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– No me interesa. Quiero que estén aquí y punto. En la próxima rueda de prensa, o les obliga a asistir o les enviaré a tres divisiones tan alejadas una de otra que tendrán que tomarse unas vacaciones para almorzar juntos.

Bosch observó durante unos momentos el rostro de Irving.

– De acuerdo, jefe.

– Bien. Téngalo presente. Estamos a punto de comenzar la rueda de prensa. O’Rourke irá a buscar al jefe y lo acompañará hasta la tarima. Descuide, detective, no tendrá que responder a ninguna pregunta.

– Entonces ¿qué pinto aquí? ¿Puedo irme?

Irving miró a Bosch como si estuviera a punto de soltar una palabrota por primera vez en su vida. Tenía las mejillas encendidas y los músculos de su poderosa mandíbula completamente tensos.

– Está aquí para responder a las preguntas que le formulemos el jefe o yo. Podrá marcharse cuando yo se lo indique.

Bosch alzó los brazos en un gesto de resignación, dio un paso atrás y se apoyó en la pared mientras aguardaba a que se iniciara la rueda de prensa. Irving se alejó y, tras intercambiar unas palabras con su ayudante, se dirigió hacia el hombre del traje gris. Bosch contempló el público de la sala. Era difícil ver con claridad debido a los potentes focos de la televisión. No obstante logró identificar algunas caras que conocía personalmente o había visto en televisión. Al divisar a Keisha Russell trató de desviar la mirada antes de que la periodista del Times le viera a él, pero fue demasiado tarde. Sus miradas se cruzaron durante unos instantes. Keisha lo saludó con una breve inclinación de la cabeza; Bosch no le devolvió el saludo. Temía que alguien le viera hacerlo. No convenía saludar a un periodista en público. Keisha lo observó durante unos momentos y luego apartó la vista.

Se abrió la puerta lateral de la sala de conferencias y apareció O’Rourke, que mantuvo la puerta abierta para que pasara el jefe de la policía. Lucía un traje gris marengo y su expresión era sombría. O’Rourke subió a la tarima y se inclinó sobre el árbol de micrófonos. Era mucho más alto que el jefe de la policía, a cuya altura habían instalado los micrófonos.

– ¿Todos preparados?

Un par de cámaras respondieron desde el fondo «¡no!» y «¡todavía no!», pero O’Rourke no les hizo caso.

– El jefe del Departamento de Policía de Los Ángeles desea efectuar una breve declaración sobre los hechos ocurridos hoy, y a continuación responderá a sus preguntas. Sólo se informará sobre los detalles generales del caso, para no entorpecer la investigación. El subdirector Irving también responderá a unas preguntas. Procuremos que todo vaya discurriendo en orden y sin altercados para que todos puedan hacer su trabajo. ¿Jefe?

O’Rourke se apartó y el jefe de la policía subió al estrado. Era un hombre alto, de raza negra y bien plantado, que imponía respeto. Había trabajado durante treinta años en el cuerpo de policía de la ciudad y tenía una gran habilidad para tratar a los medios de comunicación. No obstante, hacía poco que ocupaba el cargo de jefe del departamento.

Había sido nombrado el verano anterior, cuando su predecesor, un hombre de fuera, obeso y sin la menor sensibilidad hacia los problemas del departamento y de la comunidad, fue apartado del cargo y sustituido por un nativo de Los Ángeles lo bastante apuesto como para protagonizar una película en Hollywood. El jefe de la policía escrutó en silencio los rostros de los asistentes. Las vibraciones que Bosch captó indicaban que este caso y la forma en que se llevara a cabo la investigación del mismo serían el bautismo de fuego del jefe. Bosch estaba seguro de que éste también había percibido esas vibraciones.

– Buenos días -dijo el jefe-. Hoy tengo malas noticias que darles. Anoche fueron asesinados dos ciudadanos de Los Ángeles. Catalina Pérez y Howard Elias viajaban por separado en el funicular de Angels Flight cuando alguien disparó contra ellos. Murieron poco antes de las once. Casi toda la gente de esta ciudad ha oído hablar de Howard Elias. Admirado o denostado, era un hombre que formaba parte de nuestra ciudad y que contribuyó a moldear nuestra cultura.

»Por otra parte, Catalina Pérez, como muchos de nosotros, no era una persona conocida ni una celebridad. Era simplemente un ama de casa que trataba de ganarse un sueldo para que ella y su familia (un marido y dos niños de corta edad) pudieran vivir y salir adelante. Trabajaba de asistenta durante muchas horas, de día y de noche. Se dirigía a su casa para reunirse con su familia cuando cayó asesinada. Esta mañana comparezco ante ustedes para asegurar a nuestros ciudadanos que estos dos asesinatos no quedarán impunes ni caerán en el olvido. Pueden estar seguros de que trabajaremos sin descanso en esta investigación hasta hacer justicia para Catalina Pérez y Howard Elias.

Bosch no pudo por menos de admirar el estilo del jefe. Había unido los asesinatos de ambas víctimas en un único paquete, haciendo que pareciera poco plausible que Elias fuera el único objetivo del asesino y Catalina Pérez una desdichada viajera en el funicular, que había quedado atrapada en el fuego cruzado. Hábilmente había conseguido presentar a ambos, al margen de las diferencias sociales, como víctimas de la absurda y salvaje violencia que constituía el cáncer de la ciudad.

– En estos momentos no podemos entrar en muchos detalles porque la investigación está en marcha. Pero sí podemos afirmar que estamos siguiendo varias pistas y confiamos en identificar al asesino o a los asesinos y conducirlos ante la justicia. Pedimos entretanto a los ciudadanos de Los Ángeles que no perdáis la calma y nos permitáis llevar a cabo nuestro trabajo. En este momento es importante no llegar a conclusiones precipitadas. No queremos que nadie resulte perjudicado. El departamento, a través de mi persona, del subdirector Irving o de la oficina de relaciones con la prensa, os mantendrá informados de la investigación. Dispondréis de toda la información que podamos ofreceros sin que ello entorpezca la investigación o el consiguiente enjuiciamiento de los sospechosos.

El jefe de la policía retrocedió un paso y se volvió hacia O’Rourke, una señal de que había concluido. O’Rourke se acercó a la tarima pero antes de que pudiera alzar un pie se oyó un sonoro coro de periodistas que gritaban «¡jefe!». Y a través del tumulto llegó la estentórea voz de un reportero, una voz reconocible para Bosch y todos los demás, perteneciente a Harvey Butrón, del Canal Cuatro.

– ¿Mató un policía a Howard Elias?

La pregunta provocó un silencio momentáneo, seguido por el coro de gritos de los periodistas. El jefe de la policía volvió a subir al estrado y alzó las manos como si tratara de aplacar a una jauría de mastines.

– Alto, alto. De uno en uno…

– ¿Creen que el asesino es un policía? ¿Puede usted responder a esta pregunta?

Era Button de nuevo. Esta vez los otros periodistas guardaron silencio como si le secundaran, exigiendo que el jefe de la policía respondiera a la pregunta. A fin de cuentas, era una pregunta crucial. Toda la rueda de prensa reducida a una pregunta y una respuesta.

– En estos momentos no puedo responder a esta pregunta. Estamos investigando el caso. Por supuesto, todos conocemos el historial de Howard Elias en este departamento. No ejerceríamos nuestro trabajo de forma responsable si no nos miráramos a nosotros mismos. Y lo haremos. Lo estamos haciendo. Pero en estos momentos…

– Señor, ¿cómo puede este departamento investigarse a sí mismo y seguir manteniendo la credibilidad ante la comunidad?

La pregunta había sido formulada por Butrón.

– Una buena pregunta, señor Button. En primer lugar, la comunidad puede estar segura de que esta investigación logrará esclarecer el caso, caiga quien caiga. Si el responsable de los asesinatos es un agente de policía, les garantizo que será juzgado. Segundo, el departamento cuenta con la ayuda de la inspectora general, Carla Entrenkin, quien como saben es una observadora civil que informa directamente a la Comisión de Policía, el consejo municipal y el alcalde.