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– ¿Está seguro de que esto es una buena idea, jefe? -preguntó Bosch mientras los de Asuntos Internos se dirigían hacia ellos-. Ya sabe que Chastain y yo no…

– Sí, quiero que las cosas se hagan así -le cortó Irving sin mirar a Bosch-. El detective Chastain dirigió la revisión interna del caso Michael Harris. Creo que es el hombre más indicado para colaborar en esta investigación.

– Chastain y yo tenemos una historia, jefe. No creo que funcione…

– Me importa un carajo que ustedes no simpaticen. Busquen el medio de trabajar juntos. Entremos de nuevo en la estación.

Irving los condujo hacia la estación del funicular. Era un espacio reducido. Los hombres no se saludaron. Una vez dentro de la estación, todos miraron a Irving.

– En primer lugar, estableceremos algunas pautas -empezó a decir el subdirector-. El detective Bosch está a cargo de esta investigación. Ustedes seis deberán informarle de los resultados de su labor. El me informará a mí. No quiero que quede ninguna duda al respecto. Él detective Bosch dirige este caso. He dispuesto que habiliten un despacho para ustedes en la sala de conferencias, junto a mi despacho, en el sexto piso del Parker Center. El lunes por la mañana instalarán unos teléfonos adicionales y un ordenador. Quiero que ustedes, los de Asuntos Internos, se ocupen de entrevistar a agentes de policía, verificar coartadas y demás tareas similares. El detective Bosch y su equipo se ocuparán del resto: la autopsia, las entrevistas a los testigos, etcétera. ¿Alguna pregunta?

Todos los presentes permanecieron callados como tumbas. Bosch estaba furioso, aunque procuraba disimularlo. Era la primera vez que veía a Irving como un hipócrita. El subdirector siempre le había parecido un hombre duro pero ecuánime. Su modo de actuar en este caso arrojaba una luz distinta sobre él. Irving había maniobrado para proteger a su departamento cuando la podredumbre que buscaban quizá se hallara entre ellos. Pero Irving ignoraba que todo cuanto Bosch había logrado en la vida había sido a base de convertir sus impulsos negativos en motivación. Bosch se juró que llegaría al fondo del caso a pesar de las maniobras de Irving. Al margen de las repercusiones que ello pudiera tener.

– Una advertencia sobre los medios de información. Se lanzarán como buitres sobre este caso. Pero no deben dejar que eso entorpezca su labor. No quiero que hablen con ellos. Todos los comunicados sobre la investigación se harán a través de mi oficina o del teniente Tom O’Rourke. ¿Entendido?

Los siete detectives asintieron.

– Bien. Así podré abrir el Times cada mañana con toda tranquilidad.

Irving consultó su reloj y luego miró al grupo.

– Yo puedo controlarles a ustedes, pero no al equipo forense ni a cualquier otra persona que se entere de este caso a través de los canales oficiales durante las próximas horas. Calculo que a las diez los medios ya estarán informados de las identidades de las víctimas. De modo que convocaré una reunión en la sala de conferencias a las diez para hablar sobre el caso. Cuando yo conozca las últimas novedades sobre la investigación informaré al jefe de la policía, y uno de nosotros hablará con los medios y les ofrecerá los mínimos detalles. ¿Algún problema?

– Eso apenas nos da seis horas -protestó Bosch-. No sé si para entonces sabremos mucho más. Tenemos mucho trabajo que hacer antes de sentarnos y empezar a analizar…

– Eso se sobreentiende. No se dejen presionar por los medios. No me importa si la conferencia de prensa sirve simplemente para confirmar la identidad de las víctimas. No permitiré que los medios de comunicación lleven este caso. Quiero que lo dirija usted con toda su autoridad. A las diez quiero verlos a todos en la sala de conferencias. ¿Alguna pregunta?

Nadie formuló ninguna.

– De acuerdo, entonces dejo al detective Bosch a cargo del caso.

Irving se volvió hacia Bosch y le entregó una tarjeta.

– Ahí tiene usted mis números de teléfono. Y los del teniente Tulin. No dude en ponerse en contacto conmigo para consultarme cualquier aspecto del caso. A la hora que sea y esté usted donde esté. No deje de llamarme.

Bosch asintió con la cabeza y se guardó la tarjeta en el bolsillo de la chaqueta.

– Manos a la obra, muchachos. Les repito que quiero que lleguen al fondo de este asunto, caiga quien caiga.

Cuando Irving hubo salido de la habitación, Rider murmuró:

– Que nos lo vamos a creer…

Bosch observó los rostros de su nuevo equipo, hasta llegar al de Chastain.

– Supongo que te habrás dado cuenta de lo que pretende el jefe -dijo Bosch-. Cree que no podemos trabajar juntos, que nos pelearemos como esos peces que al meterlos en la misma pecera se ponen rabiosos y tratan de eliminarse mutuamente. Y que así el asunto seguirá sin aclararse. Pero no dejaré que eso suceda. Olvidaos de lo que me hayáis podido hacer a mí o a cualquiera de mi equipo. Es agua pasada. Lo importante es el caso. Alguien asesinó a sangre fría a dos personas que viajaban en el funicular. Vamos a encontrar a ese asesino. Es lo único que me preocupa.

Bosch miró a Chastain a los ojos hasta que el otro asintió brevemente.

Bosch le devolvió el gesto. Estaba seguro de que los otros lo habían visto.

Luego sacó su bloc de notas, lo abrió por una página en blanco y se lo entregó a Chastain.

– Quiero que todos escribáis vuestro nombre, el número de teléfono de vuestra casa y de vuestro busca. Y del móvil, si lo tenéis. Os daré una copia a cada uno. Quiero que todos nos podamos comunicar entre nosotros. Si no estamos sintonizados en la misma frecuencia de onda, corremos el riesgo de que se nos escape algo. Y no queremos que eso ocurra.

Bosch se detuvo y miró a los otros. Todos le observaban con atención. Parecían más relajados, como si por unos instantes hubieran olvidado sus antipatías y rencores.

– Muy bien -dijo Bosch-. Así es como vamos a trabajar a partir de ahora en esta investigación.

6

Uno de los hombres de Asuntos Internos era un latino llamado Raymond Fuentes. Bosch lo envió con Edgar a la dirección que figuraba en el carné de identidad de Catalina Pérez para comunicar su muerte a la familia y averiguar algunos datos referentes a ella. Era el aspecto menos importante de la investigación, puesto que todo indicaba que Elias era el principal objetivo. Edgar intentó protestar, pero Bosch le cortó. Más tarde, en un aparte, Bosch explicó a Edgar que necesitaba distribuir a los hombres de Asuntos Internos de forma ordenada para poder controlarlo todo. De modo que Edgar acompañó a Fuentes. Y Rider fue con otro hombre de Asuntos Internos, Loomis Baker, a entrevistar a Eldrige Peete en Parker Center y llevarlo de nuevo a la escena del crimen. Bosch quería que el encargado del funicular le repitiera lo que había visto, y que maniobrara el funicular tal como había hecho antes de descubrir los cadáveres.

Los únicos que quedaban eran Bosch, Chastain y el último hombre de Asuntos Internos, Joe Dellacroce. Bosch también envió a Dellacroce a Parker Center para que preparara una orden de registro del despacho de Elias. Luego informó a Chastain de que ambos se dirigirían a casa de Elias para comunicar a su familia el luctuoso suceso.

Cuando el grupo se hubo dispersado, Bosch se acercó a la furgoneta que se hallaba en la escena del crimen y pidió a Hoffman las llaves que habían encontrado en el cadáver de Howard Elias. Hoffman rebuscó en la caja en la que había depositado las bolsas con las pruebas y sacó una bolsa en la que habría un llavero con más de una docena de llaves.