Sus últimas palabras quedaron sofocadas por el ruido producido por los asistentes al retirar sus sillas y levantarse mientras los reporteros recogían sus trastos y enfilaban hacia la puerta de salida. Tenían prisa por difundir la noticia que acababa de comunicarles el jefe de la policía y asistir a la otra rueda de prensa.
– Detective Bosch.
Al volverse, Bosch se topó con Irving.
– ¿Tienen algo que objetar a la declaración? Me refiero a usted o su equipo.
Bosch observó el rostro del subdirector. La insinuación era muy clara. Como protestes, te hundo a ti y a tu equipo.
Calla y traga. Ése era el lema. Lo que debería decir en la puerta de los coches patrulla en lugar de lo de «proteger y servir».
Bosch asintió lentamente cuando lo que en realidad deseaba hacer era agarrar a Irving del cuello.
– No, ningún problema -respondió, con los músculos de la mandíbula crispados.
Irving consideró que había llegado el momento de hacer mutis.
Bosch vio que la puerta de salida estaba despejada y se dirigió hacia ella cabizbajo y desconcertado. Su mujer, su viejo amigo, su ciudad. Todos y todo le resultaba ajeno. Y en medio de esa sensación de soledad empezó a comprender lo que Kate Kincaid y Frankie Sheehan habrían pensado en el momento de quitarse la vida.
34
Bosch se había ido a casa a ver las ruedas de prensa por la televisión. Había colocado su máquina de escribir portátil en la mesita de café y estaba inclinado sobre ella, tecleando con dos dedos el último informe de la investigación. Podía haberle pedido a Rider que lo escribiera en su ordenador portátil y ésta lo habría terminado en la mitad de tiempo, pero Bosch quería redactar el resumen del caso él mismo. Había decidido escribirlo exactamente tal como había sucedido, sin eliminar ningún detalle ni proteger a nadie, ni a la familia Kincaid ni a sí mismo. Cuando lo tuviera terminado se lo entregaría a Irving, y si el subdirector quería reescribirlo, omitir algunas cosas o romperlo en mil pedazos, allá él.
Bosch pensó que relatar la historia tal cual y ponerla sobre papel, en cierto modo le restituía su integridad.
Bosch dejó de escribir y fijó la vista en el televisor cuando el locutor dejó de informar sobre los disturbios callejeros que se habían producido esporádicamente y pasó a resumir los acontecimientos de la jornada. En la pantalla aparecieron unas imágenes de la rueda de prensa; Bosch se vio de pie junto a la pared, detrás del jefe de la policía, desmintiendo con la expresión de su rostro todo cuanto éste decía. A continuación aparecieron unas imágenes de la rueda de prensa convocada por Carla Entrenkin en el vestíbulo del Bradbury. Entrenkin anunció su inmediata dimisión como inspectora general. Dijo que después de consultarlo con la viuda de Howard Elias había decidido hacerse cargo del bufete del abogado que había muerto asesinado en Angels Flight.
– Creo que este nuevo papel me ofrecerá la posibilidad de reformar el departamento de policía de esta ciudad y expulsar a los elementos corruptos que hay en él -dijo Entrenkin-. Para mí será un honor a la vez que un reto el continuar con la labor de Howard Elias.
Cuando los periodistas le preguntaron sobre el caso Black Warrior, Entrenkin respondió que se proponía seguir con el caso sin más dilación. Por la mañana solicitaría al juez que lo presidía que aplazara la vista hasta el próximo lunes para que ella pudiera ponerse al corriente de los pormenores del caso y la estrategia que Howard Elias había decidido seguir. Cuando un reportero apuntó que los ciudadanos querían que el caso se resolviera cuanto antes en vista de los últimos acontecimientos, Entrenkin respondió mirando directamente a la cámara:
– Al igual que Howard, no estoy dispuesta a contemporizar. Este caso merece ser aireado públicamente. Iremos a juicio.
Genial, pensó Bosch cuando terminó el informe ofrecido por la televisión. No lloverá eternamente. Si logramos evitar que toda la ciudad se eche a la calle, Carla Entrenkin estará preparada para ir a juicio la semana próxima.
El locutor pasó a informar sobre la reacción de los líderes de la comunidad ante los hechos de la jornada y el comunicado del jefe de la policía. Cuando Bosch vio aparecer al reverendo Preston Tuggins en la pantalla cambió de canal. Contempló en otros dos canales un reportaje sobre las vigilias pacíficas realizadas a la luz de las velas, y al concejal Royal Sparks en otro antes de ver un reportaje que mostraba una panorámica desde un helicóptero del cruce de Florence y Normandie. En el lugar donde habían estallado los disturbios de 1992 se habían congregado numerosos manifestantes. Se trataba de una protesta pacífica, pero Bosch sabía que la situación no tardaría en cambiar. La lluvia y la mortecina luz del día no conseguirían reprimir la ira de los ciudadanos. Bosch pensó en lo que le había dicho Carla Entrenkin el sábado por la noche de que la rabia y la violencia venían a llenar el vacío que quedaba cuando desaparecía la esperanza. Bosch pensó en el vacío que sentía en su interior y que no sabía cómo llenar.
El detective bajó el volumen del televisor y siguió con el informe. Cuando hubo terminado lo guardó en una carpeta.
Lo entregaría a la mañana siguiente, a primera hora. Al cerrarse la investigación, sus compañeros y él habían asumido el régimen de doce horas de trabajo y doce de descanso, como el resto del personal del departamento. A la mañana siguiente debían presentarse de uniforme en las oficinas centrales de South Side. Los próximos días los pasarían en las calles, recorriendo la zona de guerra en patrullas de ocho policías distribuidos en dos coches.
Bosch se dirigió al armario para comprobar el estado de su uniforme. Hacía cinco años que no se lo ponía, desde el terremoto y el último plan de emergencia decretado por el departamento. Mientras lo sacaba de la bolsa de plástico sonó el teléfono. Bosch se apresuró a responder, confiando en que Eleanor lo llamara para comunicarle que estaba bien. Descolgó el teléfono de la mesita de noche y se sentó en la cama. Pero no era Eleanor, sino Carla Entrenkin.
– Tiene usted mis expedientes -dijo ésta.
– ¿Qué?
– Los expedientes. Del caso del Black Warrior. Voy a asumir el caso. Necesito que me los devuelva.
– De acuerdo. He visto unas imágenes de su rueda de prensa en la televisión.
Se produjo un silencio que hizo que se sintiera incómodo. Había algo en aquella mujer que le gustaba, aunque no sintiera un gran interés en su causa.
– Creo que ha tomado una sabia decisión -dijo Bosch-. Me refiero a hacerse cargo del caso. Supongo que lo habrá hablado con la viuda, ¿no?
– Sí. Pero no le he contado mi historia con Howard. No me ha parecido justo destrozar los buenos recuerdos que tuviera de él. La pobre lo ha pasado muy mal.
– Muy noble por su parte.
– Detective…
– ¿Qué?
– Nada. A veces no le comprendo.
– Ni yo mismo me comprendo.
Otro silencio.
– Tengo los expedientes aquí, en la caja. He terminado el informe sobre la investigación. Se lo entregaré todo mañana. Pero no sé cuándo, porque estaré con la patrulla hasta que las cosas se calmen en South Side.
– De acuerdo.
– ¿Va a hacerse cargo también del bufete de Elias? ¿Quiere que le lleve las cosas allí?
– Sí. Ese es el plan. Muchas gracias.
Bosch asintió, aunque Entrenkin no podía ver su gesto.
– Le agradezco su ayuda -dijo el detective-. No sé si Irving le habrá dicho algo, pero la pista que condujo a Sheehan salió de los expedientes. Un caso antiguo. Supongo que habrá oído hablar de él.
– En realidad… no. Pero me alegro de haberle sido útil, detective Bosch. Me sorprende lo de Sheehan. Fue compañero suyo, ¿no?
– Así es.
– ¿Le parece a usted lógico que Sheehan matara a Howard y que luego se suicidara? ¿Y a la mujer del funicular?