El jefe de la policía aguardó otra pregunta por parte de Russell pero ésta permaneció en silencio. O’Rourke avanzó unos pasos y se inclinó delante del jefe para hablar por los micrófonos.
– La rueda de prensa ha concluido. Dentro de aproximadamente quince minutos dispondrán de copias de la declaración del subdirector Irving en la sala de relaciones con la prensa.
Mientras los periodistas iban saliendo lentamente de la sala de conferencias, Bosch no apartó la vista del hombre que había formado la pregunta sobre la cartera y el reloj. Sentía curiosidad por saber quién era y para qué medio trabajaba.
Durante el atasco que se produjo en la puerta, el hombre coincidió con Button y ambos se pusieron a charlar. A Bosch le chocó, porque nunca había visto que un periodista de prensa le diera siquiera la hora a uno de la televisión.
– ¿Detective?
Bosch se volvió. El jefe de la policía se hallaba frente a él, con la mano extendida. Bosch se la estrechó. Llevaba veinticinco años en el departamento y el jefe treinta, pero jamás habían tenido ocasión de cruzar una sola palabra, y menos aún de saludarse.
– Celebro conocerle. Quiero que sepa que contamos con usted y su equipo. Si necesita algo no dude en ponerse en contacto con mi oficina o acudir al subdirector Irving. Sea lo que fuere.
– De momento no necesitamos nada, pero le agradezco que se me haya informado de la participación del FBI.
El jefe de la policía vaciló unos segundos, pero enseguida respondió al agrio comentario de Bosch restándole importancia.
– Lo lamento. Hasta poco antes de iniciarse la rueda de prensa no tuve la certeza de que el FBI iba a participar en el caso.
Entonces se volvió para buscar con la mirada a los hombres del FBI. En aquellos momentos Spencer hablaba con Irving. El jefe les indicó que se acercaran y presentó a Bosch a Spencer. A Bosch le pareció vislumbrar una leve expresión de desdén en el rostro de Spencer. Bosch no tenía un historial favorable en su relación con el FBI a lo largo de los años. Nunca había tratado directamente con Spencer, pero si éste era el ayudante del agente especial a cargo de la oficina de Los Ángeles, seguramente habría oído hablar de Bosch.
– ¿Cómo vamos a organizar esto, caballeros? -preguntó el jefe de la policía.
– Si usted quiere, haré que mi gente se presente aquí a las ocho de la mañana -respondió Spencer.
– Estupendo. ¿Irving?
– Sí, estoy de acuerdo. Estaremos trabajando en la sala de conferencias junto a mi despacho. Haré que nuestro equipo esté aquí a las ocho de la mañana. En primer lugar repasaremos los datos con que contamos hasta ahora y luego ya veremos.
Todos asintieron excepto Bosch. Sabía que no tenía poder de decisión.
El grupo se dispersó, y cada uno se dirigió hacia la puerta por la que había entrado el jefe de la policía. Bosch coincidió con O’Rourke y aprovechó para preguntarle quién había formulado la pregunta sobre el reloj y la cartera.
– Tom Chainey.
A Bosch ese nombre le resultaba familiar, pero no recordaba por qué.
– ¿Es un periodista?
– No. Trabajó muchos años con el Times pero ahora está en la televisión. Es el productor de Harvey Button. No es lo bastante guapo para aparecer ante las cámaras. De modo que le pagan un montón de pasta para que consiga noticiones para Harvey y le diga lo que debe decir y lo que no debe decir. O sea, para que haga un buen papel. Harvey pone el rostro y la voz. Chainey es el cerebro en la sombra. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te puedo ayudar en algo?
– No. Tenía curiosidad, nada más.
– ¿Te choca la pregunta sobre la cartera y el reloj? Bueno, Chainey tiene muchos contactos y fuentes. Más que la mayoría de los periodistas.
Al salir Bosch se encaminó hacia la izquierda, de nuevo a la sala de conferencias de Irving. Deseaba abandonar el edificio, pero no quería bajar en un ascensor repleto de periodistas.
Irving le aguardaba en la sala de conferencias.
Estaba sentado en el mismo lugar que había ocupado antes.
– Lamento lo del trato con el FBI -dijo-. No lo supe hasta poco antes de comenzar la rueda de prensa. Fue idea del jefe.
– Eso he oído. Probablemente ha sido una jugada maestra.
Bosch guardó silencio, esperando a que Irving moviera ficha.
– Pida a su gente que concluya las entrevistas que están llevando a cabo, para que todos puedan irse a dormir, porque mañana comienza de nuevo la función.
Bosch estuvo a punto de protestar, pero se contuvo.
– ¿Se refiere a que debemos aparcar la investigación hasta que aparezca el FBI? Se trata de un homicidio, jefe, de un doble asesinato. No podemos suspenderlo todo y empezar mañana de nuevo.
– No le he dicho que suspenda nada. He dicho que ordene a su equipo que termine el trabajo que está realizando ahora. Mañana nos retiraremos a las trincheras y nos reagruparemos para idear un mejor plan de batalla. Quiero que sus hombres estén descansados y dispuestos a lanzarse al ataque.
– Muy bien. Lo que usted diga.
Pero Bosch no tenía la menor intención de esperar a que aparecieran los del FBI, prefería continuar con la investigación, agilizarla y seguir las pistas que ésta les proporcionara. Lo que Irving pudiera decir le traía sin cuidado.
– ¿Puede darme la llave de esta sala? -preguntó Bosch-. Dentro de un rato Entrenkin nos enviará la primera partida de archivos. Debemos ponerlos a buen recaudo.
Tras vacilar unos instantes, Irving se metió la mano en el bolsillo. Sacó una de las llaves del llavero y la deslizó por encima de la mesa. Bosch la colocó en su propio llavero.
– ¿Cuántas personas tienen una copia de esta llave? -preguntó-. Es para saberlo.
– No se preocupe, detective. Nadie que no forme parte del equipo y no tenga mi autorización entrará en esta sala.
Bosch asintió, aunque Irving no había respondido a su pregunta.
15
Cuando Bosch traspasó la puerta de cristal del Parker Center asistió al comienzo de la fabricación y empaquetado de un acontecimiento mediático. En la plaza se hallaban apostados media docena de equipos de televisión y un montón de periodistas dispuestos a transmitir informes en directo como preámbulo al reportaje sobre la rueda de prensa. Junto a la acera estaban aparcadas numerosas furgonetas de televisión con sus antenas preparadas. Era sábado, por lo general el día menos interesante desde el punto de vista informativo. Pero el asesinato de Howard Elias constituía un asunto de gran envergadura. Una historia que ocuparía los titulares de la prensa durante mucho tiempo. Las cadenas locales iban a transmitir en directo al mediodía. Y entonces empezaría el espectáculo. La noticia del asesinato de Elias recorrería la ciudad como el viento más caluroso de Santa Ana, alterando los nervios de los ciudadanos y transformando frustraciones silenciosas en acciones sonoras y malévolas. El departamento -y la ciudad- confiaba en la forma en que esas personas jóvenes y guapas interpretaran y transmitieran la información que les habían proporcionado. Confiaban en que sus informes no atizaran las brasas de las tensiones de la comunidad. Confiaban en que mostraran prudencia, integridad y sentido común, que se limitaran a informar sobre los hechos conocidos sin aderezarlos con conjeturas ni datos de su propia cosecha. Pero Bosch sabía que esas esperanzas tenían tantas posibilidades de plasmarse en realidad como había tenido Elias de salir con vida al encontrarse con el asesino en Angels Flight, hacía poco más de doce horas.
Bosch dobló hacia la izquierda y se dirigió hacia el aparcamiento de los empleados, evitando que las cámaras detectaran su presencia. No quería aparecer en los informativos a menos que fuera imprescindible.