Instalado en su sillón de trabajo, frente al órgano, Orozco transmitía un aire de seguridad y confianza en sí mismo comparable al de un comandante de aviación sentado a los mandos de un Jumbo 747.
– Descríbame cómo es ese olor -le dijo a Mila, sin siquiera dirigirle la mirada.
– Huele a lavanda -respondió ésta con un temblor en la voz, como si fuera una opositora frente a un tribunal de cinco catedráticos.
– Ésa debe de ser sin duda la nota de salida del perfume -afirmó El Alquimista-. Por eso es lo que a usted más le ha llamado la atención. Verán, una colonia o un perfume está formado por varias sustancias o notas que nosotros subdividimos en tres grandes grupos, en función de la volatilidad de las materias primas que lo componen. Las de salida tienen un tiempo de evaporación muy corto, son poco tenaces, pero son las que te golpean nada más abrir el frasco.
Mila recordó cómo le había comenzado a brotar sangre de la nariz en cuanto percibió extrasensorialmente el olor, pero no interrumpió al experto.
– La lavanda es una de esas notas de salida, pero hay más: limón, naranja, bergamota, etc. Luego están las notas de cuerpo, que son un poco más estables, y finalmente las de fondo, que podríamos comparar al «post gusto» de un buen vino. Permanecen en la piel durante horas, o incluso días enteros, y proporcionan al perfume su redondez, su armonía de conjunto. ¿Qué más me puede decir de esa fragancia?
La médium miró a Perdomo como pidiendo ayuda y Orozco captó cuál era el problema.
– Tiene el olor en la cabeza pero no es capaz de desestructurarlo en sus componentes esenciales, ¿no es eso? Pas de problème, madame Ordóñez,para eso estoy yo aquí. Sabiendo que la nota principal de salida es lavanda, hemos eliminado cientos de posibilidades. Ahora vamos a tratar de establecer las notas de cuerpo y de fondo. Dígame si esta sustancia está en el perfume.
Mila extendió la muñeca para que el perfumista vaporizara el producto sobre ella, pero el hombre negó con la cabeza:
– Lo tiene que oler directamente del tornasol, si no, los elementos químicos que hay en su piel interactúan con las sustancias y la modifican.
Durante horas, y por el procedimiento de ensayo y error, el perfumista y la médium fueron eliminando familias enteras de olores y sus correspondientes subespecies, mientras Perdomo entraba y salía cada cierto tiempo del estudio para despejarse la cabeza. Si le maravillaba la destreza de Orozco manejando los tubos de su órgano, también le pareció asombrosa la rotundidad con la que Mila negaba o asentía con la cabeza, en función de la tirilla de papel que el otro le acercaba a la nariz. La mujer no le había mentido cuando afirmó que tenía el olor firmemente arraigado en la memoria.
Sobre las tres de la mañana, Perdomo empezó a sentir que se le cerraban los párpados, y a las cinco y cuarto, cuando estaba comenzando a amanecer, le despertó la médium con una ligera sacudida para anunciarle que el perfumista había identificado la colonia.
– Es una colonia alemana que fabrican en Wiesbaden -afirmó muy orgulloso El Alquimista-. Notas de salida: lavanda de los Alpes, limón, mandarina, bergamota de Messina y albahaca de los Comores. Notas de cuerpo: geranio y lirios del valle. Notas de fondo: vetiver de Haití, sándalo de la India, ámbar, almizcle y musgo de roble. Su nombre es Hartmann. ¿Quiere saber cómo huele?
Orozco tenía en una mano un vial con una pequeña concentración del producto, que había logrado elaborar en su órgano, y en la otra una tirilla de papel tornasol, cuya punta humedeció en el frasquito y acercó a la nariz del inspector. Éste se estremeció al aspirar la fragancia, que olía, tal como había adelantado Mila, a lavanda, y no pudo evitar pensar que aquella colonia era lo último que había respirado Ane antes de morir.
A preguntas del policía, el perfumista le aclaró que se trataba de una colonia muy poco conocida y difícil de conseguir, por lo que se podía convertir en un elemento fundamental para identificar al sospechoso.
– Yo he cumplido mi parte del trato, inspector Perdomo -señaló Orozco-. Ahora dígame a quién estamos buscando.
El policía le puso en antecedentes, le informó de que varias personas tenían motivos para matar a Ane Larrazábal pero que aún no había nadie imputado, y obvió lo más importante: cómo había llegado el olor a la memoria de Mila. Pero el cordobés no estaba dispuesto a aceptar una versión descafeinada de los hechos y asaeteó a preguntas al policía hasta arrancarle la verdad. Al mencionar que Ordóñez había detectado el olor del presunto asesino por medios extrasensoriales, la reacción de Orozco no fue de burla, ni siquiera de velado escepticismo; por el contrario, se mostró enormemente interesado por el relato de la médium y aportó su propia experiencia:
– De puertas afuera, todo el mundo niega que existan este tipo de percepciones, porque lo más normal es que si hablas de ellas en público te tomen por un enajenado mental y te conviertas en objeto de mofa. Pero ¿saben qué les digo? Las personas que hemos vivido experiencias extrasensoriales no necesitamos que nadie venga a demostrarnos nada. Cuando falleció mi hermano pequeño en accidente de automóvil, de esto hace justo seis años, él se hallaba de vacaciones en México y yo me encontraba en mi casa de Niza. Pues bien, a la misma hora en que ocurrió el accidente, las cinco de la tarde, hora de allí y medianoche en Europa, yo me desperté gritando de pánico y tuve que acudir a urgencias porque me encontraba en estado de shock. ¿Qué otra explicación puede haber a este fenómeno si no es la de que, por algún medio que se nos escapa, yo percibí la muerte de mi único hermano en el instante mismo en que se estaba produciendo?
Mila y Perdomo se alegraron de haber encontrado a una persona tan competente y confiable como Orozco y lamentaron no poder quedarse en Niza al menos otras veinticuatro horas para poder celebrar con él la identificación de la colonia. El cordobés insistió en acompañarles hasta el hotel y les prometió que iría a recogerles por la tarde para llevarles hasta el aeropuerto.
– Les llevaré un regalo sorpresa, como despedida -dijo guiñándoles un ojo.
Después de comer, Orozco cumplió su palabra y los montó en su Rover para llevarlos hasta el aeropuerto de Niza. La sorpresa era, como no podía ser de otra manera, un frasco de colonia Hartmann de 150 mililitros que el perfumista había comprado en el establecimiento más renombrado de Grasse. Al policía le impresionó que el envase fuera de color rojo oscuro, como la sangre que había empleado como tinta el asesino. Perdomo hizo un simulacro de querer abonarle el envase, pero, tal como había temido, Orozco no quiso ni oír hablar del asunto.
Como iban sobrados de tiempo, el perfumista, que no podía olvidar que había sido guía en su juventud, insistió en mostrarles -«no tienen ni que bajarse del coche»- algunos edificios célebres de la ciudad. Tras enseñarles el hotel Negresco y el Museo Matisse, su anfitrión les señaló la casa donde había fallecido -«al parecer endemoniado y sin haber recibido la extremaunción»- el gran violinista Niccolò Paganini.
– ¡Pare! ¡Pare aquí mismo! -se oyó gritar a Mila desde el asiento posterior del Rover.
Perdomo la miró: estaba lívida. La mujer salió atropelladamente del vehículo y sólo acertó a decir:
– ¡La casa! ¡Ésta es la casa donde, cuando era pequeña, estuve a punto de morir!
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La tarde del miércoles 27 de mayo de 1840, el hijo de Niccolò Paganini, Achille Ciro, se presentó en el palacio episcopal de Niza para solicitar de monseñor Galvani que acudiera a su casa para confesar a su padre y suministrarle la extremaunción, ya que, según el médico que le atendía, la muerte podría sobrevenirle en cuestión de horas. Galvani, que sentía verdadera aversión por el músico, tanto moral como puramente física, se las arregló para no descomponer el gesto durante la breve entrevista con Achille y con una sonrisa beatífica le prometió que acudiría lo antes posible.