Colin decidió ese momento para hablar.
– Tú juegas Kate.
Ella salió corriendo detrás de Daphne y se escabulló en dirección al poste de partida.
– Todo es limpio, querido esposo -gritó alegremente. Y luego se dobló hacia adelante, apuntado, y haciendo volar la pelota verde.
Directamente en el charco.
Anthony suspiró feliz. Había justicia en este mundo, después de todo.
Treinta minutos más tarde Kate esperaba por su pelota cerca del tercer terreno.
– Lástima lo del fango -dijo Colin, dando un paseo por delante.
Ella lo miró airadamente.
Daphne pasó poco después.
– Tienes un poco en… -hizo señas hacia su cabello-. Sí, allí -añadió cuando Kate limpió con furia otra vez su sien-. Aunque haya un poco más, bien… -aclaró su garganta-, eh… por todas partes.
Kate la miró airadamente.
Simón dio un paso uniéndose. ¿Buen Dios necesitaba cada uno pasar por el tercer terreno en su camino hacia el quinto?
– Tienes un poco de lodo -dijo él amablemente.
Los dedos de Kate se aferraron más fuerte alrededor de su mazo. Su cabeza estaba muy, muy cerca.
– Pero al menos está mezclado con el té -añadió él.
– ¿Tiene eso que ver con algo? -preguntó Daphne.
– No estoy seguro.
Kate le oyó decir cuando Daphne y él iniciaban su marcha hacia el terreno número cinco.
– Pero me pareció que debía decir algo.
Kate contó hasta diez en su cabeza, y luego bastante segura, Edwina pasó a través de ella, Penélope venía tres pasos detrás. El par se había hecho algo así como un equipo, con Edwina haciendo todos los golpes y Penélope como consultora de la estrategia.
– ¡Ah, Kate! -dijo Edwina con un suspiro compasivo.
– ¡No lo digas! -gruñó Kate.
– Tú realmente hiciste el charco -advirtió Edwina.
– ¿De quién eres hermana? -exigió Kate.
Edwina le brindó una amplia sonrisa.
– La devoción de hermana no oscurece mi sentido del juego limpio.
– Esto es el palamallo. No es ningún juego limpio.
– Al parecer no -comentó Penélope.
– Diez pasos -advirtió Kate.
– De Colin, no de ti -contestó Penélope-. Aunque de verdad creo que debería quedarme al menos a un buen trecho de distancia en todo momento.
– ¿Deberíamos ir? -preguntó Edwina. Se giró hacia Kate-. Acabamos de terminar el cuarto palo.
– ¿Y tú necesitas tomar el camino más largo? -murmuró Kate.
– Simplemente nos pareció amable venir a verte -objetó Edwina.
Ella y Penélope se giraron para irse, y entonces Kate lo dejó escapar. No pudo contenerse.
– ¿Dónde está Anthony?
Edwina y Penélope se dieron la vuelta.
– ¿De verdad quieres saberlo? -preguntó Penélope.
Kate se obligó a asentir.
– En el último palo, me temo -replicó Penélope.
– ¿Antes o después? -dijo Kate con los dientes apretados.
– ¿Disculpa?
– ¿Está antes o después del palo? -repitió impaciente.
Y entonces, cuando Penélope no contestó al instante, añadió:
– ¿Ya ha terminado con la maldita cosa?
Penélope parpadeó sorprendida.
– Er, no. Creo que le quedan dos golpes. Quizás tres.
Kate las vio irse a través de sus entrecerrados ojos. No iba a ganar -ya no había oportunidad. Pero si no podía ganar, entonces por Dios que tampoco lo haría Anthony. Él no se merecía ninguna gloria ese día, no después de hacerla tropezar y caer en aquel charco de barro.
Oh, él había declarado que había sido un accidente, pero Kate encontraba altamente sospechoso que la bola de él hubiera salido disparada del charco en el momento exacto en que ella se adelantaba para recoger su propia bola. Ella tuvo que dar un pequeño salto para evitarla y se estaba felicitando a sí misma por haberse librado cuando Anthony se había girado con un evidentemente falso: “Vaya, ¿estás bien?”
El mazo había girado con él, convenientemente a la altura del tobillo. Kate no fue capaz de saltarlo, y había volado hasta el barro.
De cara.
Y luego Anthony había tenido el descaro de ofrecerle un pañuelo.
Iba a matarlo.
Matarlo.
Matarlo. Matarlo. Matarlo.
Pero primero iba a asegurarse de que no ganara.
Anthony sonreía abiertamente -hasta silbaba- mientras esperaba su turno. Le estaba llevando un ridículamente largo tiempo volver a tener el turno, con Kate tan alejada detrás de ellos con alguien que debía volver corriendo atrás para dejarle saber que era su turno, sin mencionar a Edwina, que parecía no entender nunca la virtud del juego rápido. Ya habían sido suficientemente malos los últimos catorce años, con ella andando sin prisas a cualquier parte como si tuviese todo el tiempo del mundo, pero ahora ella tenía a Penélope, que no la dejaba darle a la pelota sin su consejo y análisis.
Pero por una vez, a Anthony no le importaba. Iba en cabeza, tan lejos que probablemente nadie podría alcanzarlo. Y para hacer su victoria aún más dulce, Kate iba en último lugar.
Tan lejos que no había esperanza de que adelantase a nadie.
Era todo perfecto excepto por el hecho de que Colin le había arrebatado el mazo de la muerte.
Se giró hacia el último palo. Necesitaba un único golpe para preparar la bola, y otro más para hacerla pasar. Después de eso, sólo necesitaría dirigirla hasta el último palo y terminar el juego con un golpecito.
Era un juego de niños.
Lanzó un vistazo sobre el hombro. Pudo ver a Daphne junto al viejo roble. Estaba en lo alto de la ladera, y por lo tanto podría ver donde él no.
– ¿De quién es el turno? -le gritó.
Ella estiró el cuello mientras observaba a los otros jugadores jugando colina abajo.
– De Colin, creo -dijo, volviendo a girar el cuello hacia detrás-, lo que significa que Kate es la siguiente.
Él sonrió ante eso.
Aquel año había cambiado el recorrido un poco, haciéndolo de forma circular. Los jugadores tenían que seguir un retorcido patrón, lo que significaba en línea recta, de hecho estaba más cerca de Kate que de los otros. De hecho, sólo necesitaría moverse diez yardas hacia el sur, y podría verla mientras continuaba hacia el cuarto palo.
¿O era sólo el tercero?
Fuera como fuese, él no iba a perdérselo.
Por eso, con una sonrisa burlona en el rostro, echó a correr. ¿Debería gritar? Eso la irritaría más.
Pero eso sería ser cruel. Y por otro lado…
¡CRACK!
Anthony levantó la vista de sus reflexiones justo a tiempo de ver la bola verde precipitándose en su dirección.
¿Qué demonios?
Kate soltó una triunfante risa, se recogió las faldas y comenzó a correr.
– ¿Qué demonios haces? -exigió Anthony-. El cuarto palo está por allí.
Señaló la dirección apropiada incluso aunque estaba seguro de que Kate sabía dónde estaba.
– Sólo estoy en el tercer palo -dijo ella con aire de superioridad-, y de todas formas, he renunciado a ganar. No vale la pena a estas alturas, ¿no crees?
Anthony la miró, luego miró la bola que descansaba pacíficamente cerca del último palo.
Luego volvió a mirarla.
– Oh no, no lo harás -gruñó.
Ella sonrió lentamente.
Maliciosa.
Como una bruja.
– Mírame -le dijo.
Justo entonces Colin subió la colina a toda carrera.
– ¡Es tu turno, Anthony!
– ¿Cómo es posible? -preguntó-. Kate acaba de tirar, y Daphne, Edwina y Simón están antes.
– Nos hemos dado prisa -dijo Simón, acercándose a zancadas-. No queríamos perdernos esto.
– Oh, por el amor de Dios -murmuró, viendo cómo el resto se daba prisa para acercarse.
Se acercó con paso airado hasta su bola, entrecerrando los ojos mientras apuntaba.
– ¡Cuidado con la raíz de árbol! -gritó Penélope.