– La llave del despacho debe de ser una de ésas -dijo-. De momento olvídate del otro asunto referente a Harris. Vamos a ver primero si encontramos algo interesante en el despacho de Elias.
– De acuerdo, Harry.
Cuando hubieron subido al ascensor, Dellacroce cerró la puerta de acordeón. El viejo ascensor ascendió con movimientos bruscos.
Bosch esperó hasta que sus ocupantes no pudieran verlos, y entonces se volvió hacia Chastain. Estaba que echaba chispas por todos los contratiempos que habían surgido a última hora. Dejó caer el maletín al suelo y agarró a Chastain con ambas manos por el cuello de su chaqueta.
Lo empujó contra la pared y dijo con voz furiosa:
– ¡Maldita sea, Chastain! Sólo te lo voy a preguntar una vez. ¿Dónde está la agenda telefónica?
Chastain se puso rojo y miró a Bosch con ojos desorbitados.
– Pero ¿se puede saber de qué coño me estás hablando?
Chastain sujetó las manos de Bosch para obligarle a que le soltara, pero Harry lo sostuvo con fuerza.
– La agenda telefónica que estaba en el apartamento. Sé que te la llevaste tú y quiero que me la devuelvas. Ahora mismo.
Chastain logró liberarse por fin. Se alejó de Bosch como si temiera que le diera otro arrebato y se arregló la ropa.
– ¡No te acerques! -gritó apuntándole con el dedo-. ¡Estás loco! No tengo ninguna agenda telefónica. Yo vi como tú la metías en el cajón de la mesita de noche.
Bosch avanzó hacia él.
– Tú te la guardaste cuando salí a la terraza…
– ¡Te digo que no te acerques! Yo no la tengo. Si no está allí, eso requiere decir que cuando nos fuimos alguien entró en el dormitorio y se la llevó.
Bosch se detuvo. Era una explicación obvia pero a él ni se le había ocurrido. Había pensado automáticamente en Chastain. Bosch clavó la mirada en el suelo, avergonzado por haber dejado que una vieja enemistad le nublara la razón.
Oyó abrirse la puerta del ascensor al llegar al quinto piso. Entonces alzó la vista, miró a Chastain con frialdad y le espetó:
– Si me has mentido, te juro que te hundo.
– ¡Yo no me llevé la agenda, joder! Te aseguro que te quitaré la placa por este atropello.
Bosch esbozó una sonrisa que más bien parecía una mueca.
– Adelante. Inténtalo, Chastain. Vamos a ver si eres capaz de quitármela.
11
Los otros ya habían entrado en el bufete de Howard Elias cuando Bosch y Chastain llegaron al quinto piso. El despacho tenía tres habitaciones: una zona de recepción con la mesa de la secretaria, una habitación de tamaño mediano con la mesa del pasante y unos archivos que cubrían dos de las paredes, y una tercera habitación, la más grande, que constituía el despacho de Elias.
Cuando Bosch y Chastain se movieron por las estancias, los otros permanecieron en silencio, evitando mirarles. Era evidente que habían oído el escándalo en el vestíbulo mientras subían en el ascensor. A Bosch le tenía sin cuidado.
Había olvidado lo ocurrido y sólo le interesaba registrar a fondo el despacho de Elias. Confiaba en hallar algo que resultara valioso para la investigación, que les marcara el rumbo a seguir. Recorrió las tres habitaciones, realizando observaciones de carácter general. Al llegar a la última habitación se percató de que a través de los ventanales situados detrás del magnífico escritorio de madera barnizada de Elias se divisaba el rostro gigantesco de Anthony Quinn.
Formaba parte de un mural en el que aparecía el actor con los brazos extendidos, pintado en la pared de ladrillo de un edificio situado al otro lado de la calle, frente al Bradbury.
Rider entró tras él en el despacho privado de Elias y se detuvo también ante el ventanal.
– Cada vez que vengo aquí y veo el rostro de ese tipo me pregunto quién es.
– ¿No lo sabes?
– ¿César Chávez?
– Anthony Quinn. El actor.
Rider no hizo ningún comentario.
– Supongo que no es de tu época -comentó Bosch-. El mural se titula «El papa de Broadway», y representa que vela por todos los vagabundos que hay en esta ciudad.
– Ah -dijo Rider cambiando de tema-. ¿Cómo quieres que nos organicemos?
Bosch seguía contemplando el mural. Le gustaba, aunque le resultaba difícil ver a Anthony Quinn como si fuera Cristo. Pero el mural captaba algo de aquel hombre, un poder viril y emotivo. Bosch se acercó a la ventana y miró hacia abajo. Vio las siluetas de dos vagabundos que dormían arrebujados debajo de unos periódicos en el aparcamiento situado junto al mural. Los brazos de Anthony Quinn se extendían sobre ellos. Bosch pensó que el mural era una de esas pequeñas cosas que hacían que le gustara el centro urbano. Como el Bradbury y Angels Flight. Uno no tenía más que fijarse para ver esos exquisitos detalles por doquier.
Bosch se volvió. Chastain y Langwiser habían entrado en la habitación, detrás de Rider.
– Yo trabajaré aquí-dijo Bosch- Kiz y Janis, ocupaos de la habitación de los archivos.
– ¿Y Del y yo qué? -preguntó Chastain-¿Registramos la mesa de la secretaria?
– Sí, y de paso a ver si me conseguís el nombre de la secretaria del pasante. Tenemos que interrogarlos hoy mismo.
Chastain asintió con un gesto, pero Bosch notó que le molestaba tener que registrar la parte menos interesante del despacho.
– ¿Sabes que? -añadió Bosch-. Sal y mira a ver si encuentras unas cajas. Vamos a tener que llevarnos un montón de archivos.
Chastain salió del despacho sin decir palabra. Bosch se volvió hacia Rider, y ésta le dirigió una mirada de reproche, como indicándole que se estaba comportando como un imbécil.
– ¿Qué?
– Nada. -Rider se marchó, dejando a Langwiser y a Bosch a solas.
– ¿Todo va bien, detective?
– Estupendamente. Manos a la obra. Haré lo que pueda hasta que sepamos lo del abogado nombrado por el juez.
– Lo siento. Pero usted me pidió que acudiera aquí para aconsejarle y eso es lo que he hecho. Sigo pensando que es lo correcto.
– Ya veremos.
Durante buena parte de la hora siguiente, Bosch registró metódicamente el escritorio de Elias, examinando sus pertenencias, su calendario de citas y sus documentos. La mayor parte del tiempo lo dedicó a leer una serie de blocs en los que Elias anotaba lo que debía hacer, y había además dibujos a lápiz y notas de llamadas telefónicas. Por lo visto Elias llenaba cada semana un bloc entero con sus numerosas notas y garabatos. Nada de lo que contenían le pareció que guardara relación con el caso. Pero Bosch se daba cuenta de que sabían tan poco sobre las circunstancias del asesinato de Elias que algo aparentemente nimio podía convertirse más tarde en importante.
Antes de empezar a hojear el último bloc, Bosch fue interrumpido por otra llamada de Edgar.
– Harry, ¿no dijiste que había un mensaje en el contestador automático?
– Así es.
– Pues ahora no hay ninguno.
Bosch se inclinó hacia atrás en el sillón de Elias y cerró los ojos.
– ¡Maldita sea!.
– Lo han borrado. He hurgado un poco en el aparato y he comprobado que no era una cinta. Los mensajes se almacenaban en un microchip. Lo han borrado del microchip.
– Bueno -replicó Bosch enojado-. Sigue registrando. Cuando termines, habla con los de seguridad y averigua quién ha entrado y salido de ese lugar. Pregúntales si tienen vídeos de seguridad en el vestíbulo o en el aparcamiento. Alguien ha tenido que entrar allí después de que yo me marchara.
– ¿Y Chastain? Él estaba contigo, ¿no?
– Chastain no me preocupa.
Bosch cerró el móvil y se acercó a la ventana. Le fastidiaba reconocer que el caso se le escapaba de las manos.
Inspiró profundamente y regresó al escritorio para examinar el último bloc de Elias. Al hojearlo vio varias notas sobre alguien a quien Elias se refería como «Parker». Bosch supuso que se trataba de un apodo, de un nombre en clave para referirse a alguien que trabajaba en el Parker Center. Las notas eran en su mayoría listas de preguntas que Elias quería hacer a Parker, aparte de unas notas sobre las conversaciones que había mantenido con esa persona. Por lo general estaban escritas de forma abreviada o en la particular versión taquigráfica del abogado, por lo que resultaban difíciles de descifrar. Pero en otros casos Bosch no tuvo ningún problema en entenderlas. Una nota indicaba que Elias tenía un muy buen informador en el Parker Center: