– De modo que fue un golpe de intuición.
– Más que eso.
– Pero sabías que había sido un homicidio.
– Lo de los huevos cambió la situación. Empezamos a ver las cosas de modo distinto. Iniciamos una investigación de homicidio. Llevó unos días, pero lo conseguimos. Unos amigos de la chica nos dijeron que había un tipo que le causaba muchos problemas. Por lo visto ella se había negado a salir con él, y no cesaba de atosigarla. Interrogamos a algunos vecinos y empezamos a sospechar del conserje del apartamento.
– ¡Mierda, debí suponer que era él!
– Hablamos con el conserje y nos dijo lo suficiente para que convenciéramos a un juez de que firmara una orden de registro. En su casa hallamos el cuaderno del que había arrancado la nota de suicidio. Era una especie de diario en el que la chica anotaba sus pensamientos y otras cosas. El tipo halló una hoja en la que la chica afirmaba que la vida era una mierda y decidió utilizarla como nota de suicidio. También encontramos otras pertenencias de la joven.
– Pero ¿por qué las conservó?
– Porque era un imbécil. Los únicos asesinos listos son los que salen en televisión. El tío había conservado las cosas de la chica porque no se le ocurrió que podríamos sospechar que no se trataba de un suicidio. Y porque su nombre figuraba en el cuaderno. La chica había escrito que el tipo no dejaba de acosarla, lo cual hacía que se sintiera halagada y temerosa al mismo tiempo. Seguramente el tipo se corría leyendo el diario de la chica. El caso es que lo conservó.
– ¿Cuándo se va a celebrar el juicio?
– Dentro de un par de meses.
– Parece un caso claro.
– Sí, pero ya veremos. También lo era el de O.J.
– ¿Qué hizo ese tipo? ¿Drogó a la chica para meterla en la bañera y cortarle las venas?
– Solía entrar en su apartamento cuando ella estaba ausente. La chica había escrito en su diario que sospechaba que alguien se metía en su apartamento. Era muy aficionada a correr, corría cinco kilómetros al día. Suponemos que el conserje aprovechaba ese rato para entrar en su apartamento. La chica guardaba unos analgésicos en el botiquín. Hacía un par de años se había lesionado jugando al tenis. Un día el conserje entró en su apartamento y vació el frasco de analgésicos en el zumo de naranja que la chica tenía en el frigorífico. Ese tipo conocía sus hábitos, sabía que después de correr le gustaba sentarse en los escalones del edificio para beberse un zumo y refrescarse. Es posible que la chica se diera cuenta de que la habían drogado y pidiera ayuda. Y entonces acudió él, que la trasladó de nuevo a su apartamento.
– ¿La violó antes de matarla?
Bosch negó con la cabeza.
– Es probable que lo intentara y no se le pusiera dura.
Los dos hombres guardaron silencio durante unos minutos.
– Eres un buen poli, Bosch -dijo Chastain-. No se te escapa detalle.
– Ojalá fuera así.
7
Chastain aparcó el coche frente a un moderno rascacielos llamado The Place. Antes de que él y Bosch se hubieran apeado del vehículo salió el portero de noche para advertirles que no podían aparcar allí. Bosch le explicó que Howard Elias había sido asesinado a menos de una manzana y que tenían que registrar su apartamento para cerciorarse de que no había otras víctimas o alguien que necesitara ayuda. El portero respondió que no había problema, pero insistió en acompañarlos. Bosch le ordenó en un tono que no admitía discusión que aguardara en el vestíbulo hasta que llegaran otros policías.
El apartamento de Howard Elias se hallaba en la planta número veinte. El ascensor se movía con rapidez, pero el silencio en que se mantuvieron Bosch y Chastain hizo que el viaje les pareciera largo.
Cuando llegaron al apartamento 20E, Bosch llamó a la puerta y pulsó el timbre. Al no obtener respuesta, el detective abrió su maletín en el suelo y sacó las llaves de la bolsa de pruebas que le había entregado Hoffman.
– ¿Crees que deberíamos esperar a tener la orden de registro? -preguntó Chastain.
Bosch lo miró, al tiempo que cerraba el maletín.
– No.
– Lo que le dijiste al portero de que a lo mejor hay alguien en el apartamento que necesita ayuda ha sido un poco fuerte, ¿no?
Bosch empezó a probar las llaves en las dos cerraduras de la puerta.
– ¿Recuerdas lo que dijiste hace un rato de que tendría que confiar en ti? Pues aquí es donde empiezo a confiar en ti, Chastain. No tengo tiempo para esperar la orden de registro. Voy a entrar. Un caso de homicidio es como un tiburón. O sigue avanzando o se ahoga.
Bosch abrió la primera cerradura.
– Tú y tus jodidos peces. Primero me largas la metáfora de los peces que se pelean en una pecera y ahora la de los tiburones.
– Tú observa y con el tiempo hasta es posible que aprendas a capturar una pieza, Chastain.
Después de soltar esa frase, Bosch hizo girar la segunda cerradura. Miró a Chastain, le guiñó el ojo y abrió la puerta.
Los dos policías entraron en una sala de estar de tamaño mediano en la que había unos elegantes sillones de cuero, una estantería de cerezo, unos amplios ventanales y una terraza con una magnífica vista que abarcaba desde la zona sur hasta los edificios municipales.
Todo estaba ordenado a excepción del número del viernes del Times, abierto sobre el sofá de cuero negro, y una taza de café vacía que reposaba en una mesa de cristal.
– ¿Hay alguien aquí? -preguntó Bosch para asegurarse de que el apartamento estaba vacío-. Somos la policía.
Nadie respondió.
Bosch puso el maletín sobre la mesa del comedor, lo abrió y sacó unos guantes de látex y una caja de cartón.
Preguntó a Chastain si quería unos guantes de goma, pero el detective de Asuntos Internos rechazó el ofrecimiento.
– No pienso tocar nada -dijo.
Los dos hombres empezaron a recorrer el apartamento, cada uno por su lado, para llevar a cabo una rápida inspección preliminar. Las restantes habitaciones estaban tan ordenadas como la sala de estar. El apartamento constaba de dos dormitorios, uno de ellos muy espacioso y con una terraza que daba al oeste. La noche era despejada y Bosch alcanzó a ver hasta Century City. Más allá de esas torres, las luces descendían en Santa Mónica hasta el mar. Chastain entró en la habitación y se detuvo detrás de Bosch.
– Esto no tiene pinta de oficina -comentó Chastain-. El segundo dormitorio parece un cuarto de invitados. Quizás Elias lo empleaba para ocultar a sus testigos.
– Es posible.
Bosch examinó los objetos colocados sobre el escritorio. No había fotografías ni ninguna otra cosa de carácter personal. Tampoco sobre las mesitas de noche. Parecía la habitación de un hotel y en cierto aspecto lo era, pues al parecer Elias sólo la utilizaba para quedarse las noches en que debía preparar un caso. A Bosch le sorprendió que la cama estuviera hecha. Elias ultimaba los preparativos de un importante juicio, en el que trabajaba día y noche, y sin embargo se había tomado la molestia de hacerse la cama aquella mañana, cuando al parecer tenía que regresar por la tarde al apartamento. Qué raro, pensó Bosch. O había hecho la cama porque iba a alojarse otra persona en el apartamento o se la había hecho alguien.
Bosch descartó la posibilidad de una asistenta, pues ésta habría recogido el periódico y la taza de café que había en la sala de estar. No, la cama la había hecho el propio Elias, o alguien que compartía el apartamento con él.
Quizá fuera un golpe de intuición fruto de los muchos años que llevaba dedicado a analizar las costumbres humanas, pero en aquellos momentos Bosch estaba convencido de que había una mujer mezclada en el asunto.