– Ya.
Howdy señaló por encima del hombro de Bosch un pequeño mostrador sobre el que reposaban unos formularios y unos lápices sujetos con unos cordeles.
– Si quieres llevarte algo tienes que rellenar el formulario y anotar el número del caso.
– No sé el número del caso.
– Aquí hay pruebas de un millón de casos. Di un número a ver si aciertas.
– Quiero ver el registro de salidas.
– De acuerdo -dijo el viejo policía-. ¿Te envía Garwood?
– Sí.
– ¿Por qué no lo has dicho desde el principio?
Bosch no respondió. Howdy se agachó para tomar algo que Bosch no alcanzó a ver. Luego le tendió una tablilla con sujetapapeles a través de una abertura en la ventanilla de tela metálica.
– ¿Qué fecha te interesa consultar? -preguntó el hombre.
– No estoy seguro -respondió Bosch-. Hace un par de días.
– Aquí tienes las salidas de una semana. Te interesa consultar las salidas, no las entradas, ¿verdad?
– Así es.
Bosch llevó la tablilla al mostrador donde se hallaban los formularios para examinarla sin que Howdy observara lo que hacía. Encontró lo que andaba buscando en la hoja superior. A las siete de la mañana Chastain había sacado una caja con unas pruebas. Bosch tomó un formulario y empezó a rellenarlo. Al ponerse a escribir observó que el lápiz era un Black Warrior número 2, la marca que solía utilizar el Departamento de Policía de Los Ángeles.
Bosch se acercó de nuevo a la ventanilla con la tablilla y el formulario y los introdujo por la abertura.
– A lo mejor esa caja aún está en el carro de devolución -dijo Bosch-. Ha entrado esta mañana.
– No, ya está colocada en su lugar. Aquí somos muy ordenados, detective Friendly [3] -repuso el viejo policía mientras leía el nombre que Bosch había anotado en el formulario.
Bosch asintió sonriendo.
– Ya lo sé.
Howdy se montó en un carrito de golf y desapareció en las entrañas del gigantesco almacén. Al cabo de un par de minutos apareció de nuevo. Tras aparcar el carrito, se dirigió hacia la ventanilla con una caja rosa sellada con cinta adhesiva, abrió la ventanilla de tela metálica con una llave y entregó la caja a Bosch.
– Conque detective Friendly -comentó en tono irónico-. ¿Te envían a las escuelas para que les digas a los chicos que no consuman drogas y no se junten con pandillas de gamberros?
– Algo parecido.
Howdy guiñó el ojo a Bosch y cerró la ventanilla. Bosch llevó la caja a una pecera para poder examinarla tranquilamente.
La caja contenía pruebas de un caso cerrado, la investigación de la muerte en un tiroteo de Wilbert Dobbs hacía cinco años a manos del detective Francis Sheehan. Aquella misma mañana había sido sellada con cinta adhesiva. Bosch utilizó una pequeña navaja que colgaba de su llavero para cortar la cinta y abrir la caja. Le llevó más tiempo abrir la caja que hallar lo que andaba buscando.
Bosch se abrió paso entre la multitud de manifestantes como si no existieran. Ni los veía ni oía sus cánticos de «Sin justicia no hay paz». Algunos profirieron insultos contra él, pero Bosch no hizo caso.
Sabía que uno no conquistaba la justicia portando pancartas ni ataúdes de cartón, sino defendiendo lo que era justo, sin apartarse de esa senda. Y sabía también que la justicia auténtica no tenía en cuenta ningún color salvo uno, el color de la sangre.
Antes de subirse en el coche abrió su maletín y rebuscó entre los papeles hasta hallar la hoja de servicio que había redactado el domingo por la mañana. Llamó al busca de Chastain y marcó el número de su móvil.
Luego permaneció sentado en el coche durante cinco minutos, esperando la llamada de Chastain mientras contemplaba a los manifestantes. Varios equipos de televisión abandonaban sus puestos y se dirigían apresuradamente con sus trastos hacia las furgonetas; los helicópteros ya habían abandonado el lugar. Bosch consultó su reloj y comprobó que eran las once menos diez. Algo gordo debía de haber ocurrido para que los medios de comunicación se marcharan a toda prisa antes de transmitir sus informaciones. Bosch encendió la radio, que estaba sintonizada en la KFWB, y oyó una noticia que transmitía un locutor con voz tensa y temblorosa:
– «… obligaron a apearse del camión y empezaron a apalearlos. Algunos de los presentes trataron de impedir la agresión, pero los jóvenes atacantes les obligaron a retroceder. Luego los bomberos fueron dispersados y salvajemente agredidos por varios grupos de atacantes hasta que aparecieron unas unidades de policía para rescatar a las víctimas, que fueron trasladadas en coches patrulla al hospital más cercano, el Daniel Freeman. La multitud prendió fuego al camión de los bomberos después de intentar volcarlo infructuosamente. La policía acordonó enseguida la zona y logró aplacar por fin los ánimos de la multitud. Aunque consiguieron detener a varios agresores, otros huyeron hacia los barrios residenciales que rodean Normandie Boule…»
El teléfono de Bosch comenzó a sonar. Apagó la radio y abrió el móvil.
– Bosch.
– Soy Chastain ¿qué quieres?
Bosch percibió unas voces y el sonido de la radio, lo que indicaba que Chastain no se encontraba en casa.
– ¿Dónde estás? Tenemos que hablar.
– Esta noche no puedo. Estoy de guardia. Ya sabes, doce horas de trabajo y doce de descanso.
– ¿Dónde te encuentras?
– En la maravillosa zona sur de Los Ángeles.
– ¿Estás en el turno A? Creí que todos los detectives estaban en el B.
– Todos menos los de Asuntos Internos. Nos han asignado el turno de noche. Mira, Bosch, no puedo entretenerme hablando de…
– ¿Dónde estás? Iré a reunirme contigo.
Bosch hizo girar la llave del contacto y empezó a hacer marcha atrás.
– Estoy en la comisaría de la Setenta y siete.
– Voy para allá. Sal y reúnete conmigo dentro de quince minutos.
– Imposible. Estoy desbordado, Bosch. Tengo que procesar los datos de las detenciones y acaban de comunicarme que traen a una docena de salvajes que han atacado un camión de bomberos. Cuando intentaban apagar un fuego en la zona, esos animales se les echaron encima. ¡Esto es increíble, joder!
– Siempre lo es. Nos veremos frente a la comisaría dentro de quince minutos, Chastain.
– ¿Es que no me entiendes, Bosch? Las cosas se han desmadrado y vamos a encerrar a esa pandilla de salvajes. No tengo tiempo de hablar contigo. Tengo que organizarlo todo para encarcelar a esos tíos. ¿Quieres que me coloque delante de la puerta de la comisaría para que uno de esos cabrones me pegue un tiro? ¿A qué vienen estas prisas, Bosch?
– Frank Sheehan.
– ¿Qué?
– Nos vemos dentro de quince minutos. Espérame en la puerta de la comisaría, Chastain, o entraré a por ti. No creo que eso te guste.
Chastain empezó a protestar, pero Bosch cerró el móvil.
38
A Bosch le llevó veinticinco minutos llegar a la comisaría de la calle Setenta y siete. Tardó más de lo habitual debido a que la patrulla de carreteras de California había cerrado la interestatal 110 en ambos sentidos.
La 110 conducía desde el centro urbano hasta South Bay, al sur de Los Ángeles. Durante los últimos disturbios, unos francotiradores habían disparado contra los automóviles que circulaban por ella, y otros grupos de incontrolados habían arrojado bloques de hormigón desde los pasos peatonales sobre los coches que circulaban por debajo. La patrulla de carreteras de Los Ángeles había recomendado a los conductores que se desviaran por la interestatal de Santa Mónica que enlazaba con la de San Diego y conducía hacia el sur. Era un trayecto más largo pero más seguro, puesto que evitaba la zona caliente.
Bosch circuló durante todo el trayecto por las calles de superficie. Casi todas estaban desiertas y no tuvo que detenerse ante ningún semáforo ni señal de stop. Era como conducir a través de una población fantasma. Sabía que algunas de las zonas más conflictivas estaban siendo atacadas por los grupos de incontrolados y evitó circular por ellas.