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¿Por qué?

De momento Bosch dejó la pregunta a un lado y comenzó a examinar las citaciones. Al parecer Elias había adoptado la vieja estrategia de alternar los testigos positivos con los negativos. Había decidido que los testimonios de los hombres de Robos y Homicidios, los acusados, se alternarían con las declaraciones de testigos que pudieran beneficiar a Michael Harris. Estaba Harris, el médico que había tratado su sordera ocasionada por los policías, Jenkins Pelfry, su patrono en el taller de lavado, y por último Kate Kincaid y Sam Kincaid. Por lo visto Elias se proponía desmentir las alegaciones de los hombres de Robos y Homicidios, revelar los malos tratos que habían inflingido a Harris y demostrar la inocencia de éste. Luego hundiría a los de Robos y Homicidios logrando que Kate Kincaid detallara la conexión entre el taller de lavado y la presencia de las huellas de Harris. Por último llamaría a declarar a Sam Kincaid. Elias lo utilizaría para poner al descubierto la web de Charlotte y las atrocidades que la pequeña Stacey Kincaid había sufrido. Era evidente que el caso que Elias iba a presentar al jurado seguía la misma línea de investigación que habían llevado Bosch y su equipo: exponer la inocencia de Harris, explicar el porqué de la presencia de sus huellas en el libro de Stacey y acusar a Sam Kincaid, o a otra persona relacionada con él y la red de pedófilos, del asesinato de la niña.

Bosch comprendió que era una buena estrategia. Estaba convencido de que Elias habría ganado el caso. El detective revisó de nuevo el orden de las comparecencias. Chastain era el tercer testigo, lo cual le colocaba en el lado positivo de la estrategia de alternancia, después de Garwood y antes de uno de los acusados de Robos y Homicidios.

Chastain sería un testigo positivo para Elias y Harris, pero había intentado rechazar la citación judicial que le obligaba a declarar en el juicio.

Bosch llamó para informarse a la compañía encargada de hacer entrega de las citaciones. Era tarde, pero la entrega de citaciones no se ajustaba a un horario de oficina.

Un hombre atendió la llamada y Bosch dijo que quería hablar con Steve Vascik, cuyo nombre figuraba en la citación que había recibido Chastain.

– Esta noche no está aquí. Se ha ido a casa.

Después de identificarse, Bosch explicó que estaba realizando una investigación criminal y que debía hablar de inmediato con Vascik. Su interlocutor se mostró reacio a facilitarle el número de teléfono del domicilio de Vascik, pero accedió a que Bosch le diera el suyo y a ponerse en contacto con Vascik para transmitirle el mensaje.

Después de colgar, Bosch comenzó a pasearse nerviosamente por la casa. No estaba seguro de lo que tenía, pero sentía el típico cosquilleo de cuando estaba a punto de descubrir algo importante. Bosch se había dejado guiar por su intuición y ésta le decía que no tardaría en conseguir algo tangible.

Cuando sonó el teléfono, lo tomó del sofá donde reposaba y pulsó el botón para hablar.

– ¿Señor Vascik?

– Soy yo, Harry.

– ¡Eleanor! ¿Cómo estás?

– Estoy bien. Afortunadamente no me encuentro en una ciudad a punto de arder. He visto las noticias en la televisión.

– Sí, la cosa no pinta nada bien.

– Lamento lo sucedido, Harry. Me habías hablado de Sheehan y sé que habíais sido muy amigos.

Bosch supuso que Eleanor ignoraba que la casa donde Sheehan se había suicidado era la suya y decidió no decir nada.

Se lamentaba de no disponer del servicio de llamada en espera en su línea.

– ¿Dónde estás?

– En Las Vegas -respondió Eleanor, soltando una risa forzada-. El coche apenas logró llegar hasta aquí.

– ¿Estás en el Flamingo?

– No, en otro local.

A Bosch le dolió que Eleanor no quisiera revelarle dónde se encontraba.

– ¿Puedo llamarte a algún número de contacto?

– No sé cuánto tiempo me quedaré aquí. Sólo quería llamarte para saber cómo estabas.

– ¿Yo? No te preocupes por mí, Eleanor. ¿Tú estás bien?

– Sí, sí.

– ¿Necesitas algo? ¿Qué tal funciona el coche?

– No necesito nada. Una vez aquí ya no me preocupa el coche.

Se produjo un largo silencio. Bosch percibió uno de esos sonidos electrónicos que según había oído decir a alguien se llamaban burbujas digitales.

– ¿Podemos hablar de esto? -preguntó por fin.

– No creo que sea el momento oportuno. Será mejor que nos demos un par de días para reflexionar antes de que hablemos. Yo te llamaré, Harry. Cuídate.

– ¿Prometes llamarme?

– Sí.

– De acuerdo, Eleanor. Espero tu llamada.

– Adiós, Harry.

Eleanor colgó antes de que Bosch pudiera despedirse de ella. Bosch permaneció un buen rato de pie junto al sofá, pensando en ella y en lo que les había ocurrido.

El teléfono sonó de nuevo mientras aún lo sostenía en la mano.

– ¿Sí?

– ¿Detective Bosch? Dejó usted un mensaje para que le llamara.

– ¿Es usted el señor Vascik?

– Sí. De Triple A Process. Mi jefe Shelley me ha dicho que usted…

– Sí, le he llamado.

Bosch se sentó en el sofá y sacó un bloc, que colocó sobre sus rodillas. Luego extrajo un bolígrafo del bolsillo de la chaqueta y escribió el nombre de Vascik en lo alto de la página. Por su voz dedujo que era joven y blanco. Tenía un acento del Medio Oeste.

– ¿Cuántos años tiene, Steve?

– Veinticinco.

– ¿Hace mucho que trabaja para Triple A?

– Unos meses.

– El jueves de la semana pasada entregó una citación judicial a un detective del Departamento de Policía de Los Ángeles llamado John Chastain. ¿Lo recuerda?

– Desde luego. No quiso aceptarla. A la mayoría de polis no les importa. Están acostumbrados a recibir citaciones.

– De eso quería hablarle precisamente. Cuando dice usted que Chastain se negó a aceptar la citación, ¿a qué se refiere exactamente?

– La primera vez que traté de entregársela se negó a tomarla y se marchó. Luego, cuando…

– Espere un momento. ¿Cuándo fue la primera vez?

– El jueves por la mañana. Entré en el vestíbulo del Parker Center y pedí al policía que estaba en el mostrador de recepción que llamara a Chastain para que bajara. No le expliqué el motivo. En la citación sólo ponía que Chastain pertenecía al Departamento de Asuntos Internos, de modo que dije simplemente que le llevaba un documento. Cuando Chastain bajó y me identifiqué dio media vuelta y volvió a meterse en el ascensor.

– ¿Cree usted que Chastain sabía que iba a entregarle una citación judicial para que declarara, y que incluso conocía el caso del que se trataba?

– Sí.

Bosch pensó en lo que había leído en el último bloc de Elias. Su disputa con una fuente llamada «Parker».

– ¿Y luego qué ocurrió?

– Después de hacer otras gestiones regresé hacia las tres y media y me puse a observar el aparcamiento de los empleados del Parker Center. Cuando vi salir a Chastain me dirigí hacia él entre dos filas de vehículos, agachándome para que no me viera, y le abordé en el momento en que abría la puerta de su coche. Yo tenía preparado mi rollo, así que le dije que debía entregarle una citación judicial y recité el número del caso. El siguió negándose a aceptarla, pero según las leyes de California es suficiente con que…

– Sí, lo sé. Una persona no puede negarse a aceptar una citación después de habérsele informado que se trata de un documento legal firmado por un juez. ¿Qué hizo Chastain?

– Primero me pegó un susto de muerte. Metió la mano debajo de la chaqueta, como si fuera a sacar una pistola.

– ¿Y luego?

– Se detuvo. Supongo que se dio cuenta de lo que iba a hacer. Se relajó un poco, pero siguió negándose a aceptar el papel. Me dijo que le dijera a Elias que se fuera a la mierda. Luego se subió al coche y empezó a hacer marcha atrás. Yo coloqué el papel debajo del parabrisas y eso es todo. No sé lo que ocurrió después. Puede que el viento se llevara el papel. Pero yo le había entregado legalmente la citación.