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El jefe de la policía alzó la mano para interrumpir a Button, que se disponía a hacer una nueva pregunta.

– Aún no he terminado, señor Button. Por último, deseo presentarles al agente especial Gilbert Spencer, de la oficina del FBI en Los Ángeles. El señor Spencer y yo hemos hablado largo y tendido sobre este crimen y esta investigación y nos ha prometido que el FBI nos ayudará. A partir de mañana, agentes del FBI trabajarán con los detectives del Departamento de Policía de Los Ángeles en un esfuerzo conjunto para llevar esta investigación a una rápida y satisfactoria conclusión.

Bosch trató de disimular la más mínima reacción al oír al jefe de la policía anunciar la participación del FBI en el caso. No le sorprendió. Comprendía que era un gesto hábil por parte del jefe que le granjearía muchas simpatías entre la comunidad. Quizá se consiguiera con ello resolver el caso, aunque esa consideración seguramente había desempeñado un papel secundario en la decisión del jefe. Su objetivo primordial era apagar el fuego antes de que prendiera, y el FBI constituía una excelente manguera. Lo que más irritó a Bosch fue que le hubieran dejado en la inopia, que se hubiera enterado de la participación del FBI en el caso al mismo tiempo que Harvey Button y el resto de los presentes. Bosch miró a Irving, quien captó la mirada con su radar y se volvió hacia el detective. Los dos hombres se miraron fijamente hasta que Irving dirigió la vista hacia el estrado en el preciso momento en que Spencer se situaba detrás de los micrófonos.

– Todavía no tengo mucho que decir -dijo el agente del FBI-. Designaremos un equipo para que trabaje en esta investigación. Los agentes colaborarán con los detectives del Departamento de Policía de Los Ángeles y creemos que juntos lograremos resolver rápidamente este caso.

– ¿Investigarán a todos los agentes implicados en el caso del Black Warrior? -preguntó un periodista.

– Lo investigaremos todo, pero de momento no vamos a informar sobre nuestra estrategia. A partir de ahora, todas las preguntas de los medios y los comunicados de prensa serán competencia del Departamento de Policía de Los Ángeles. El FBI…

– ¿Con qué autoridad interviene el FBI en el caso? -preguntó Button.

– Según las leyes de los derechos civiles, el FBI está autorizado a abrir una investigación para determinar si los derechos de un individuo han sido violados bajo el color de la ley.

– ¿El color de la ley?

– Por un agente de la ley. Dejo esto en manos de…

Spencer se retiró de la tarima sin terminar la frase. Era evidente que no le gustaba ser el centro de atención de los medios. El jefe de la policía ocupó de nuevo su lugar y presentó a Irving, quien se colocó detrás del estrado y empezó a leer un comunicado de prensa que contenía más detalles del crimen y de la investigación. Pero seguía siendo una información escueta. El comunicado mencionaba a Bosch como el detective a cargo de la investigación. Explicaba que un conflicto de intereses con la División de Robos y Homicidios y problemas de personal en la División Central habían hecho necesario que un equipo de la División de Hollywood se ocupara del caso. Irving añadió que estaba dispuesto a responder a algunas preguntas, pero recordó de nuevo a la prensa que no comprometería la investigación revelando datos vitales.

– ¿Puede aclararnos algo más sobre el punto central de la investigación? -preguntó un periodista, adelantándose a los demás.

– El foco es muy amplio -contestó Irving-. Lo investigamos todo, desde agentes de policía que pudieran guardar rencor a Howard Elias, hasta la posibilidad de que el móvil de los asesinatos sea el robo. Nosotros…

– A propósito -gritó otro periodista, sabiendo que para hacerse oír en medio de aquel tumulto tenía que hacer la pregunta antes de que el compañero concluyera la última-. ¿Han encontrado algo en la escena del crimen que haga pensar en un robo?

– No vamos a comentar los detalles referentes a la escena del crimen.

– Según mis informaciones, el cadáver no llevaba reloj ni cartera.

Bosch miró al periodista. No era de la televisión, a juzgar por su descuidado atuendo. Y la presencia en la sala de Keisha Russell excluía la posibilidad de que perteneciera a la redacción del Times. Bosch no lo conocía, pero era evidente que alguien le había filtrado la información sobre el reloj y la cartera.

Irving se detuvo, como si estuviera indeciso respecto a lo que debía revelar.

– Su información es correcta pero incompleta. Al parecer, el señor Elias se dejó el reloj y la cartera en su escritorio cuando anoche salió de su despacho. Hoy han sido encontradas esas pertenencias allí. Esto no excluye la posibilidad de un intento de robo como móvil del crimen, desde luego, pero aún no disponemos de suficientes datos para asegurarlo.

Keisha Russell, que jamás perdía la compostura, no se había unido al coro de gritos reclamando atención.

Permanecía sentada tranquilamente, con la mano alzada, esperando a que se acabaran las preguntas e Irving le concediera el turno. Cuando Irving hubo respondido a algunas preguntas reiterativas formuladas por los reporteros de la televisión, concedió a Russell la palabra.

– Usted ha dicho que las pertenencias del señor Howard Elias han sido halladas hoy en su despacho. ¿Significa eso que han registrado su despacho? Y en caso afirmativo, ¿se han tomado las medidas pertinentes para salvaguardar la confidencialidad que el señor Elias compartía con sus clientes, los cuales han presentado una demanda contra el departamento que ha llevado a cabo el registro del despacho?

– Buena pregunta -replicó Irving-. Nosotros no hemos llevado a cabo un registro en toda regla del despacho de la víctima precisamente por la razón que usted acaba de mencionar. Aquí es donde interviene la inspectora general, Carla Entrenkin. Ella misma se está encargando de revisar los archivos que se encuentran en el despacho de la víctima y los entregará a los investigadores después de que haya comprobado que no contienen ninguna información comprometida que pudiera violar la confidencialidad entre el abogado y su cliente. Este proceso de revisión ha sido ordenado hace unas horas por el juez que firmó las órdenes autorizando el registro del despacho de Howard Elias. Según tengo entendido, el reloj y la cartera fueron hallados en el escritorio de la víctima, lo que indica que el señor Elias se los olvidó anoche cuando abandonó su despacho. Bien, creo que con esto podemos dar por concluida esta rueda de prensa. Tenemos que centrarnos en la investigación. Cuando dispongamos de más datos…

– Una última pregunta -dijo Russell-. ¿Por qué ha implantado el departamento turnos de doce horas?

Irving se disponía a responder, pero de pronto miró al jefe del departamento. Este asintió y subió de nuevo a la tarima.

– Queremos estar preparados para cualquier contingencia -dijo-. Los turnos de doce horas colocan a más policías en las calles. Confiamos en que los ciudadanos de Los Ángeles conservarán la calma y nos concederán el tiempo suficiente para llevar a cabo esta investigación, pero como medida de precaución he dispuesto un plan de emergencia que prevé que todos los agentes cumplan turnos de doce horas y descansen otras doce hasta nueva orden.

– ¿Es éste el mismo plan de respuesta que implantaron con motivo de los últimos disturbios callejeros, cuando los hechos pillaron al departamento por sorpresa y éste no disponía de un plan para atajar la situación? -preguntó Russell.

– Efectivamente, se trata del mismo plan que fue esbozado en 1992.

El jefe de la policía se disponía a retirarse de la tarima cuando Russell le lanzó otra pregunta envenenada.

– ¿Teme por tanto que se produzcan disturbios?

La frase sonaba más como una afirmación que como una pregunta. El jefe volvió a situarse ante los micrófonos.

– No, señorita… Russell. No temo que se produzcan disturbios. Ya he dicho que se trata de una medida de precaución. Confío en que los ciudadanos de esta comunidad se comporten de forma civilizada y responsable. Al igual que los medios de comunicación.