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– Que cada uno se lleve una llave. Son de la puerta de la sala de conferencias de Irving. Una vez que hayáis guardado los expedientes allí, quiero que esa puerta permanezca siempre cerrada con llave.

Cada uno fue tomando una llave salvo Bosch, que había metido la original en su llavero. Acto seguido se levantó y miró a Chastain.

– Vamos a buscar los expedientes que tengo en el coche.

16

Las entrevistas con la secretaria y el pasante de Elias resultaron tan insulsas que Bosch lamentó que sus compañeros y él mismo no hubieran utilizado ese tiempo en recuperar el sueño perdido. Tyla Quimby, la secretaria, estaba con gripe y había permanecido toda la semana encerrada en su casa, en el distrito de Crenshaw. No conocía las actividades de Howard Elias durante los días anteriores a su muerte. Aparte de la posibilidad de contagiarles la gripe, les proporcionó muy poca información. La mujer les explicó que Elias no solía comentar con ella ni con el pasante las estrategias que utilizaba en sus casos, ni tampoco otros aspectos de su trabajo. La tarea de ella consistía principalmente en abrir el correo, atender el teléfono, tratar con las visitas y clientes poco importantes y abonar los gastos de la oficina a través de una pequeña cuenta en la que Elias hacía unos depósitos todos los meses. En cuanto a las comunicaciones por teléfono, la mujer les dijo que Elias tenía una línea privada en su despacho, cuyo número conocían sus amigos y asociados, así como algunos periodistas e incluso enemigos. De modo que la secretaria no había podido informarles de si Elias había recibido alguna amenaza durante las semanas anteriores a su asesinato. Los investigadores le dieron las gracias y abandonaron su casa, confiando en que no les hubiera contagiado la gripe.

El pasante, John Babineux, tampoco fue capaz de aclararles ninguna cuestión importante de la investigación. Les confirmó que él y Michael Harris se habían quedado el viernes trabajando hasta tarde con Elias. Pero Babineux añadió que Harris y Elias habían permanecido encerrados en el despacho privado de éste durante buena parte de la tarde.

Babineux les contó que se había licenciado en la Facultad de Derecho de la Universidad del Sur de California hacía tres meses y que estudiaba por las noches, puesto que de día trabajaba de pasante para Elias, con el fin de obtener el título de abogado. Les explicó que estudiaba por las noches en el despacho de Elias porque así podía acceder a libros de derecho que necesitaba consultar para memorizar casos y códigos penales. Obviamente le resultaba más cómodo estudiar allí que en el apartamento cercano a la universidad que compartía con otros dos estudiantes de derecho. Poco antes de las once, Babineux se había marchado con Elias y Harris porque estaba cansado de trabajar. Dijo que él y Harris se dirigieron hacia sus respectivos coches, que se hallaban aparcados en una zona azul próxima al despacho, mientras Elias echaba a andar solo por la Tercera hacia Hill Street y Angels Flight.

Al igual que Quimby, Babineux describió a Elias como un hombre reservado que no solía comentar los casos en los que trabajaba ni los preparativos para un juicio. Les explicó que durante la última semana se había dedicado sobre todo a disponer las transcripciones de las numerosas declaraciones previas al juicio del caso Black Warrior. Su tarea consistía en volcar las transcripciones y demás material referente al caso en un ordenador portátil que llevarían al tribunal para que Elias pudiera consultarlo cuando tuviera que utilizar una determinada referencia o prueba durante el juicio.

Babineux no pudo proporcionar a los detectives información alguna sobre las posibles amenazas que hubiera recibido Elias; en todo caso ninguna amenaza que el abogado se hubiera tomado en serio. El pasante comentó que durante los últimos días había observado que Elias se mostraba muy optimista, pues estaba plenamente convencido de que iba a ganar el juicio del Black Warrior.

– Dijo que era pan comido -les explicó Babineux.

Mientras Bosch circulaba por la avenida Woodrow Wilson hacia su casa pensó en las dos entrevistas y se preguntó por qué Elias se había mostrado tan reservado sobre el caso que iba a presentar ante los tribunales. Eso no concordaba con su estrategia habitual de filtrar noticias a los medios o convocar ruedas de prensa multitudinarias. No dejaba de ser extraño que mantuviera tanta discreción sobre un caso que estaba convencido de que iba a ganar.

Bosch confiaba en descubrir la razón cuando Entrenkin le entregara al cabo de unas horas el expediente del Black Warrior. Hasta entonces decidió archivar el asunto.

Inmediatamente se puso a pensar en el armario ropero que había en su dormitorio. Aún no le había echado un vistazo, pues no estaba seguro de cómo iba a reaccionar si comprobaba que Eleanor se había llevado su ropa. Bosch decidió hacerlo en cuanto llegara a casa, para salir de dudas. Era el momento idóneo, pues al margen de lo que descubriera estaba demasiado cansado para hacer otra cosa que caer rendido en la cama.

Pero al doblar la última curva vio el destartalado Taurus de Eleanor, aparcado frente a la casa. Había dejado el garaje abierto para que él pudiera meter su automóvil. Bosch sintió que los músculos del cuello y de los hombros se relajaban y suspiró aliviado.

La casa estaba en silencio. Dejó su maletín sobre una de las sillas del comedor y se quitó la corbata al entrar en la sala de estar. Luego avanzó por el pequeño pasillo y miró en el dormitorio. Las cortinas estaban corridas y la habitación a oscuras, salvo por un tenue resplandor de las farolas que penetraba por la ventana. Bosch contempló la silueta de Eleanor debajo de las sábanas. Su cabello castaño estaba desparramado por la almohada.

Bosch entró en la habitación, se desnudó sin hacer ruido y colocó la ropa sobre una silla. Luego, para no despertarla, fue a darse una ducha en el baño del cuarto de invitados. Diez minutos más tarde se acostó en la cama junto a su mujer.

Se tumbó de espaldas y contempló la oscuridad del techo. Notó que Eleanor no respiraba de forma lenta y acompasada como cuando dormía.

– ¿Estás despierta? -preguntó Bosch.

– Mmm-humm.

Bosch aguardó un momento.

– ¿Dónde has estado, Eleanor?

– En Hollywood Park.

Bosch no dijo nada. No quería acusarla de mentirosa. Tal vez Jardine, el guardia de seguridad, no hubiera reparado en ella cuando contempló la sala de juego a través de los monitores de vídeo. Bosch se quedó mirando el techo, sin saber qué hacer.

– Ya sé que llamaste para averiguar si yo estaba allí -dijo Eleanor-. Conocí a Tom Jardine en Las Vegas. Trabajaba en el Flamingo. Te mintió. Me dijo que habías llamado.

Bosch cerró los ojos y guardó silencio.

– Lo siento, Harry. No me apetecía discutir contigo en aquellos momentos.

– ¿Discutir?

– Ya me entiendes.

– No, no te entiendo, Eleanor. ¿Por qué no respondiste a mi mensaje cuando llegaste a casa?

– ¿Qué mensaje?

Bosch recordó que él mismo había escuchado el mensaje hacía un rato. La luz del contestador no debía de estar parpadeando cuando ella llegó a casa, y no había oído el mensaje.

– No tiene importancia. ¿Cuándo has regresado?

Eleanor alzó la cabeza de la almohada para mirar los dígitos luminosos del reloj que había en la mesilla.

– Hace un par de horas.

– ¿Qué tal te ha ido?

En realidad a Bosch le tenía sin cuidado. Lo había dicho por decir.

– Bien. Gané algún dinero, pero luego metí la pata.

– ¿Qué ocurrió?

– Me arriesgué en vez de ir a lo seguro.

– ¿A qué te refieres?

– Me sirvieron un par de ases y además tenía cuatro tréboles, el as, el tres, el cuatro y el cinco. De modo que me descarté del as de corazones y fui a por el dos de tréboles para formar una escalera de color. Con una escalera de color puedes llevarte un bote especial, que en aquel momento ascendía a unos tres mil dólares. Eso era lo que yo pretendía.