– ¿Qué?
– Esa es la contraseña. V-S-L-A-P-D. Elias versus LAPD, el Departamento de Policía de Los Ángeles.
– ¿Cómo lo sabes?
– La secretaria lo anotó en la parte interna de su cartapacio. Imagino que también utiliza el ordenador.
Bosch observó unos instantes a Chastain.
– ¿Qué hago, Harry? -preguntó Rider.
– Inténtalo -respondió Bosch sin dejar de mirar a Chastain.
Luego se volvió mientras su compañera tecleaba la contraseña en el ordenador. El reloj de arena parpadeó, y en la pantalla aparecieron unos iconos sobre un paisaje formado por un cielo azul y unas nubes blancas.
– ¡Listo! -exclamó Rider.
– Un punto a tu favor -dijo Bosch mirando a Chastain.
Luego clavó los ojos en la pantalla mientras Rider escribía y manejaba el ratón. A Bosch todo aquello le resultaba incomprensible y le recordaba que se había convertido en un fósil.
– Deberías aprender estas cosas, Harry -dijo Rider, como si hubiera adivinado sus pensamientos-. Es más sencillo de lo que parece.
– ¿Por qué voy a molestarme si te tengo a ti? Explícame lo que estás haciendo.
– Echar un vistazo. Tenemos que hablar con Janis sobre esto. Hay muchos nombres de archivos que se corresponden con los casos. No sé si deberíamos abrirlos antes de…
– No te preocupes por eso ahora -le espetó Bosch-. ¿Puedes entrar en Internet?
Rider hizo unos movimientos con el ratón y tecleó el nombre del usuario y la contraseña en unos espacios que aparecían en la pantalla.
– Estoy tratando de acceder a Internet -dijo Rider-. Confío en que funcione la misma contraseña y podamos acceder a la página web de esa chica.
– ¿Qué chica? -preguntó Chastain.
Bosch tomó la carpeta que reposaba sobre la mesa y se la entregó a Chastain. Este echó un vistazo a la foto y esbozó una expresiva sonrisa.
Bosch fijó de nuevo la vista en la pantalla. Rider estaba navegando por Internet.
– ¿Cuál es la dirección?
Chastain se la leyó y Rider la tecleó.
– Se trata de una página web independiente dentro de una web más grande -les explicó Rider-. Aquí conseguiremos la página Gina.
– ¿Crees que se llama Gina?
– Eso parece -contestó Rider.
En ese momento apareció en la pantalla la fotografía que ya habían visto. Debajo de ella figuraba la información sobre los servicios que proporcionaba la mujer de la foto y la forma de ponerse en contacto con ella:
Soy Regina. Un ama de alto standing experta en bondage, humillación, feminización forzada, adiestramiento de esclavos y lluvia dorada. Otros tormentos a petición del cliente. Llámame ahora.
Debajo del bloque de información había un número de teléfono, el de un busca y una dirección de correo electrónico.
Bosch los anotó en un bloc que sacó del bolsillo. Luego miró de nuevo la pantalla y vio un botón azul con la letra A sobre éste. Cuando se disponía a preguntar a Rider qué significaba aquel botón, Chastain soltó un taco. Bosch se volvió hacia él. El detective de Asuntos Internos meneó la cabeza con expresión de perplejidad.
– Ese cabrón probablemente se corría postrándose de rodillas ante esa tía -comentó Chastain-. Me pregunto si el reverendo Tuggins y sus amiguetes en el AISC estaban enterados de esto.
Chastain se refería a una organización llamada Asociación de las Iglesias de South Central, un grupo presidido por Tuggins que siempre estaba a disposición de Elias cuando éste quería mostrar a los medios una imagen de la indignación de la opinión pública en South Central por los presuntos desmanes de la policía.
– Ni siquiera sabemos si conocía a esa mujer -replicó Bosch.
– Pues claro que la conocía. ¿Por qué iba a tener su foto si no? Si Elias andaba metido en esas prácticas sadomasoquistas, cualquiera sabe adónde pudo haberle conducido. Es un asunto digno de ser investigado y tú lo sabes.
– Descuida, vamos a investigarlo todo.
– Eso espero.
– Hummm -interrumpió Rider-, eso es un botón de audio.
Bosch contempló la pantalla. Rider tenía el puntero situado sobre el botón azul.
– ¿Qué quieres decir?
– Creo que podemos escuchar a Regina.
Rider hizo clic en el ratón y el ordenador descargó un archivo de sonido y empezó a reproducirlo. A través del altavoz sonó una voz: «Soy el ama Regina. Si vienes a mí descubrirás el secreto de tu alma. Juntos revelaremos la auténtica esclavitud a través de la cual averiguarás tu verdadera identidad y obtendrás un placer inimaginable. Te moldearé a mi manera. Te poseeré. Te espero. Llámame ahora».
Los tres guardaron silencio durante unos minutos. Bosch miró a Chastain.
– ¿Crees que es ella?
– ¿A quién te refieres?
– A la mujer que oíste en la cinta del apartamento.
Chastain reparó de golpe en esa posibilidad y se quedó callado mientras reflexionaba sobre ello.
– ¿De qué cinta estáis hablando? -inquirió Rider.
– ¿Podemos volver a oírlo? -preguntó Bosch.
Rider pulsó de nuevo el botón de audio y repitió su pregunta sobre la cinta.
Cuando terminó de escuchar de nuevo la voz de Regina, Bosch respondió:
– Una mujer dejó un mensaje en el contestador automático del apartamento de Elias. No era su esposa, pero tampoco creo que fuera esta voz.
Bosch miró de nuevo a Chastain.
– No sé -dijo éste-. Es posible que lo sea. Podemos comparar ambas voces en el laboratorio.
Bosch observó a Chastain, tratando de captar algún gesto facial que indicara que sabía que el mensaje había sido borrado. Pero no vio nada sospechoso.
– ¿Qué? -preguntó Chastain, molesto ante la mirada escrutadora de Bosch.
– Nada -contestó éste.
Acto seguido se volvió hacia la pantalla del ordenador.
– Dijiste que esto formaba parte de un sitio web más grande -dijo a Rider-. ¿Podemos echarle un vistazo?
Rider se puso a teclear de inmediato. Unos instantes después contemplaron un gráfico que mostraba una pierna femenina embutida en una media, con la rodilla doblada, ocupando toda la pantalla.
El mensaje decía:
BIENVENIDO A GIRLAWHIRL
Un directorio de servicios íntimos,
sensuales y eróticos en el sur de California
Debajo aparecía un índice temático mediante el cual el usuario podía elegir a una de las mujeres incluidas en la lista que ofrecían una variada gama de prestaciones, desde un masaje sensual hasta compañía durante una noche o prácticas de dominación femenina. Rider pulsó el ratón sobre esta última especialidad y apareció una nueva imagen en la pantalla en la que figuraban los nombres de varias amas, seguidos de un código de área telefónico.
– Esto parece una casa de putas de Internet -observó Chastain.
Bosch y Rider no hicieron ningún comentario. Rider situó el puntero sobre el nombre de Ama Regina.
– Aquí tienes -dijo-, eliges la página que quieres y entras en ella.
Rider pulsó de nuevo el ratón y volvió a aparecer la página de Regina.
– Elias la eligió a ella -dijo Rider.
– Una mujer blanca -apostilló Chastain con tono de guasa-. Lluvia dorada a cargo de una mujer blanca. No creo que eso les haga mucha gracia en South Side.
Rider miró a Chastain con expresión de reproche. Abrió la boca para protestar, pero de pronto alzó la vista y se quedó desconcertada. Al observar su reacción, Bosch se volvió. En la puerta del despacho estaba Janis Langwiser. Junto a ella había una mujer que Bosch reconoció por haberla visto retratada en la prensa y en televisión. Era una mujer atractiva con el cutis terso, color café con leche, propio de las mujeres mulatas.
– Alto ahí -protestó Bosch dirigiéndose a Langwiser-. Esto es una investigación de asesinato. Ella no puede entrar aquí…
– Ya lo creo que puede, detective Bosch -repuso Langwiser-. El juez Houghton la ha designado para que revise los archivos.