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– All the lonely people -exclamó Perdomo al leer el título del disco-. ¡Eso es un verso de «Eleanor Rigby» de los Beatles!

– ¡Premio! -gritó Elena-. La pieza que cierra el disco es un concierto para trombón lleno de citas musicales a esa canción. ¿Qué te parece, Gregorio?

El chico había quedado cautivado por la simpática portada del cedé, aunque confesó a Elena que nunca había escuchado una pieza para trombón y que no podía asegurarle que le fuera a gustar.

– Elena se ha traído el trombón -dijo Perdomo, tratando de buscar más conexiones entre la chica y su hijo-. ¿Quieres verlo?

La trombonista vio, por la expresión del chico, que éste estaba francamente intrigado por el instrumento, así que fue a por el estuche y lo abrió en presencia de sus dos anfitriones.

La caja estaba forrada por dentro de terciopelo rojo y a Gregorio le pareció que las dos partes del dorado instrumento refulgían como los brazos de C3PO, el robot-mayordomo de La guerra de las galaxias. A su padre, en cambio, el conjunto le retrotrajo a la época de las justas medievales, cuando los instrumentos de viento anunciaban el comienzo del torneo. Elena encajó la vara en la parte del pabellón, extrajo la boquilla de un compartimiento interior que había en la funda y la colocó en el extremo de la vara.

– ¡Ya está listo! ¿Alguien se anima?

Tanto el padre como el hijo rehusaron con una risita nerviosa el ofrecimiento, lo cual provocó una reflexión por parte de Elena.

– La gente piensa que extraer un sonido del trombón es muy difícil, pero en realidad sólo hace falta saber hacer una pedorreta.

La instrumentista desmontó de un tirón la boquilla metálica, que tenía la forma de un pequeño cáliz, y se la llevó a la boca. Para sorpresa de Perdomo y Gregorio, aquello empezó a emitir de repente sonidos musicales. Elena les hizo luego sonreír emitiendo algunas pedorretas con los labios y finalmente llevó a cabo esos mismos sonidos con la boquilla.

– Sin la vibración de los labios no sale nada, ni siquiera una nota. Voy a volver a colocar la boquilla en el instrumento y a soplar por ella, sin hacer la pedorreta, veréis lo que ocurre.

Elena cogió dulcemente la mano derecha de Perdomo y la acercó a la campana del instrumento. Luego sopló por la embocadura y lo único que se escuchó fue el flujo de aire caliente viajando por el tubo y saliendo por el otro extremo. A Perdomo le pareció de un enorme erotismo recibir el aire húmedo y caliente de Elena en la palma de una mano que ella seguía sosteniendo delicadamente, pero no hizo nada por prolongar aquel momento de éxtasis. La posibilidad de que Gregorio pudiera percibir cualquier intento de flirteo entre él y la chica le ponía demasiado nervioso.

– ¿Y esto qué es? -dijo el chaval intentando abrir una pequeña válvula que había en la vara.

– ¡No lo toques! -le reprendió la chica, lo que hizo que Gregorio retirara la mano del instrumento como si le hubiera mordido un escorpión-. Es la válvula de saliva -añadió luego la chica riendo-. Periódicamente, hay que vaciar de ¡ejem! el instrumento, pero mientras tanto, se va acumulando todo ahí. Afortunadamente para ti, estaba limpia.

– Ahora que ya sabemos cómo funciona, ¿por qué no nos tocas algo? -sugirió Perdomo.

– Con mucho gusto, aunque os advierto que me falta el acompañamiento. A ver si os suena esto.

Elena movió un par de veces atrás y adelante la vara del trombón, para comprobar que estaba bien lubricada, y tras un instante de silencio, empezó a desgranar con gran elegancia y sentimiento la melodía de «Summertime», de George Gershwin, que sus dos espectadores escucharon con atención reverente. Cuando terminó, la aplaudieron con energía y ella trató de quitarse importancia.

– El mérito es de Gershwin, que era un genio absoluto. ¿Sabéis que esta melodía, que tiene más de cuatro mil versiones en el mercado, está construida con sólo seis notas? Menos que las que tiene una escala, escuchad.

Y tocó lentamente las seis sencillas notas que conformaban la prodigiosa canción de cuna del compositor neoyorquino.

– ¡Fantástico! -exclamó Perdomo-. Si os parece, podemos escuchar algo del disco que has traído a Gregorio mientras cenamos. Después le echaremos un vistazo al violín de Gregorio, aunque ya te advierto que no es una visión muy agradable.

Mientras Perdomo se levantaba a calentar las albóndigas en el microondas, Elena guardó el trombón en el estuche y fue contando algunas anécdotas a Gregorio acerca del músico al que ella tanto admiraba.

– A Christian Lindberg lo que le gustaba de joven era el jazz, pero sólo puedes aprender a tocar el trombón en un conservatorio, con repertorio clásico, así que tuvo que pasar por el aro. En dos años ya estaba en una orquesta, pero ¿sabes qué le ocurrió cuando le ascendieron a primer trombón? Empezó el concierto y durante los veinte primeros minutos no tocó una sola nota. Luego tocó un ratito y después estuvo otros veinte minutos sin hacer nada, así que se dijo: «¡No lo soporto!». Y es que no hay solos de trombón en la música clásica.

– ¿Tú tocas jazz?

– Todos los viernes, en un bar del centro que se llama Blue Note. Pero no te invito a venir porque sirven bebidas alcohólicas y no dejan pasar a menores.

Elena y Gregorio consiguieron por fin extraer el cedé de la caja y enseguida empezó a sonar el concierto para trombón de Rimski Korsakov.

– ¡Ya está la comida! -anunció Perdomo con la fuente de las albóndigas en una mano y el recipiente de la salsa en la otra.

– Tengo que ir un momento al baño -se excusó Elena.

– Al fondo del pasillo, a la izquierda. Espera, no, usa mejor el mío, que el otro tiene la cisterna atascada.

La chica se hizo escoltar hasta el aseo; cuando volvió al comedor, Perdomo aprovechó para conocer las primeras impresiones de su hijo.

– ¿Qué te parece?

– Mola.

– ¿Lo ves? Hay que dar un margen de confianza a las personas.

Ambos cambiaron rápidamente de tema al escuchar la cisterna del baño y luego los pasos de Elena, acercándose a ellos por el pasillo.

– ¡Qué gracia! -dijo nada más aparecer por la puerta-. Usas Hartmann, ¡la misma colonia que yo!

48

El inspector Perdomo se tuvo que hacer repetir la frase porque no daba crédito a lo que acababa de confesarle Elena. Luego, con un hilo de voz, y totalmente conmocionado ante la posibilidad de que la trombonista pudiera ser la persona que andaba buscando, dijo:

– No usas Hartmann, sino Cristalle de Chanel. Por lo menos ésa es la colonia que llevabas el día en que me encontré contigo en la Sala del Coro y la que te has puesto para venir a mi casa esta noche. Lo sé porque mi mujer usaba esa misma marca.

Elena se dio cuenta enseguida, por el tono de voz de Perdomo y su brusco cambio de actitud, que algo extraño pasaba, y reaccionó en consecuencia.

– ¿Qué te ocurre? Parece como si se te hubiera muerto un pariente. Sólo estamos hablando de una colonia.

Perdomo notó que habían empezado a sudarle las manos, así que trató de serenarse y se preparó para interrogar a Elena de manera que ésta no se diera cuenta de que ahora estaba en el punto de mira de un inspector de Homicidios.

– Perdona, es que todo lo que tiene que ver con los recuerdos de mi esposa siempre me altera. ¿Qué es eso de que usas Hartmann?

– Es la que he estado usando estos últimos meses. Ahora estoy probando otras, porque Hartmann es muy difícil de encontrar, pero ninguna me convence.

– La noche en que yo te conocí, ¿la llevabas puesta?