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Irving inclinó la cabeza, de forma que sus manos unidas ocultaron su rostro.

– Ya sé que no es lo que desea escuchar, pero si quiere los hechos, éstos son los hechos. Tenemos…

– Según el último parte del capitán Garwood parece que se trata de un robo. Elias llevaba un traje de mil dólares y caminaba por el centro a las once de la noche. Le quitaron el reloj y la cartera. ¿Puede usted excluir la posibilidad de un robo?

Bosch se inclinó hacia atrás y aguardó unos instantes a que Irving terminara de desahogarse. La noticia que acababa de darle el detective le produciría otra úlcera de estómago en cuanto los medios la publicaran.

– Hemos localizado el reloj y la cartera. No se los habían robado.

– ¿Dónde?

Bosch dudó en responder, aunque ya había previsto la pregunta. Dudó porque iba a mentir a un superior para hacerles un favor a cuatro hombres que no merecían el riesgo al que se exponía.

– En el cajón de su escritorio. Elias debió olvidarse esos objetos cuando acabó de trabajar y se fue a su apartamento. O quizá los dejara adrede por si le atracaban.

Bosch comprendió que tendría que ofrecer una buena explicación en su informe cuando la autopsia de Elias revelara los rasguños post mortem que éste presentaba en la muñeca. Tendría que achacarlos a un accidente mientras los investigadores manipulaban o movían el cadáver.

– Entonces quizá fue un ladrón armado quien disparó contra Elias cuando éste se negó a entregarle la cartera -comentó Irving, ajeno a los apuros que estaba pasando Bosch-. A lo mejor fue un ladrón que primero disparó y luego miró a ver si llevaba algo de valor.

– La secuencia de los disparos y el modo en que fueron efectuados excluye esa hipótesis. La secuencia revela una estrecha relación entre la víctima y el agresor, una profunda rabia contra Elias. La persona que lo mató conocía a Elias.

Irving apoyó las manos en la mesa y se inclinó unos centímetros hacia el centro de la misma.

– Lo único que digo es que no podemos desechar por completo esas posibilidades -afirmó con tono irritado.

– Es posible, pero no investigamos ese tipo de posibilidades. Creo que sería una pérdida de tiempo y no dispongo de la gente suficiente.

– Le dije que quería que investigara el caso a fondo. No deben pasar por alto ningún detalle.

– Bien, ya investigaremos esa posibilidad más adelante. Mire, jefe, si lo que pretende es decirles a los medios de comunicación que fue un robo, allá usted. Yo me limito a informarle sobre lo que hemos conseguido hasta ahora y lo que vamos a investigar.

– De acuerdo. Continúe. -Irving hizo un gesto con la mano para indicar al detective que fuera al grano.

– Tenemos que examinar los archivos de Elias y confeccionar listas de posibles sospechosos. Los policías a quienes Elias crucificó en los tribunales o humilló en los medios de comunicación. O ambos. Los que le guardan rencor. Y los policías que Elias iba a intentar crucificar el lunes próximo.

Irving no mostró ninguna reacción. A Bosch le pareció que ya estaba pensando en la rueda de prensa que iba a celebrarse al cabo de una hora, cuando él y el jefe de la policía se situaran al borde de un precipicio para informar a los medios sobre un caso tan peliagudo como el asesinato de Howard Elias.

– Trabajamos con gran desventaja -continuó Bosch-. Carla Entrenkin ha sido designada por el juez que autorizó los registros para que proteja el derecho de confidencialidad de los clientes de Elias.

– ¿No acaba de decirme que encontró la cartera y el reloj de Elias en su despacho?

– Efectivamente, pero eso fue antes de que se presentara Carla y nos echara de allí.

– ¿Cómo es que el juez la designó a ella?

– Dice que el juez la llamó porque pensó que era la persona idónea. En estos momentos ella y una ayudante del fiscal del distrito se encuentran en el despacho de Elias. Espero conseguir la primera partida de archivos esta misma tarde.

– De acuerdo, ¿qué más?

– Hay algo que debe usted saber. Antes de que Carla nos obligara a marcharnos, hallamos un par de cosas interesantes. La primera son unas notas que Elias tenía en su escritorio. Al leerlas llegué a la conclusión de que el abogado tenía una fuente aquí, en el Parker Center. Una excelente fuente, alguien que sabía cómo acceder a los archivos antiguos sobre casos que habían sido desestimados. Y había indicios de una disputa entre ellos. O la fuente no podía, o se había negado a complacer a Elias en algo referente al asunto del Black Warrior.

Irving permaneció en silencio mientras observaba a Bosch, asimilando lo que éste acababa de decir.

– ¿Ha podido identificar a esa fuente? -preguntó por fin con un tono de voz aún más distante.

– Por ahora no. Estaba escrito en clave.

– ¿Qué pretendía Elias? ¿Puede estar relacionado con los asesinatos?

– No lo sé. Si quiere que dé preferencia a esta vía, lo haré. Creí que había otras prioridades. Los policías que Elias había llevado a los tribunales, los que iba a llevar el próximo lunes. Hallamos una segunda cosa en el despacho, antes de que Carla nos echara de allí.

– ¿Qué cosa?

– A decir verdad, abre otras dos vías de investigación.

Bosch explicó escuetamente a Irving lo de la foto del ama Regina y la indicación de que Elias podía estar involucrado en lo que Chastain había denominado asuntos sucios. El subdirector se mostró interesado en ese aspecto de las pesquisas y preguntó a Bosch cómo se proponía investigarlo.

– Quiero localizar y entrevistar a esa mujer, comprobar si Elias tuvo algún contacto con ella. Luego ya veremos.

– ¿Cuál es la otra vía de investigación que abre este asunto?

– La familia. Tanto si tuvo contacto con esa tal Regina como si no, al parecer Elias era un mujeriego. Existen suficientes indicios en su apartamento para afirmarlo. Si su mujer estaba al corriente de esas aventuras, ya tenemos un móvil. Por el momento no tenemos nada que indique que la esposa lo sospechara siquiera, y menos aún que encargara a alguien la ejecución del crimen o que lo cometiera ella misma. Por otro lado, esa tesis desmiente los aspectos psicológicos de los asesinatos.

– Expliqúese.

– No parece el trabajo aséptico de un asesino a sueldo. Yo creo que el asesino conocía y odiaba a Elias, al menos en el momento en que éste disparó contra él. También me atrevería a afirmar que se trata de un hombre.

– ¿Por qué?

– Por el disparo en el culo. Fue una salvajada, una violación. Los hombres violan, las mujeres no. De modo que mi intuición me dice que la viuda es inocente, aunque a veces mi intuición me ha fallado. Pero no deja de ser una posibilidad que debemos investigar. Luego está el hijo. Ya le dije que reaccionó de forma bastante violenta cuando le comunicamos la noticia. Pero desconocemos qué relación mantenía con su padre. De lo que no cabe duda es de que sabe manejar armas de fuego; vimos una foto suya practicando el tiro al blanco.

– Mucho ojo con esa familia -advirtió Irving a Bosch, apuntándole con el dedo-. Este asunto requiere un gran tacto.

– Descuide.

– No quiero que nos estalle en la cara.

– De acuerdo.

Irving consultó de nuevo su reloj.

– ¿Por qué no han respondido sus compañeros a las llamadas?

– Lo ignoro. Yo estaba pensando lo mismo.

– Pues llámelos otra vez. Tengo que reunirme con el jefe de la policía. Quiero verles a usted y su equipo a las once en la sala de conferencias.

– Preferiría continuar trabajando en el caso. Tengo que…

– Es una orden, detective -dijo Irving, levantándose-. No admite discusión. Usted no tendrá que responder a ninguna de las preguntas, pero quiero que su equipo esté presente.

Bosch recogió los papeles y volvió a guardarlos en el maletín.

– Allí estaré -dijo, aunque Irving ya había salido de la habitación.

Bosch permaneció sentado unos minutos, pensando. Sabía que Irving transmitiría al jefe del departamento su propia versión de la información que Bosch le había dado. Luego se pondrían a cavilar y refundirían de nuevo esa información para transmitírsela a los medios de comunicación.