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Fuera donde fuera le señalarían con el dedo, lo que le colocaría en una posición insostenible. Bosch creía que Chastain estaría dispuesto incluso a matar para evitar que eso ocurriera.

– Gracias, capitán -dijo Bosch-. Tengo que irme.

– Nada de esto importa, ¿sabes? Bosch se volvió hacia Garwood.

– ¿Qué? -preguntó.

– Se ha emitido un comunicado, se ha celebrado una rueda de prensa, la historia es del dominio público y la ciudad

está a punto de arder. ¿Crees que a los ciudadanos de South les importa qué policía mató a Elias? Les importa una mierda. Ya tienen lo que querían. Chastain, Sheehan, qué más da… Lo que importa es que lo matara un policía. Hagas lo que hagas, sólo conseguirás echar más leña al fuego. Si denuncias a Chastain descubrirás todo el pastel. Muchos saldrán perjudicados, perderán su trabajo, simplemente por querer evitar este follón. Piénsalo, Harry. A nadie le importa un carajo.

Bosch había captado el mensaje: calla y traga.

– A mí me importa.

– ¿Crees que eso basta?

– ¿Y qué hacemos con Chastain?

Garwood esbozó una breve sonrisa mientras sostenía el cigarrillo entre sus dedos.

– Algún día Chastain recibirá su merecido, no te quepa duda.

Ése era un nuevo mensaje que Bosch también captó.

– ¿Y Frankie Sheehan? ¿Quién restituirá su buen nombre?

– Sí, eso sí que es importante -reconoció Garwood-. Frankie Sheehan era uno de mis hombres…, pero ha muerto y su familia ya no vive aquí.

Bosch guardó silencio, pero la respuesta le pareció inaceptable. Sheehan era su amigo y compañero. Dejar que alguien manchara su honor era mancharse a sí mismo.

– ¿Sabes lo que me preocupa? -preguntó Garwood-. Quizá puedas aclararme una duda que tengo, puesto que tú y Sheehan fuisteis compañeros.

– ¿Qué es lo que le preocupa?

– La pistola que utilizó Sheehan. Tuya no era, ¿verdad? Ya sé que te lo han preguntado.

– No, no era mía. Habíamos pasado por su casa de camino a la mía, para que Frankie recogiera algunas cosas. Debió de recogerla entonces. Por lo visto los del FBI no la encontraron cuando registraron su casa.

Garwood asintió.

– Tengo entendido que tú le comunicaste la noticia a su mujer. ¿Le preguntaste por la pistola?

– Sí. Me dijo que no sabía nada de esa pistola, pero eso no…

– No tenía número de serie -le interrumpió Garwood-. Era una pistola ilegal.

– Ya.

– Y eso es justamente lo que me preocupa. Sheehan trabajó para mí durante muchos años y lo conocía bien. No era de esos tipos que se pasean por ahí con una pistola ilegal. Se lo pregunté a algunos de sus compañeros con los que trabajó después de que tú te trasladaras a Hollywood, y ninguno sabía nada de esa pistola. ¿Y tú, Harry? Tú trabajaste con él durante mucho tiempo. ¿Sabes si aparte de la pistola de reglamento tenía un arma ilegal?

De pronto Bosch lo comprendió todo. Fue como si hubiera recibido un mazazo de esos que le obligan a uno a permanecer inmóvil y mudo hasta recuperar el resuello.

Él sabía que Frank Sheehan no salía a trabajar con un arma ilegal. Era demasiado íntegro para hacer eso. De modo que si era demasiado íntegro para portar un arma ilegal, ¿por qué iba a tener una en casa? Bosch había tenido todo el rato, ante sus narices, tanto la pregunta como su lógica respuesta. Pero él no había reparado en ello.

Recordó entonces que cuando estaba sentado en el coche frente a la casa de Sheehan vio reflejado en el retrovisor el destello de unos faros y un vehículo aparcado junto a la acera a una manzana de distancia. Chastain. Él les había seguido. Para Chastain, Sheehan era el único cabo suelto que permitiría desenredar el ovillo.

Bosch recordó el testimonio de su vecina, quien había afirmado que oyó tres o cuatro disparos. Entonces comprendió que el suicidio de un policía ebrio había sido en realidad un asesinato premeditado.

– Hijo de puta -murmuró Bosch.

Garwood asintió. Había guiado a Bosch hasta el punto en el que se encontraba en ese momento.

– ¿Comprendes ahora cómo lo hizo? -preguntó.

Bosch se afanó en poner en orden sus pensamientos para llegar a una conclusión lógica.

– Sí -respondió por fin.

– Bien. Voy a hacer una llamada. Voy a ordenar al agente que esté de guardia en el sótano que te deje echar un vistazo al registro de salidas. Sin hacer preguntas. Así tendrás la certeza.

Bosch abrió la puerta del coche, se apeó sin decir palabra y echó a andar hacia el suyo. Poco antes de alcanzarlo echó a correr. Ignoraba el motivo. No llevaba prisa y había dejado de llover. Lo único que sabía era que si se paraba se pondría a gritar.

37

Frente al Parker Center se había organizado una vigilia a la luz de las velas y una procesión fúnebre. La multitud portaba dos ataúdes de cartón -uno ostentaba la palabra JUSTICIA y otro ESPERANZA- mientras marchaba arriba y abajo de la plaza. Otros llevaban unas pancartas que decían JUSTICIA PARA LA GENTE DE TODOS LOS COLORES y JUSTICIA PARA ALGUNOS ES INJUSTICIA PARA TODOS.

Unos helicópteros de varios canales de televisión sobrevolaban la escena, y en tierra había al menos seis equipos de televisión. Eran casi las once y todos ellos se disponían a emitir información en directo desde la cabeza de la manifestación.

Frente a la puerta de entrada un nutrido contingente de policías vestidos de uniforme y con cascos antidisturbios se hallaban preparados para defender el cuartel general de la policía en caso de que la multitud abandonara la actitud pacífica y pasara a la violencia. En 1992 una manifestación pacífica había acabado invadiendo el centro urbano y destruyendo todo cuanto halló a su paso. Bosch se dirigió apresuradamente hacia la puerta del vestíbulo, sorteando el desfile de manifestantes, y se coló a través de una abertura en la línea de defensa humana, manteniendo en alto su placa.

Una vez en el interior del edificio pasó frente al mostrador de la entrada, detrás del cual había cuatro policías que también llevaban casco, atravesó el vestíbulo y se dirigió hacia la escalera. Bajó al sótano y echó a andar por el pasillo hacia el almacén donde guardaban las pruebas.

Al entrar reparó en que no había visto un alma desde que había pasado el mostrador de la entrada. El lugar parecía desierto. De acuerdo con el plan de emergencia, todo el personal disponible del turno A se hallaba en las calles.

Bosch miró a través de la ventanilla de tela metálica, pero no reconoció al policía que estaba de turno. Era un viejo veterano con un hermoso bigote blanco que contrastaba con su rostro congestionado por la ginebra.

En el Parker, a los policías que estaban para el desguace los trasladaban al sótano. El hombre se levantó del taburete y se acercó a la ventanilla.

– ¿Qué tiempo hace? Aquí no hay ventanas.

– Está un poco nublado y amenaza una tormenta de las gordas.

– Ya. Imagino que Tuggins y los suyos estarán ahí fuera.

– No podían faltar.

– Los muy cabrones. Me pregunto si se sentirían más cómodos si no hubiera policías. Dudo de que les gustara vivir en la selva.

– Esa no es la cuestión. Quieren que haya policías. Pero no quieren policías asesinos. ¿Quién puede reprochárselo?

– Algunos se merecen que los maten.

Bosch no replicó. Ni siquiera sabía por qué estaba discutiendo con aquel viejo. La placa que indicaba su nombre decía HOWDY [2]. Bosch hizo un esfuerzo por reprimir la carcajada. Aquel nombre tan cómico relajó la tensión y la ira que había acumulado a lo largo del día.

– ¡Es mi nombre, joder!

– Lo siento. No me río de ti, sino de otra cosa.

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[2] Traducible por «¿qué tal»? (N. de la T.)