– Adelante -dijo Colin indiferente cuando cabeceó hacia la colina que se empinaba sobre el curso del juego.
– Está allí mismo.
Daphne alzó la vista.
– ¿Penélope aquí?
– ¿Penélope aquí? -Ladró Anthony-. ¿Por qué?
– Es mi esposa -replicó Colin.
– Nunca había asistido antes.
– Quiso verme triunfar -devolvió en el acto Colin, recompensando a su hermano con una empalagosa y desbocada sonrisa.
Anthony resistió el impulso de estrangularlo. Apenas.
– ¿Y cómo sabes que vas a ganar?
Colin agitó el mazo negro ante él.
– Ya lo tengo.
– Buenos días a todos -dijo Penélope, bajando a la reunión.
– No victorees -le advirtió Anthony.
Penélope parpadeó confusa.
– ¿Te pido perdón?
– Y bajo ninguna circunstancia -siguió él-, porque realmente, alguien tiene que asegurar que el juego conservará algo de integridad, puedes estar a menos de diez pasos de tu marido…
Penélope miró a Colin, contó en su cabeza nueve pasos, estimó la distancia entre ellos, y dio un paso atrás.
– No habrá ninguna trampa -advirtió Anthony.
– Al menos ningún nuevo tipo de trampa -añadió Simón-. Técnicas engañosas ya establecidas están permitidas.
– ¿Puedo hablar con mi marido durante el transcurso del juego? -preguntó suavemente Penélope.
– ¡No! -corearon resonantes tres fuertes voces.
– Tú notarás -le dijo Simón-, que no hice ninguna objeción.
– Como dije -acotó Daphne, rozándolo a su paso para inspeccionar el terreno-, tú no has nacido en esta familia.
– ¿Dónde está Edwina? -preguntó Colin con bríos, echando un vistazo hacia la casa.
– Estará abajo dentro de poco -contestó Kate-. Estaba terminando el desayuno.
– Retrasa el juego.
Kate se dio vuelta hacia Daphne.
– Mi hermana no comparte nuestra devoción por el juego.
– ¿Piensa que estamos todos locos? -preguntó Daphne.
– Bastante.
– Bien, es encantadora por venir cada año -dijo Daphne.
– Esta es la tradición -ladró Anthony. Había conseguido enganchar el mazo naranja y lo balanceaba contra una pelota imaginaria, entrecerrando sus ojos mientras ensayaba su puntería.
– Él no habrá estado practicando el juego, ¿verdad? -preguntó Colin.
– ¿Cómo podría? -Respondió Simón-. Apenas marcó esta mañana. Todos lo vimos.
Colin lo ignoró y se giró hacia a Kate.
– ¿Hizo recientemente alguna extraña desaparición nocturna?
Ella bostezó.
– ¿Piensas que ha estado escapándose para jugar al palamallo a la luz de la luna?
– No me extrañaría nada -refunfuñó Colin.
– Ni a mí -replicó Kate-, pero te aseguro que ha estado durmiendo en su propia cama.
Colin manifestó.
– Eso es un asunto de tu incumbencia.
– Esta no es una conversación apropiada para tener delante de una dama -dijo Simón, pero estaba claro que estaba disfrutándolo.
Anthony le lanzó a Colin una mirada irritada, luego dirigió una en dirección a Simón por si acaso. La conversación se ponía absurda, y se estaba pasando el tiempo para que ellos comenzaran el partido.
– ¿Dónde está Edwina? -exigió él.
– La veo bajando la colina -contestó Kate.
Él levantó la vista para ver a Edwina Bagwell, la hermana menor de Kate, bajando trabajosamente la cuesta. Nunca había sido muy buena para ejercicios al aire libre, y bien podía imaginarla suspirando y poniendo sus ojos en blanco.
– Rosado para mí este año -declaró Daphne, arrancando uno de los mazos restantes del montón-. Aparentemente también, me siento femenina y delicada -Echó una mirada maliciosa a sus hermanos.
Simón llegó detrás de ella y seleccionó el mazo amarillo.
– Azul para Edwina, desde luego.
– Edwina siempre elige azul -dijo Kate a Penélope.
– ¿Por qué?
Kate hizo una pausa.
– No sé.
– ¿En cuanto al púrpura? -preguntó Penélope.
– ¡Ah!, nunca usamos ese.
– ¿Por qué?
Kate hizo una pausa otra vez.
– No sé.
– La tradición -insertó Anthony.
– ¿Entonces por qué cambia el resto de ustedes colores cada año? -persistió Penélope.
Anthony se giró hacia su hermano.
– ¿Siempre hace tantas preguntas?
– Siempre.
Él se volvió hacia Penélope y dijo:
– Nos gusta de esta manera.
– ¡Estoy aquí! -Gritó Edwina alegremente cuando se acercó al resto de los jugadores-. ¡Ah, azul otra vez! ¡Que atentos!
Ella recogió su equipo, luego girando hacia Anthony.
– ¿Jugamos?
Él dio una cabezada, luego giró hacia Simón.
– Tú eres el primero, Hastings.
– Como siempre -murmuró, y dejó caer la pelota en posición de partida- ¡Abran paso! -Advirtió, aun cuando nadie obstaculizaba su trayecto. Hizo retroceder su mazo y luego sacó hacia adelante con un magnífico golpe. La pelota partió a través del césped, directa y certera, aterrizando a unas yardas del siguiente terreno.
– ¡Ah, bien hecho! -aclamó Penélope, aplaudiendo sus manos.
– Dije nada de ovaciones -se quejó Anthony-. ¿Podría alguien seguir las instrucciones este día?
– ¿Incluso para Simón? -Devolvió Penélope-. Pensé que era sólo para Colin.
Anthony dejó su pelota con cuidado.
– Estás distrayéndome
– Como si el resto de nosotros no estuviéramos distrayéndonos -comentó Colin-. Alienta de lejos, querida.
Pero ella se mantuvo silenciosa cuando Anthony apuntó. Su golpe fue aún más poderoso que el del duque, y su pelota echó a rodar aún más lejos.
– Hmmm, mala suerte allí -dijo Kate.
Anthony la miró con suspicacia.
– ¿Qué piensas? Eso fue un golpe brillante.
– Bien, sí, pero…
– ¡Fuera de mi camino! -ordenó Colin, marchando a la posición de partida.
Anthony y su esposa se miraron fijamente.
– ¿Qué piensas tú?
– Nada -dijo ella con brusquedad-, sólo es una tontería, está indudablemente embarrado allí.
– ¿Embarrado?
Anthony miró su pelota, luego hacia atrás a su esposa, entonces otra vez a la pelota.
– No ha llovido durante días.
– Hmmm, no.
Él miró hacia atrás a su esposa. Enfureciéndose, diabólico, muy pronto iba a encerrar a su esposa en un calabozo
– ¿Cómo se embarró?
– Bien, quizás no… fangoso.
– No fangoso -repitió él, por lejos con más paciencia que la que ella merecía.
– Encharcado podría ser más apropiado. -Las palabras le fallaron.
– ¿Cubierto de charcos?
Ella frunció levemente su cara.
– ¿Cómo hace una para dar un adjetivo de charco?
Él dio un paso en su dirección.
Ella se lanzó detrás de Daphne.
– ¿Qué pasa? -preguntó Daphne, intercediendo entre ambos
Kate sacó su cabeza y rió triunfalmente.
– Realmente creo que va a matarme.
– ¿Con tantos testigos? -preguntó Simón.
– ¿Cómo -exigió Anthony-, se formó un charco en medio de la primavera más seca que recuerde?
Kate le brindó otra de sus amplias sonrisas molestas.
– Derramé mi té.
– ¿Cómo para llenar un charco entero?
Ella se encogió.
– Estaba frío.
– Frío.
– Y sedienta.
– Y al parecer torpe, también -acotó Simón.
Anthony lo miró airadamente.
– ¿Bien, si vas a matarla -dijo Simón-, te importaría esperar hasta que mi esposa estuviera lejos de ustedes dos?
Él se dio vuelta hacia Kate.
– ¿Cómo sabías donde hacer el charco?
– Eres muy predecible -contestó ella.
Anthony estiró sus dedos y midió su garganta.
– Cada año -dijo ella riéndose directamente de él- te posicionas siempre en el mismo punto de partida, y siempre golpeas la pelota precisamente por el mismo camino.