Выбрать главу

– Señora Elias -dijo Bosch-, ¿recuerda usted con más exactitud cuándo habló con su marido por última vez?

– Poco antes de las seis. Es la hora en que suele llamarme para decirme que se queda en el apartamento, para que yo sepa cuántos vamos a ser en la cena.

– ¿Y usted, Martin? ¿Cuándo habló con su padre por última vez?

Martin abrió los ojos.

– No lo sé. Hará un par de días. Pero ¿eso qué tiene que ver con lo que ha ocurrido? Usted sabe bien quién lo hizo. Alguien con una placa.

Por el rostro de Martin empezaron a deslizarse unos gruesos lagrimones. Bosch deseó estar en otra parte, en cualquier otro sitio.

– Si ha sido un policía, Martin, tiene usted mi palabra de que daremos con él. No se librará del castigo.

– Seguro -contestó Martin sin siquiera mirar a Bosch-. El poli nos da su palabra. Pero ¿quién coño se ha creído que es?

Bosch se detuvo unos instantes para reflexionar antes de proseguir.

– Quiero formularles unas últimas preguntas -dijo-. ¿Tenía el señor Elias un despacho aquí, en su casa?

– No -respondió el hijo-. Aquí no traía trabajo.

– De acuerdo. Otra pregunta. ¿Mencionó su padre en los últimos días o semanas que alguien le hubiera amenazado?

– No -respondió Martin sacudiendo la cabeza-. Pero siempre decía que los policías acabarían con él. Fueron los policías…

Bosch asintió, no en señal de conformidad sino para indicar que estaba convencido de que Martin creía lo que decía.

– Una última pregunta. En Angels Flight asesinaron también a una mujer. Todo indica que su padre y ella no iban juntos. Se llamaba Catalina Pérez. ¿Les dice algo ese nombre?

Bosch observó a la madre y al hijo, pero ambos denegaron con la cabeza.

– He terminado -dijo Bosch levantándose-. Les dejamos tranquilos. Pero otros detectives o yo mismo tendremos que hablar de nuevo con ustedes. Probablemente dentro de unas horas.

Ni la madre ni el hijo reaccionaron.

– Señora Elias, ¿tiene usted una foto de su marido que pueda dejarnos?

La mujer miró a Bosch.

– ¿Por qué quiere una foto de Howard? -preguntó sorprendida.

– Es posible que tengamos que enseñársela a algunas personas durante la investigación.

– Todo el mundo conoce a Howard y sabe qué aspecto tenía.

– No lo dudo, señora, pero en algunos casos necesitamos una foto de la víctima. ¿Sería usted tan…?

– Martin, tráeme el álbum que está en el cajón de la sala de estar.

Martin salió de la habitación. Bosch sacó una tarjeta de visita del bolsillo y la depositó en la mesa de café de cristal y hierro forjado.

– Aquí tiene usted el número de mi busca por si necesita algo de mí. ¿Quiere que avisemos a un pastor amigo de la familia?

Millie Elias miró de nuevo a Bosch.

– Al reverendo Tuggins, en la iglesia metodista.

Bosch se arrepintió al instante de su ofrecimiento. Martin apareció con el álbum de fotos. Su madre empezó a hojearlo, llorando en silencio al contemplar las fotografías de su esposo. Bosch se lamentó de no haber aplazado aquel momento hasta la siguiente entrevista con Millie Elias. La mujer se detuvo por fin al llegar a un primer plano de Howard Elias. Parecía convencida de que era la mejor foto de su marido que podía entregarle a la policía. La sacó de la cubierta de plástico y se la dio a Bosch.

– ¿Me la devolverán?

– Desde luego, señora Elias. Yo me encargaré personalmente de ello.

Bosch se despidió con un gesto de la cabeza y se dirigió hacia la puerta, preguntándose si podría olvidarse de llamar al reverendo Tuggins.

– ¿Dónde se encuentra mi esposo? -preguntó de pronto la viuda.

Bosch se volvió.

– Han trasladado su cuerpo al depósito de cadáveres, señora Elias. Les daré su número de teléfono y la llamarán para hacer los arreglos pertinentes.

– ¿Y el reverendo Tuggins? ¿Quiere utilizar nuestro teléfono para llamarlo?

– No es necesario, señora. Nos pondremos en contacto con él desde el coche. No se moleste en acompañarnos a la puerta.

Antes de abandonar la casa, Bosch echó un vistazo a la colección de fotografías enmarcadas que colgaban en la pared del vestíbulo. Eran fotos de Howard Elias junto a los líderes negros más importantes de la comunidad de la ciudad, así como muchos otros personajes célebres y líderes nacionales. Aparecía fotografiado con Jesse Jackson, la congresista Maxine Waters y Eddie Murphy, entre otros muchos. En una fotografía Elias estaba flanqueado por el alcalde Richard Riordan y el concejal Royal Sparks. Bosch sabía que Sparks se había aprovechado de la indignación ciudadana por los atropellos de la policía para ascender en su carrera política. Sparks sin duda echaría de menos a Elias para que atizara el fuego del malestar, pensó Bosch. Estaba seguro también de que Sparks utilizaría el asesinato del abogado en beneficio propio. Bosch se preguntó cómo era posible que las causas más nobles acercaran a los hábiles oportunistas a los micrófonos.

También había varias fotografías familiares. En algunas la víctima aparecía junto a su esposa en actos sociales. Había fotos de un sonriente Elias con su hijo, una de ellas a bordo de una barca con un pez espada. Otra les mostraba posando junto a un blanco de papel con varios orificios de bala. En la diana se veía la efigie de Daryl Gates, un ex jefe de la policía contra el que Elias se había querellado en varias ocasiones. Bosch recordó que esas dianas, creadas por un artista local, se habían hecho muy populares hacia el ocaso del tumultuoso mandato de Gates.

Bosch se inclinó hacia adelante para examinar la fotografía y tratar de identificar las armas que sostenían Elias y su hijo, pero era una foto muy pequeña.

Chastain señaló una foto en la que aparecían Elias y el jefe de la policía en un acto oficial, unos presuntos adversarios sonriendo ante la cámara.

– Parecen la mar de amigos -murmuró Chastain.

Bosch se limitó a asentir y salió de la casa.

Chastain descendió por la colina y enfiló de nuevo la autopista. Él y Bosch permanecieron en silencio, asimilando el sufrimiento que habían llevado a aquella familia y el hecho de haber sido culpados por ella.

– Siempre disparan contra el mensajero -comentó Bosch.

– Me alegro de no trabajar en Homicidios -dijo Chastain-. No me importa que otros policías se cabreen conmigo. Pero eso ha sido tremendo.

– Lo llaman hacer el trabajo sucio, me refiero a comunicar a la familia la muerte de su pariente.

– Deberían llamarlo joder a la gente. Estamos intentando averiguar quién mató a ese tío y nos dicen que fuimos nosotros. Menuda mierda.

– No me lo he tomado al pie de letra, Chastain. Las personas que reciben una noticia así tienen derecho a meterse con nosotros. Dicen cosas hirientes porque están sufriendo.

– Ya. Cuando veas a ese chico en las noticias de las seis no te inspirará tanta simpatía. Conozco la historia. ¿Adónde vamos? ¿Quieres que regresemos a la escena del crimen?

– Vamos primero al apartamento de Elias. ¿Sabes el número del busca de Dellacroce?

– De memoria no. Mira tu lista.

Bosch abrió su bloc y consultó el número del busca de Dellacroce. Luego pulsó el número en su teléfono y lo almacenó.

– ¿Qué me dices de Tuggins? -le preguntó Chastain-. Si lo llamas pondrá South Central en pie de guerra.

– Ya. Déjame que lo piense.

Bosch llevaba meditando sobre esa decisión desde el momento en que Millie Elias había mencionado el nombre de Presten Tuggins. Los pastores ejercían tanta influencia como los políticos sobre la comunidad cuando ésta tenía que dar una respuesta a un acontecimiento social, cultural o político. En el caso de Presten Tuggins, su influencia era aún mayor. Encabezaba un grupo de pastores asociados que constituían una fuerza capaz de seducir a la prensa. Tanto podía controlar a toda la comunidad como desencadenar un terremoto. Era preciso manejar a Presten Tuggins con guantes de seda.