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– Pero ella subía en el funicular -observó Bosch-. ¿No trabajaba hasta las once?

– No. Trabajaba de seis a diez y media, luego tomaba el funicular hasta la parada del autobús, subía en él y se iba a casa. Sólo que al salir debió de mirar en el bolso y se dio cuenta de que se había olvidado la agenda, donde anotaba su horario de trabajo y números de teléfono. Sabemos que anoche la sacó en el apartamento porque su patrono, un tal señor D. H. Reilly, cambió su número de teléfono y le dio el nuevo. Pero Catalina Pérez se dejó la agenda en la mesa de la cocina. Tenía que regresar por ella para consultar su horario de trabajo. Esa señora…

Chastain tomó de nuevo la agenda, que estaba metida en una bolsa de plástico y catalogada como prueba.

– Fíjate en su horario de trabajo. Trabajaba como una mula. Echaba horas en las casas todos los días y muchas noches. Ese tal Reilly dijo que Catalina Pérez sólo disponía del viernes por la noche para ir a limpiar a su casa. Era muy trabajadora…

– De modo que se dirigía a recoger su agenda cuando se la cargaron -dijo Edgar.

– Eso parece.

– La vieja canción -comentó Rider con un tono que no pretendía ser burlón.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Chastain.

– Déjalo.

Todos permanecieron en silencio durante un rato. Bosch pensó que a Catalina Pérez le había costado la vida el haberse olvidado la agenda. Sabía que Rider se estaba refiriendo a lo injusta que es la vida. Una frase que la detective empezó a utilizar después de un año de trabajar en el Departamento de Homicidios para resumir las malas jugadas, coincidencias y caprichos del destino que a menudo le costaban la vida a uno.

– Bien -dijo Bosch-. Ahora ya sabemos lo que hacían las víctimas en el funicular. ¿No habéis hallado nada más en el edificio?

– Nadie vio ni oyó nada -respondió Chastain.

– ¿Habéis hablado con todos los inquilinos?

– En cuatro apartamentos no contestaron. Pero todos se encontraban al otro lado de la ciudad, lejos de Angels Flight.

– De momento los dejaremos aparcados -dijo Bosch-. Kiz, ¿has hablado con la esposa y el hijo?

Rider estaba masticando el último bocado de un sandwich y alzó el dedo hasta que hubo tragado.

– Sí, con los dos juntos y por separado. No he averiguado nada de interés. Los dos están convencidos de que lo hizo un policía. Yo no…

– Eso ya lo sabemos -terció Chastain.

– Déjala hablar -dijo Bosch.

– No me ha dado la impresión de que sepan gran cosa sobre los casos de Elias ni las posibles amenazas que hubiera recibido. Elias no trabajaba en su casa. Cuando abordé el tema de la fidelidad, Millie me dijo que creía que su marido le era fiel. Así fue como se expresó. Dijo «creo que me era fiel». Lo cual me chocó. Si no hubiera dudado, habría dicho «me era fiel», no «creo que me era fiel», ¿comprendes?

– ¿Piensas que Millie estaba al corriente de las aventuras de su marido?

– Es posible. Pero también pienso que lo consentiría, en el caso de que lo supiera. El hecho de ser la esposa de Howard Elias conllevaba un gran prestigio social. Muchas esposas en esa situación optan por hacerse las ciegas para mantener intacta la imagen, la vida que llevan.

– ¿Y el hijo?

– Está convencido de que su padre era un buen hombre. Su muerte le ha afectado mucho.

Bosch asintió. Admiraba la habilidad de Rider para entrevistar a la gente. La había visto en acción y sabía que no se dejaba amedrentar por nada ni nadie. Él la había utilizado en una forma parecida a como había pretendido utilizarla Irving durante la rueda de prensa. Bosch la había enviado a entrevistar de nuevo a la esposa y al hijo de Elias porque sabía que lo haría bien. Pero también porque era negra.

– ¿Les has hecho la pregunta A?

– Sí. Los dos estaban en casa anoche. Ninguno de ellos salió. Uno es la coartada del otro.

– Estupendo -observó Chastain.

– Bien, Kiz -dijo Bosch-. ¿Alguien quiere añadir algún comentario?

Bosch se inclinó sobre la mesa para observar los rostros de sus compañeros. Nadie dijo nada. Todos habían terminado de comerse sus sándwiches.

– No sé si os habéis enterado de lo que se ha dicho en la rueda de prensa, pero el jefe ha llamado a la caballería. Mañana por la mañana el FBI intervendrá en el caso. Tenemos una reunión a las ocho en la sala de conferencias privada de Irving.

– ¡Mierda! -exclamó Chastain.

– ¿Qué coño van a hacer ellos que no podamos hacer nosotros? -preguntó Edgar.

– Tal vez nada -respondió Bosch-. Pero el hecho de que el jefe lo anunciara durante la rueda de prensa seguramente contribuirá a mantener la paz. Al menos de momento. En todo caso, esperemos hasta mañana para ver cómo se desarrollan los acontecimientos. Todavía disponemos del resto del día. Irving me ordenó oficiosamente que suspendiera toda investigación hasta que se presenten los agentes del FBI, pero no pienso hacerle caso. Así que sigamos trabajando.

– Sí, no podemos dejar que el tiburón se ahogue, ¿verdad? -comentó Chastain.

– Así es, Chastain. Ninguno de nosotros ha podido dormir mucho esta noche. Creo que lo mejor será que algunos sigamos trabajando y nos vayamos a casa temprano, mientras los otros se van a casa a echar un sueñecito para regresar esta noche descansados. ¿Estáis conformes?

Todos guardaron silencio.

– De acuerdo, vamos a distribuir el trabajo. En el maletero de mi coche hay tres cajas con expedientes de Elias. Quiero que vosotros, los de Robos y Homicidios, os los llevéis a la sala de conferencias de Irving, los examinéis detenidamente y anotéis los nombres de policías y cualquier otra persona que haya que investigar. Quiero que preparéis una lista. En cuanto hayamos obtenido una coartada válida, tacharemos de la lista el nombre de la persona. Quiero que todo esto esté a punto para cuando lleguen mañana los agentes del FBI. Una vez que lo hayáis terminado, podéis iros a casa.

– ¿Tú qué vas a hacer? -preguntó Chastain.

– Nosotros iremos a hablar con la secretaria y el pasante de Elias. Luego me iré a casa a dormir un rato. Si puedo. Esta noche hablaremos con Harris e investigaremos el asunto de Internet. Quiero averiguar de qué se trata antes de que aparezcan los del FBI.

– Ándate con cuidado con Harris.

– Lo haré. Ese es uno de los motivos por los que esperaremos hasta esta noche. Si no metemos la pata, los medios de comunicación ni siquiera se enterarán de que hemos hablado con ese tío.

Chastain asintió.

– ¿Esos expedientes que tenemos que examinar son nuevos o antiguos?

– Antiguos. Entrenkin comenzó por los casos cerrados.

– ¿Cuándo podremos echar una ojeada al expediente del Black Warrior? Es el más importante. Los otros no sirven para nada.

– Confío en poder recogerlo hoy mismo. Pero te equivocas, los otros también son importantes. Es preciso examinar todos los expedientes que haya en ese despacho. Basta que nos saltemos un expediente para que un abogado nos lo meta por el culo durante el juicio. ¿Entendido? De modo que hay que revisarlos todos.

– De acuerdo.

– Además, ¿por qué te interesa tanto el expediente del Black Warrior? ¿No investigaste a los tipos implicados en el caso?

– Sí, ¿y qué?

– ¿Qué vas a averiguar en ese expediente que no sepas ya? ¿Crees que puedes haber pasado algo por alto?

– No, pero…

– Pero ¿qué?

– Es el caso del momento. Creo que ese expediente tiene que contener algo importante.

– Bien, ya veremos. Vayamos por partes. De momento dedícate a examinar los expedientes antiguos y procura que no se te escape nada.

– Descuida. Es que me jode perder el tiempo de esta forma.

– Bienvenido a Homicidios.

– Vale, vale.

Bosch sacó del bolsillo una pequeña bolsa marrón con varias copias de la llave que le había dado Irving, y que el detective había mandado hacer en Chinatown antes de ir al restaurante. Bosch volcó sobre la mesa las llaves que contenía la bolsa.