– Allí estarán.
– Bien. Ahora pongámonos de acuerdo sobre lo que vamos a comunicar a la prensa respecto a la investigación.
La rueda de prensa fue corta. Esta vez no apareció el jefe de la policía. Irving explicó que la investigación seguía en marcha y que disponían de varias pistas. También dijo que iban a poner en libertad al detective al que habían interrogado durante varias horas. Esto provocó un coro de exaltadas preguntas por parte de los periodistas. Irving levantó las manos en un intento de controlar la situación.
– No voy a permitir que esto se convierta en un tumulto -bramó-. Sólo responderé a unas pocas preguntas. Tenemos que proseguir con la investigación. Nosotros…
– ¿A qué se refiere cuando dice que lo han dejado en libertad, jefe? -preguntó Harvey Button-. ¿Que es inocente o que no tienen pruebas para detenerlo?
Irving miró a Button unos segundos antes de responder.
– Me refiero a que la investigación nos ha llevado a otras áreas.
– Entonces el detective Sheehan es inocente, ¿no es así?
– Prefiero no citar los nombres de las personas a las que entrevistamos.
– Todos conocemos su nombre, jefe. ¿Puede responder a mi pregunta?
A Bosch le pareció divertido y un tanto cínico aquel pulso dialéctico entre Irving y Button porque Lindell le había convencido de que había sido Irving quien había filtrado el nombre de Frankie Sheehan a la prensa, por más que en ese momento el subdirector se hiciera el ofendido.
– Sólo diré que el detective al que hemos entrevistado nos ha ofrecido respuestas satisfactorias. Se ha ido a casa y esto es todo lo que…
– ¿Qué otras pistas tienen? -preguntó otro reportero.
– No voy a entrar en detalles -contestó Irving-. Sólo puedo decirles que estamos investigando a fondo todos los aspectos del caso.
– ¿Podemos hacer unas preguntas al agente del FBI?
Irving miró a Lindell, que se hallaba al fondo del estrado, junto a Bosch, Edgar y Rider.
Luego contempló de nuevo al grupo de periodistas, cámaras y focos.
– El FBI y la policía de Los Ángeles han decidido que toda la información se canalice a través del departamento de policía. Si tienen alguna pregunta, háganmela a mí.
– ¿Han interrogado a otros policías? -preguntó Button.
Irving se detuvo unos momentos para medir bien sus palabras.
– Sí, hemos interrogado a otros policías de modo rutinario. En estos momentos no hay ningún policía al que consideremos sospechoso.
– Entonces eso quiere decir que Sheehan no es sospechoso.
Irving se dio cuenta de que Button lo tenía acorralado. Él mismo había caído en una encerrona lógica. Pero se las ingenió para escabullirse por la vía fácil.
– Sin comentarios.
– Jefe -continuó Button alzando la voz para hacerse oír sobre el guirigay organizado por los reporteros-, han pasado casi cuarenta y ocho horas desde que se cometieron los asesinatos. ¿Pretende decir que todavía no tienen a ningún sospechoso?
– No quiero entrar en si tenemos o no algún sospechoso. Otra pregunta.
Irving se apresuró a señalar a otro reportero para librarse del acoso de Button. Las preguntas continuaron durante unos diez minutos. En cierto momento Bosch miró a Rider y ésta le dirigió una mirada como preguntando: «¿Qué demonios hacemos aquí?». Bosch le respondió con otra mirada: «Perder miserablemente el tiempo».
Cuando la rueda de prensa hubo concluido, Bosch se quedó charlando en el estrado con Edgar y Rider. Habían llegado de la comisaría de Hollywood poco después de iniciarse la conferencia de prensa y Bosch no había tenido tiempo de conversar con ellos.
– ¿Cómo va lo de las órdenes de registro? -preguntó.
– Están casi terminadas -respondió Edgar-. Venir a presenciar el espectáculo no nos ha ayudado mucho.
– Lo sé.
– Harry, creí que ibas a impedir que asistiéramos a estas cosas -dijo Rider.
– Lo he hecho por egoísmo. Frankie Sheehan era amigo mío. Me revienta que filtraran su nombre a la prensa. He supuesto que vuestra presencia aquí otorgaría credibilidad al anuncio de que iban a soltarlo.
– ¿De modo que nos has utilizado, como pretendió hacer Irving ayer tarde? -protestó Rider-. Tú se lo impediste, pero no te has cortado a la hora de hacerlo tú.
Bosch miró a su compañera. La expresión de su rostro revelaba que estaba furiosa por haber sido utilizada de aquel modo. Bosch comprendía que se sintiera traicionada, aunque fuera sólo una pequeña traición.
– Mira, Kiz, ya hablaremos de esto más tarde. Frankie es amigo mío. Y ahora también es amigo vuestro. Lo cual podría resultaros muy útil algún día.
Bosch esperó hasta que Rider movió brevemente la cabeza en señal de asentimiento. La discusión había terminado, por el momento.
– ¿Cuánto tiempo necesitáis? -les preguntó Bosch.
– Una hora -respondió Edgar-. Luego tenemos que buscar un juez.
– ¿Por qué? -preguntó Rider-. ¿Qué te ha dicho Irving?
– Irving está a la espera de cómo se desarrollen los acontecimientos, así que quiero que lo tengáis todo preparado. Mañana nos pondremos en marcha. A primera hora.
– No hay ningún problema -dijo Edgar.
– Bien, pues ya podéis volver a vuestra tarea. Localizad al juez esta noche. Mañana…
– ¿Detective Bosch?
Al volverse, Bosch se topó con Harvey Button y su productor, Tom Chainey.
– No puedo hablar con ustedes -dijo Bosch.
– Tenemos entendido que han abierto de nuevo el caso de Stacey Kincaid -dijo Chainey-. Nos gustaría hablar sobre…
– ¿Quién les ha informado? -espetó Bosch, totalmente furioso.
– Tenemos una fuente que…
– Que le den por el saco a su fuente. Sin comentarios.
En ese momento se acercó un cámara y apuntó el objetivo sobre el hombro de Button. Éste alzó el micrófono y preguntó:
– ¿Han exonerado a Michael Harris?
– Sin comentarios -repitió Bosch-. Saque esto de aquí.
Bosch extendió el brazo y tapó el objetivo con la mano.
– ¡No toque la cámara! -gritó el operador-. Es propiedad privada.
– Mi cara también, así que lárguese. La rueda de prensa ha terminado.
Bosch apoyó la mano sobre el hombro de Button y le obligó a abandonar el estrado, seguido por el cámara. Chainey hizo otro tanto, pero moviéndose con paso lento, como desafiando a Bosch a empujarle como había hecho con Button.
Los dos hombres se miraron a los ojos.
– Le aconsejo que no se pierda el informativo de esta noche, detective -dijo Chainey-. Creo que le interesará.
– Lo dudo -replicó Bosch.
Veinte minutos más tarde, Bosch estaba sentado sobre una mesa vacía en la entrada de un pasillo que conducía a la sala de interrogatorios de Robos y Homicidios, en la tercera planta. Pensaba en la discusión que había tenido con Button y Chainey y se preguntó qué sabrían. Frankie Sheehan apareció por el pasillo con Lindell. El antiguo compañero de Bosch parecía agotado, tenía el pelo revuelto y sus ropas -la mismas que llevaba la noche anterior en el bar- estaban arrugadas. Bosch se levantó de la mesa, dispuesto a encajar una agresión física en caso necesario. Pero Sheehan debió de adivinar su lenguaje corporal, pues alzó ambas manos, con las palmas hacia arriba, y sonrió.
– Tranquilo, Harry -dijo Sheehan; tenía la voz cansada y ronca-. El agente Lindell me lo ha contado. Al menos, en parte. No fuiste tú quien… El culpable fui yo. Olvidé que había amenazado a esa rata de alcantarilla.
Bosch asintió.
– Vamos, Frankie -dijo-. Te llevo a casa.
Bosch condujo a su ex compañero hacia los ascensores y descendieron al vestíbulo.