ¿por qué se ocultó ahí? ¿No hubiera sido más lógico esconderse detrás de la puerta o tras la grada de los cantantes? Para llegar hasta ella desde el lugar que había elegido como escondite tenía que descender un tramo de empinada escalera (te recuerdo que ambos estuvimos a punto de tropezar aquella noche en el Auditorio) y rodear la tarima en la que estaba el piano. ¿Para qué molestarse tanto?

– Ya veo lo que quieres decir.

– Por otro lado, estoy convencido de que si el asesino…

– O asesina -apostilló Milagros.

– O asesina. Si logró que Ane acudiera a la Sala del Coro es porque la conocía. Pero entonces ¿por qué esconderse de ella?

– No entiendo. ¿Adónde quieres ir a parar?

Durante unos momentos, Perdomo dudó de si debía compartir tanta información con aquella mujer. Pero ya era demasiado tarde para retroceder, así que le confesó su más íntima sospecha.

– ¿Y si el asesino no se ocultó de su víctima?

– ¿Pues de quién si no?

– De la persona que estuvo a punto de sorprenderle en el acto mismo de estrangular a Ane: Claudio Agostini. Fue él quien descubrió el cuerpo, ¡y lo hizo tan pronto que el asesino o asesina estaba todavía dentro de la sala!

– ¡Pero eso que dices es aterrador!

– Y que lo digas. Si Agostini no lo hizo, cosa de la que únicamente podremos estar seguros cuando identifiques la colonia, sólo puede haber otra explicación, y es la siguiente: el criminal mató a Ane, la dejó sobre el piano, escribió con sangre la palabra Iblis sobre su pecho y comenzó a subir la escalera para huir por una de las puertas superiores. En ese momento escuchó a alguien entrar en la sala y lo único que alcanzó a hacer es ponerse cuerpo a tierra entre las butacas, para ocultarse.

– Si esa teoría es cierta, Agostini pudo estar a un tris de morir también asesinado aquella noche. Y también explicaría el altísimo nivel de estrés del criminal, que ha hecho que yo pueda haber captado su presencia días más tarde.

Pero Perdomo ya no le estaba prestando atención, porque había visto, a través del cristal que separaba el control de policía de la salida, que Rafael Orozco en persona había ido a recogerles.

42

El perfumista conducía un Rover P6 3500 de cambio automático, el mismo modelo en el que había perdido la vida la princesa Grace de Mónaco, en 1982. Orozco les explicó que era bastante supersticioso, y que había removido Roma con Santiago hasta encontrar ese vehículo -que había pintado incluso del mismo color dorado- en el convencimiento de que, por cálculo de probabilidades, era imposible que el mismo coche sufriera un accidente en el mismo tramo de carretera en el que había tenido el accidente la famosa actriz.

– El lugar por el que despeñó está sólo a veinte kilómetros. Si quieren, puedo mostrárselo -dijo Orozco como si estuviera hablando de ir a visitar un belvedere.

Tanto la médium como el policía hicieron saber al perfumista que iban justos de tiempo. Se podían quedar en Grasse tan sólo veinticuatro horas y debían aprovechar al máximo el poco tiempo del que disponían.

– Hoy almuerzan en mi casa Villa Eurídice, y a primera hora de la tarde les llevo a visitar el Museo Internacional de la Perfumería, donde fui guía. Después de la puesta de sol, que es cuando se despierta mi sentido del olfato, nos encargaremos de identificar esa misteriosa fragancia.

Por la manera que conducía el cordobés, sus dos invitados llegaron a la conclusión de que su más íntimo deseo era repetir, y no evitar, el accidente de la célebre princesa. Pero como el hombre no paraba de hablar, no resultaba fácil implorarle que moderara su velocidad.

– Llevo treinta y cinco años siendo el número uno de la perfumería mundial, por eso me llaman «El Alquimista». Nadie me cuestiona ni puede ya hacerme sombra. Hay gente muy buena, entiéndame, pero son de otra generación. Yo aprendí por las malas (la letra con sangre entra) y en mi juventud tuve que memorizar más de tres mil olores, sin saber siquiera si de verdad podía llegar a triunfar en este oficio.

Orozco les insistió para que se quedaran hasta el lunes, pues quería presentarles a George Clooney, con el que estaba empezando a diseñar una fragancia.

Cuando ya pensaban que iba a ser inevitable que tuvieran un accidente, Orozco dio un brusco frenazo y se detuvo frente a la verja de su suntuosa villa, en cuyo jardín reinaba majestuoso un olivo de más de quince metros de altura.

La pareja de investigadores se extrañó de no detectar apenas servidumbre pululando por la villa, a pesar de que era de notables dimensiones. Los aperitivos, por ejemplo, les fueron servidos por Orozco en persona, que preparó con mano magistral los gimlet y dry martini que le solicitaron sus invitados y se encargó de llevárselos hasta el posavasos; el jardín era, según palabras de su propietario, «para vagos», de esos en los que las plantas tienen que hacer la mayor parte del trabajo por sí mismas, incluido defenderse de plagas y enfermedades: un patio con jardineras y macetas, una pradera de césped con arbustos y flores de temporada y poco más.

– Me gusta la soledad -les explicó-. No tengo apenas criados, ni perro, ni hijos. Amigos, los cuatro imprescindibles, y después de mi último divorcio, he renunciado a volver a casarme.

Orozco les habló con pelos y señales del conflicto que había servido de detonante a su última crisis conyugal, pues ya se había divorciado en dos ocasiones. Lily, su mujer, había descubierto en Villefranche, en las afueras de Niza, la casa de sus sueños. Había pertenecido al rey de Bélgica, y llegó a ser un hospital para víctimas de la Primera Guerra Mundial. Pedían por ella trescientos millones de euros.

Perdomo y Ordóñez se miraron estupefactos al escuchar la cantidad.

– Mi esposa era hija de un magnate libanés, todo el dinero que tenía le venía por herencia. Al día siguiente de entregar ella la paga y señal, la acompañé a ver la casa y ¿quieren creer que no pude pasar de la puerta de entrada? A causa del olor, naturalmente, que me resultaba insoportable. Supe en el acto que jamás seríamos capaces de ventilar la mansión en grado suficiente para hacerlo desaparecer. Era un pestazo a ambientador eléctrico con perfume de mandarina que me resultaba vomitivo. Entre una casa de trescientos millones y un marido con problemas de erección, Lily escogió la casa, como haría cualquier mujer sensata.

Tras una deliciosa comida en el porche, en la que degustaron, entre otras exquisiteces, los afamados buñuelos de flor de calabacín, Orozco quiso llevarlos a dar un paseo por los alrededores, para mostrarles los highlights de la zona, incluida la casa en la que había fallecido la cantante Edith Piaf.

Aunque Perdomo renunció al tour nicense, no pudo por menos que recordar que el amante de Piaf había perdido la vida en el mismo avión que Ginette Neveu, la última propietaria, según Lupot, del violín del diablo.