Te gustada confiarle tus tribulaciones con la mujer, porque Maestro sabría darte un consejo certero, pero ése es un secreto que no podés entregar a nadie, Se lo dirías a tu madre, eso sí, derramarías en ella todo lo que llevás por dentro si volvieras a verla, pero aunque la esperanza siga en pie, hace tiempo que has dejado de buscarla, Camargo: tu madre se ha ido ya del reino de este mundo.
En el celular reservado para las hijas y los íntimos hay dos llamadas enojosas. Ángela se agrava hora tras hora. Con voz de funeral, Brenda te anuncia que no le pueden controlar la infección. Tres médicos la atienden en la unidad de terapia intensiva. Si acaso no estás en vuelo rumbo a Chicago, dice Brenda, te ruego que busqués alguna conexión por San Pablo, por Lima, por donde sea. Tenés que estar acá cuanto antes, Camargo. Diana y yo estamos desesperadas.
Tu ex mujer se ha vuelto loca. ¿Cómo se le ocurre que podés viajar al menor sobresalto de la enfermedad de Ángela? No sería la primera vez que trata de enredarte una falsa alarma. Tu hija tiene una leucemia difícil de curar, de las llamadas mieloblásticas, pero ya se ha recuperado antes y no tendría por qué ser peor ahora. Si Brenda se pusiera por un instante en tu lugar, sabría que te ha caído encima una crisis política y no podés abandonar el diario irresponsablemente. Y si viera la vida en tu misma longitud de onda, como en los primeros años del matrimonio, adivinaría que el viaje de la mujer a Rió de Janeiro es para vos la única cuestión de vida o muerte.
La otra llamada te importuna: es Reina Remis, que necesita verte cuanto antes. Tan sólo un minutito, ruega, soy víctima de un malentendido y quiero disiparlo cara a cara. No vas a recibirla, ya lo has resuelto. Someterás su caso a la justicia de Sicardi y no moverás un dedo en su favor.
¿Y mañana? Ah, no quisieras dejar ni un hilo suelto en tus planes para mañana. Apenas entrás en tu oficina querés ver a Sicardi. Quizás él solo pueda resolver todo lo que te inquieta. No podés evitar que su nariz te ponga nervioso: un pimiento enorme, a punto de reventar. La moralidad de Sicardi es un terreno inexplorado, de modo que vas moviendo tus palabras con delicadeza, como si las hicieras caminar sobre carbones ardientes. No se preocupe, doctor, te dice, podemos tener los pasaportes mañana por la tarde. Falsos, por descontado. Voy a ubicar los que robaron del consulado polaco. ¿Esos malandros que vamos a sacar del país son croatas, dijo usted: serbios, montenegrinos? Nadie se va a dar cuenta, entonces, de la diferencia. Serbios, polacos, búlgaros: es la misma resaca. Te resignás a dejar las puntadas finales en manos de Sicardi: las fotografías, la invención de los nombres, las fechas probables de nacimiento, entre 1954 y 1960. Quisieras que no haya errores de traducción al escribir los datos en los papeles, le has advertido: esos detalles podrían arruinar todo el esfuerzo cuando pasen por el filtro de Migraciones. Mire que hay letras raras en esas lenguas, Sicardi: y griegas con acento agudo, efes con rayas transversales, haches circunflejas. Doctor, no se preocupe, te tranquiliza. ¿Acaso alguna vez le hemos fallado?
Aún te incomoda el tema de Reina Remis: es el invisible campo de espinas que ni Sicardi ni vos se atreven a franquear. ¿Algo más se le ofrece, doctor Camargo? ¿Nos olvidamos de Remise, tal vez?, te pregunta, obsequioso, allanando el terreno. Debed as agradecerle porque más de un vaso capilar en su nariz habrá sucumbido a la tensión. Remis, lo corregís, acentuando con fuerza la primera sílaba. Se llama Reina Remis. Ya sabe usted que ha traicionado al diario. Esa aerolínea, Fleet, le ha pagado un soborno. No queda otra salida que despedirla, Sicardi. Y si fuéramos más despacio, doctor Camargo?, se alarma él. ¿Si le llamamos la atención con suspensiones escalonadas? Despedirla de un día para otro nos saldrá carísimo. acaso tenemos pruebas de esos pagos? Más caro sale retenerla, Sicardi. Actúe. No se extravíe en pruritos legales.
Te enfurece tener que dar explicaciones. Cuando se trata de Remis, no aceptás que nadie te contradiga. Despídala pero déle tiempo, le repetís. Permítale cometer un par de errores más. Que nos haga juicio. La vamos a tener meses sin cobrar, yendo de un abogado a otro.
Qué alivio al fin. Ya te has quitado de encima el malestar que no te dejaba en paz. Apenas tengas un respiro vas a llamar a los directores de El Heraldo, de los canales de televisión, de las agencias de noticias y a todas las radios que se re vengan a la cabeza para advertirles que Reina te ha traicionado y que darle un empleo equivale a declararte la guerra. Deberla servirte de lección, Camargo. La llevaste demasiado lejos, hasta alturas donde sólo seres como vos saben respirar sin intoxicarse. Le ofrendaste tu intimidad, le duplicaste el sueldo por lo menos dos veces. Ganaba casi tanto como Maestro. Por ella, sólo por ella, te separaste de Brenda y te alejaste de las mellizas, aunque quizá tarde o temprano lo habrías hecho. Y mirá cómo te ha pagado: corrompiéndose. No necesitás comprobar si, además de pasajes, ha recibido cheques de la compañía aérea. Te basta con leer lo que ha publicado para favorecerla. No vas a perdonarla, Camargo, aunque te lo suplique de rodillas. Has aprendido esa lección de Dios, que es misericordioso, pero jamás perdona.
Ahora llamás a Enzo. Con él te sentís relajado, a tus anchas. Sus ideas son siempre un calco de las tuyas, y si por azar tiene otras, las evapora. Podrías decirle que el titulo de mañana es, por ejemplo, Crinete de la gabisis, y acataría con entusiasmo. No estada mal tomar a los lectores por sorpresa alguna vez y obligarlos a reconstruir un lenguaje desmembrado: Se renuncia la espera del vicepresidente. O tal vez: Detros ponen minis a tres. Los diarios serían juegos para adultos y no papillas digeridas para infantes sin mente. Sí, hagámoslo, es extraordinario, te diría Maestro, yen el acto pondría manos a la obra.
Salir del infierno de los pasillos palaciegos lo ha rejuvenecido. Aunque sigue enfundado en los trajes brillantes con chaleco e insiste en las corbatas floridas a que lo acostumbró el mal gusto del ex presidente penitente, a Maestro se le ha desvanecido la mirada huidiza y avergonzada de otros tiempos. Cuando carnina por la redacción, con los pulgares hundidos en el chaleco, parece Noé oyendo los relinchos, trinos y silbos agradecidos del arca. Sabés cuál era la noticia del día, Camargo?, te saluda, entusiasta. La caída de Milosevic. Teníamos dos crónicas preciosas enviadas desde Belgrado, una entrevista a Vojislav Kostunica, que asumió el gobierno, y una columna exclusiva de Juan Goytisolo. Pero acá el presidente se levantó de la siesta con la regla y echó a tres ministros indóciles a patadas. De buena fuente sé que el vice va a pegar el portazo de un momento a otro. Lo insinuamos, pero no lo decimos. ¿Te parece que cambiemos los títulos y pongamos el énfasis en eso?
No muevas nada, Enzo, ordenás. Que todo quede tal como lo hiciste. Armaste una primera página impecable. Nada del otro mundo va a pasar esta noche. El vice, si renuncia, va a esperar que el presidente recapacite y lo llame a su lado. El que está en líos, Enzo, soy yo. Vas a tener que relevarme por un par de días. ¿Ahora, Camargo? ¿Cómo vas a hacer eso? Te banco lo que quieras, pero yo no soy vos y los lectores lo van a notar. No me queda otra, le contestás. Ángela está peor. Aunque Brenda no quiere admitirlo, sé que mi hija puede morir de un momento a otro. Tendría que haber volado ya a Chicago, pero no tengo coraje. Tampoco tengo fuerzas para ver a nadie. Voy a estar a tu alcance, en el teléfono, y vendré al diario si hay alguna emergencia. La de mañana es una crisis cantada, Enzo. Hasta podría dictarte el título: El vicepresidente entregó / su renuncia indeclinable. No hay mucho que imaginar. Sólo tenés que enviar a un cronista a Olivos para que narre cada balido del presidente, mientras algún otro sigue al vice desertor a donde quiera vaya. Le ponés un moño al paquete con un par de análisis de la crisis, y ya está. Va a ser un día traslúcido, puro oxígeno. Si la historia sucede como la estás contando, Camargo, a lo mejor sí, todo es simple. Podría sin embargo desviarse hacia un atajo, enloquecer. Fijate en el extraño curso que hoy tomaron los hechos: amanecimos con la calda de Milosevic y al empezar la noche nuestro anodino presidente rompió los cristales de su gabinete.