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– ¿Y qué pasó?

– No conseguí el dos de trébol. No pude formar una escalera de color. Me dieron el as de picas.

– Mala suerte.

– Sí. Me descarté de un as y me dieron otro. Me quedé con la pareja de ases, pero me ganó un jugador que tenía tres dieces. El bote ascendía a unos trescientos dólares. De modo que si me hubiera quedado con el as de corazones habría formado un trío y habría ganado. Pero me equivoqué. Entonces dejé la partida.

Bosch no dijo nada. Pensó en la historia que acababa de contarle Eleanor y se preguntó si con ella trataba de decirle otra cosa. Había descartado el as de corazones para conseguir el bote especial, pero había fallado.

Tras un breve silencio, Eleanor preguntó:

– ¿Te ha llamado el jefe para que te ocupes de un caso? Cuando llegué vi que no te habías acostado.

– Así es.

– Creí que no estabas en la rotación de guardia.

– Es una larga historia y no tengo ganas de hablar de ella ahora. Quiero hablar sobre nosotros. ¿Qué ocurre, Eleanor? No podemos seguir así, esto no va bien. Algunas noches ni siquiera sé dónde estás o si te ha pasado algo. Hay algo que no funciona, que no encaja, pero no sé qué es.

Eleanor se deslizó bajo las sábanas. Apoyó la cabeza sobre el pecho de Bosch y le acarició la cicatriz que tenía en el hombro.

– Harry…

Él aguardó sin decir nada. Eleanor se colocó sobre él y empezó a mover las caderas lentamente.

– Tenemos que hablar de esto, Eleanor.

Ella deslizó un dedo sobre sus labios, indicándole que guardara silencio. Hicieron el amor despacio. En la mente de Bosch bullían unos pensamientos ambivalentes. Él la amaba más de lo que nunca había amado a nadie. Sabía que ella le amaba a su manera. El hecho de que Eleanor formara parte de su vida le hacía sentirse plenamente satisfecho. Pero en cierto momento se había dado cuenta de que ella no sentía lo mismo que él. Era como si le faltara algo, como si su relación no acabara de llenarla, y la sensación de que iban en barcos separados hizo que Bosch se sintiera peor que nunca.

A partir de entonces su matrimonio había comenzado a ir a la deriva. Durante el verano, Bosch había estado ocupado con unas investigaciones muy complicadas, entre ellas un caso que le había exigido desplazarse durante una semana a Nueva York. Durante su ausencia Eleanor había visitado por primera vez la sala de póquer del Hollywood Park. Por aburrimiento, porque se sentía sola y no lograba un trabajo aceptable en Los Ángeles. Había regresado a los naipes, a hacer lo mismo que hacía cuando Bosch la había encontrado, y por lo visto en la mesa de juego había hallado lo que andaba buscando.

– Te quiero, Eleanor -dijo Bosch cuando terminaron de hacer el amor, abrazándola con fuerza-. No quiero perderte.

Ella le besó en los labios, y luego murmuró:

– Duerme, cariño. Descansa.

– Quédate a mi lado. No te muevas hasta que me haya dormido.

– No me moveré.

Eleanor lo abrazó. Él procuró olvidarse de todo. Al menos de momento. Ya pensaría más tarde en ello. Entonces lo único que le apetecía era dormir.

Unos minutos después soñó que subía en el funicular de Angels Flight hasta la colina. Cuando el otro coche pasó junto a él, Bosch miró por la ventanilla y vio a Eleanor sentada sola. Ella no lo miró.

Bosch se despertó una hora después. La habitación estaba más oscura, pues la luz del exterior se había desplazado de la ventana. Miró a su alrededor y comprobó que Eleanor ya se había levantado. Se incorporó en el lecho y la llamó.

– Estoy aquí -respondió ella desde la sala de estar.

Bosch se vistió y salió del dormitorio. Eleanor estaba sentada en el sofá, envuelta en el albornoz que él le había comprado en el hotel de Hawai donde habían pasado la luna de miel después de casarse en Las Vegas.

– Oye -dijo Bosch-, he pensado que… No sé.

– Estabas hablando en sueños y por eso me he venido aquí.

– ¿Qué decía?

– Mi nombre y unas cosas que no tenían sentido. Algo sobre unos ángeles que volaban.

Bosch sonrió y se sentó en un sillón situado al otro lado de la mesa de café.

– ¿Has tomado alguna vez el funicular de Angels Flight para venir al centro?

– No.

– Hay dos coches. Cuando uno sube, el otro baja. Se cruzan a medio camino. He soñado que yo subía en un coche y que tú bajabas en el otro. Nos cruzamos a medio camino, pero tú ni me miraste… ¿Qué crees que significa? ¿Que hemos tomado caminos distintos?

Eleanor sonrió con tristeza.

– Supongo que significa que eres un ángel. Tú subías.

Bosch no sonrió.

– Tengo que regresar -dijo-. Este caso va a tenerme muy ocupado durante un tiempo. Al menos eso creo.

– ¿Por qué te han llamado precisamente a ti?

Bosch tardó diez minutos en resumirle el asunto. Le gustaba hablar de sus casos con Eleanor. Además de satisfacer su ego, a veces ella hacía una sugerencia que resultaba útil o un comentario que ponía de relieve algún aspecto en el que él no había reparado. Hacía muchos años que ella había trabajado de agente del FBI. Era una etapa de su vida muy lejana, pero Bosch seguía respetando su lógica y sus dotes de investigadora.

– Harry, Harry… -dijo ella cuando él terminó de relatarle la historia-. ¿Por qué siempre te toca a ti?

– No siempre me toca a mí.

– Pues yo creo que sí. ¿Qué vas a hacer?

– Lo de siempre. Trabajar en el caso. Como todos los del equipo. Hay mucho que hacer. Tendrán que concedernos el tiempo necesario. Es un caso peliagudo.

– Te conozco. Te pondrán todos los obstáculos habidos y por haber. Seguro que es uno de esos casos en los que no conviene atrapar al culpable y llevarlo ante la justicia. Pero tú lo harás. Tú darás con el culpable aunque eso te granjee el odio de los policías de todas las divisiones.

– Todos los casos son importantes, Eleanor. Desprecio a la gente como Elias. Era un miserable que se ganaba la vida denunciando a policías que a fin de cuentas sólo cumplían con su obligación. Al menos en su mayor parte. De vez en cuando tenía un caso legítimo. En última instancia, si eres culpable de un delito debes pagar por él. Sea quien sea. Aunque se trate de un policía.

– Lo sé, Harry.

Eleanor apartó la vista y miró a través de los ventanales. El cielo se había teñido de rojo. Las luces de la ciudad comenzaban a encenderse.

– ¿Cuántos cigarrillos te has fumado? -preguntó él por decir algo.

– Un par. ¿Y tú?

– Ninguno.

Bosch le había notado olor a tabaco. Se alegró de que no le mintiera.

– ¿Cómo te ha ido en Stocks and Bonds?

Bosch había dudado en preguntárselo. Sabía que el resultado de esa entrevista era lo que la había llevado a la sala de póquer.

– Como en las otras. Dijeron que si les interesaba ya me llamarían.

– Cuando regrese a la comisaría hablaré con Charlie.

Stocks and Bonds era una empresa situada en Wilcox, frente a la comisaría de Hollywood, que se dedicaba a perseguir a los que se fugaban estando bajo fianza. Bosch había oído decir que buscaban a un agente preferiblemente femenino, pues buena parte de los imputados que desaparecían tras depositar una fianza en la comisaría de Hollywood eran prostitutas, y una mujer tenía más probabilidades de dar con ellas. Bosch había hablado del tema con el propietario de la empresa, Charlie Scott, y éste había accedido a tener en cuenta a Eleanor para el puesto. Bosch no le había mentido sobre su historial, y le había expuesto tanto los aspectos positivos como los negativos. Por el lado positivo, Eleanor era una ex agente del FBI, y por el negativo, había estado en prisión. Scott dijo que su historial delictivo no constituía un problema, ya que el cargo no requería una licencia estatal de investigador privado, algo que Eleanor no habría podido conseguir. El problema era que él quería que sus agentes fueran armados -sobre todo tratándose de una mujer- cuando perseguían a alguien que se había fugado estando bajo fianza. A Bosch eso no le preocupaba. Sabía que la mayor parte de los agentes de la empresa no tenían licencia para llevar armas. El arte de esa profesión consistía en no aproximarse demasiado a la presa para no tener que usar el arma. Los mejores agentes localizaban la pieza desde una distancia prudencial y luego avisaban a la policía para que la detuviera.