Bosch rebuscó en sus bolsillos y sacó la tarjeta que Irving le había dado hacía un rato. Cuando se disponía a llamar a uno de los números que figuraban en ella, sonó el teléfono que tenía en la mano.
Era Dellacroce. Bosch le dio las señas del apartamento de Elias en The Place y le dijo que preparara otra orden de registro. Dellacroce protestó porque ya había despertado a un juez para enviarle por fax la orden de registro del despacho de Elias y no le apetecía volver a hacerlo.
– Bienvenido a Homicidios -dijo Bosch, y colgó el teléfono.
– ¿Qué pasa? -preguntó Chastain.
– Nada. Una tontería.
Bosch marcó el número de Irving. El teléfono sólo sonó una vez antes de que Irving soltara su nombre completo y rango. A Bosch le chocó que el jefe se mostrara tan despabilado, como si no estuviera durmiendo.
– Soy Bosch, jefe. Me dijo que lo llamara si…
– ¿Qué ocurre?
– Hemos comunicado la muerte de Elias a su viuda y a su hijo. Esto… bueno…, la viuda me pidió que llamara a su pastor.
– ¿Dónde está el problema?
– El pastor es Preston Tuggins. He pensado que quizá sería mejor que alguien con más autoridad se pusiera en contacto…
– Buena idea. Me ocuparé de ello. Es posible que el jefe quiera hacerlo personalmente. Iba a llamarlo ahora. ¿Algo más?
– De momento no.
– Gracias, detective.
Irving colgó. Chastain le preguntó qué le había dicho, y Bosch le refirió la conversación.
– Este caso… -comentó Chastain-. Tengo el presentimiento de que las cosas van a ponerse feas.
– Y que lo digas.
Chastain iba a añadir algo más, pero en aquel preciso momento sonó el busca de Bosch. Al comprobar el número vio que no era una llamada de su casa, sino otra vez de Grace Billets. Había olvidado llamarla. Bosch la llamó y la teniente respondió al instante.
– Me extrañaba que no llamaras.
– Perdone. He estado muy liado y me olvidé.
– ¿Qué demonios pasa? Irving no ha querido decirme a quién han asesinado, sólo que Robos y Homicidios y Central no pueden hacerse cargo del caso.
– Se trata de Howard Elias.
– ¡Joder, Harry! Siento que te haya caído a ti.
– No se preocupe. Ya nos las arreglaremos.
– Vigilarán todos tus movimientos. Y si ha sido un policía… tienes todas las de perder. ¿Has logrado enterarte de si Irving está dispuesto a llegar al fondo del asunto, al margen de las repercusiones que eso pueda tener?
– No está claro.
– ¿No puedes hablar?
– Eso es.
– Aquí tampoco está claro. Irving me ha dicho que sacará a tu equipo de la rotación, pero me ha asegurado que esta circunstancia durará sólo hasta el viernes. Luego me ha dicho que hablara con él sobre el asunto. Ahora que conozco la identidad de la víctima, supongo que eso quiere decir que dispones de tiempo hasta el viernes antes de que Irving te envíe de nuevo a Hollywood y tengas que llevarte el caso de Howard Elias y trabajar en él a ratos perdidos.
Bosch asintió, pero no dijo nada. La información encajaba con las otras maniobras de Irving. El subdirector había formado un equipo numeroso para trabajar en el caso, pero por lo visto sólo le concedía una semana para dedicarse a él a jornada completa. Quizá confiaba en que la atención de los medios situaría el caso en un nivel más manejable y acabaría desapareciendo en uno de los expedientes de casos sin resolver. Pero Bosch se dijo que si eso era lo que pretendía Irving lo tenía claro.
Billets y Bosch siguieron hablando durante unos minutos, hasta que Billets se despidió con una advertencia.
– Cuidado, Harry. Si es cosa de un policía, uno de los chicos de Robos y Homicidios…
– ¿Qué?
– Ándate con cuidado.
– Lo haré.
Bosch cerró el móvil y miró por la ventanilla, listaban a punto de llegar al cruce con la 110. No tardarían en regresar a California Plaza.
– ¿Tu teniente? -preguntó Chastain.
– Sí. Quería que la informara del caso.
– ¿Qué pasa entre ella y Rider? ¿Siguen comiéndose el pastelillo mutuamente?
– Eso no me incumbe, Chastain. Ni a ti tampoco.
– Sólo era una pregunta.
Los dos hombres guardaron silencio durante un rato. A Bosch le había molestado la pregunta de Chastain. Sabía que lo que el detective de Asuntos Internos pretendía era recordarle que conocía secretos, que quizás estuviera fuera de su elemento en lo referente a una investigación de homicidios, pero que conocía muchas historias sobre policías y que no debían subestimarlo. Bosch lamentó haber llamado a Billets en presencia de Chastain.
Al darse cuenta de que había metido la pata, Chastain rompió el silencio abordando un tema menos delicado.
– Cuéntame lo del asunto de los huevos duros -dijo.
– No tiene mayor importancia. Un caso como tantos otros.
– No recuerdo haber leído la historia en la prensa.
– Fue un golpe de suerte, Chastain. En este caso también nos vendría bien un golpe de suerte.
– Cuéntamelo, hombre. Tengo curiosidad, sobre todo ahora que somos compañeros. Me gustan las historias sobre golpes de suerte. Quizá se repita.
– Fue un caso rutinario de suicidio. La patrulla nos llamó para que acudiéramos y nos hiciéramos cargo de él. Todo empezó cuando una madre se sintió angustiada porque su hija no había aparecido en el aeropuerto de Portland. La chica tenía que asistir a una boda y no se presentó. La familia la esperaba en el aeropuerto. La madre llamó a una patrulla para que se pasara por el apartamento de su hija y comprobara si estaba allí. Era un pequeño apartamento situado en Franklin, cerca de La Brea. De modo que fue un agente, pidió al conserje que le abriera la puerta y encontraron a la chica. Llevaba muerta un par de días, desde la mañana en que debía viajar a Portland.
– ¿Qué había ocurrido?
– Daba la impresión de que había ingerido unas pastillas y luego se había cortado las venas en la bañera.
– La patrulla dijo que era un suicidio.
– Eso parecía. Había una nota, estaba escrita en una hoja de un cuaderno. Decía que la vida era una mierda, que se sentía sola y todo esto. Era una nota bastante embarullada, muy triste.
– ¿Cómo lograste resolverlo?
– Edgar y yo (Rider había tenido que ir al juzgado) estábamos a punto de cerrar el caso. Registramos el apartamento y no vimos nada que nos llamara la atención, salvo la nota. No pude hallar el cuaderno del que habían arrancado la hoja, lo cual me sorprendió. Eso no significaba que la chica no se hubiera suicidado, pero era un cabo suelto, ¿comprendes? Un elemento que no acababa de encajar.
– Así que dedujiste que alguien había entrado en el apartamento y se había llevado el cuaderno.
– Cabía esa posibilidad. No sabía qué pensar. Dije a Edgar que echara otro vistazo. Intercambiamos los papeles y registramos cosas que el otro había examinado la primera vez.
– Y diste con algo en lo que no había reparado Edgar.
– No es que no hubiera reparado en ello, sino que no le había llamado la atención. Pero a mí me extrañó.
– ¿De qué se trataba?
– En el frigorífico había una huevera.
– Ya.
– Observé que la chica había escrito en algunos de los huevos una fecha, la cual se correspondía con el día en que debía volar a Portland.
Bosch se volvió hacia Chastain para comprobar si éste mostraba alguna reacción. Pero el detective de Asuntos Internos parecía confundido, como si no acabara de entenderlo.
– Eran unos huevos duros. Los que tenían una fecha estaban cocidos. Llevé uno al fregadero y le quité la cascara. Estaba cocido.
– Vale.
Chastain seguía sin entenderlo.
– Era probable que el día que figuraba en los huevos fuera la fecha en que la chica los había cocido -dijo Bosch-. Les puso la fecha para distinguir los huevos cocidos de los otros y saber cuándo se echarían a perder. Por lógica, nadie se pone a cocer unos huevos para tenerlos listos cuando los necesite y luego se suicida. ¿Comprendes?