– Empieza tú, Kiz -dijo Bosch, pasando por alto el comentario de Edgar, aunque no estaba de acuerdo con la opinión de éste sobre Tam-. ¿Hay algo ahí dentro que te haya llamado la atención?
– Lo mismo que a todos. Al parecer las víctimas no estaban juntas. O bien la mujer se subió al funicular antes que Elias, o bien éste se disponía a bajar. Parece bastante claro que Elias era el objetivo principal y que ella murió por encontrarse allí. El disparo en el culo corrobora esa hipótesis. Además, como tú mismo has dicho ahí dentro, ese tipo era un excelente tirador. Buscamos a alguien con experiencia en ese terreno.
Bosch asintió.
– ¿Algo más?
– No. La escena del crimen está limpia. Apenas tenemos nada con que trabajar.
– ¿Jerry?
– Nada. ¿Tú qué piensas?
– Lo mismo. Pero creo que Garwood nos contó una historia que no cuela. Su secuencia de los disparos no concuerda con la realidad.
– Explícate -dijo Rider.
– El disparo en el culo fue el último, no el primero. Elias ya había sido abatido. Es una herida de contacto y la entrada se halla en la parte inferior, donde se unen las costuras del pantalón. Habría sido difícil meter el cañón de la pistola ahí si Elias hubiera estado de pie, aunque se encontrara a un paso del asesino. Creo que ya había caído cuando el tipo le metió la bala por el culo.
– Eso cambia las cosas -dijo Rider-, porque eso quiere decir que el último fue un balazo por venganza. El tío estaba cabreado con Elias.
– Lo cual indica que lo conocía -observó Edgar.
Bosch asintió.
– ¿Y tú crees que Garwood lo sabía y que nos soltó un cuento chino para despistarnos? -preguntó Rider-. O a lo mejor no reparó en ese detalle.
– Garwood no es ningún estúpido. El lunes, él y quince de sus hombres iban a ser demandados por Elias ante los tribunales. Garwood sabe que cualquiera de sus chicos ha sido capaz de hacerlo. Los está protegiendo. Ésa es mi opinión.
– ¡Venga, hombre! ¿Cómo va a proteger a un policía asesino? En ese caso debería…
– No sabemos con certeza que esté encubriendo a un policía asesino. Puede que ni él mismo lo sepa. Quizá lo haya hecho simplemente para cubrirse las espaldas.
– Da igual. Si está protegiendo a un policía asesino, no debería llevar la placa.
Bosch no respondió al comentario de Rider, que meneó la cabeza indignada.
Al igual que muchos policías en el departamento, estaba harta de chapuzas y de polis que protegían a otros, de que unos pocos mancharan el buen nombre de muchos.
– ¿Qué pensáis sobre el rasguño de la mano? -preguntó Bosch.
Edgar y Rider lo miraron un tanto sorprendidos.
– Seguramente se produjo cuando el tipo le quitó el reloj -contestó Edgar-. Debía de ser un reloj con la correa extensible, como un Rolex. Conociendo a Elias, probablemente era un Rolex. Un buen motivo.
– Sí, suponiendo que fuera un Rolex -apostilló Bosch.
El detective se volvió para contemplar la vista de la ciudad. Dudaba de que Elias llevara un Rolex.
Pese a su tendencia a la ostentación, Elias era de esos abogados que cuidan los detalles. Sabía que un letrado que luce un Rolex corre el riesgo de granjearse la antipatía del jurado. No, no se lo pondría. Luciría un reloj caro, de una marca importante, pero no un Rolex.
– ¿Qué piensas, Harry? -preguntó Rider-. ¿Por qué te preocupa el rasguño?
Bosch se volvió hacia sus compañeros.
– Al margen de que fuera un Rolex o un reloj de otra marca, no hay sangre en el rasguño.
– ¿Lo que significa?
– Ahí dentro está lleno de sangre. Las heridas de bala sangraron, pero en el rasguño no se observa una gota de sangre. No creo por tanto que el asesino le quitara el reloj. Ese rasguño se produjo después de que el corazón de Elias dejara de latir. Yo diría que mucho después. Lo que significa que el rasguño se produjo después de que el tipo que disparó abandonara el lugar.
Rider y Edgar se quedaron pensativos.
– Es posible -dijo Edgar al cabo de unos instantes-. Pero el asunto del sistema vascular es difícil de precisar. Ni siquiera el forense podrá llegar a una conclusión terminante.
– Eso es cierto -convino Bosch-. Digamos que es una corazonada. No podemos presentarlo como prueba ante el tribunal, pero estoy convencido de que el asesino no le arrebató el reloj a Elias. Ni tampoco la cartera.
– ¿Qué insinúas? -preguntó Edgar-. ¿Que fue otra persona quien se lo quitó?
– Exactamente.
– ¿Crees que fue el encargado del funicular, el que descubrió los cadáveres?
Bosch se limitó a encogerse de hombros.
– ¿Crees que fue uno de los chicos de Robos y Homicidios? -preguntó Rider-. ¿Otro intento de despistarnos, de hacernos creer que se trata de un robo por si el culpable fuera uno de ellos?
Bosch la miró un momento, pensando en cómo responder a sus preguntas y en que pisaban un campo minado.
– ¿Detective Bosch?
Harry se volvió.
Era Sally Tam.
– Nosotros hemos terminado, y los forenses quieren saber si pueden cubrir los cadáveres con plásticos y ponerles unas etiquetas para llevárselos.
– Por supuesto. A propósito, ¿han encontrado algunas huellas con el láser?
– Muchas, pero no creemos que sean importantes. En el funicular viaja mucha gente. Las huellas que hemos hallado probablemente pertenezcan a los pasajeros, no al asesino.
– De todos modos, mandadlas analizar enseguida, ¿vale?
– Desde luego. Lo mandaremos todo a Huellas y al Departamento de Justicia. En cuanto sepamos los resultados se lo comunicaremos.
Bosch le dio las gracias.
– ¿Han encontrado algunas llaves en el cadáver del hombre?
– Sí. Están en una de las bolsas marrones. ¿Quiere que se las traiga?
– Sí, creo que las necesitaremos.
– Vuelvo enseguida.
Tam le dirigió una sonrisa y se encaminó hacia el coche del funicular. Parecía muy animada por hallarse en la escena de un crimen. Bosch sabía que dentro de un tiempo no se sentiría tan eufórica.
– ¿Te has fijado? -preguntó Edgar-. Te aseguro que son auténticas.
– Ojo, Jerry -le advirtió Bosch.
Edgar alzó las manos en un gesto de capitulación.
– Soy un excelente observador. Me limitaba a informarte.
– Guárdate tus comentarios, a menos que quieras vértelas con el jefe.
En aquel preciso momento Irving se dirigía hacia ellos.
– ¿Cuáles son sus conclusiones iniciales, detectives?
Bosch miró a Edgar.
– Jerry, ¿qué acaba de decir que ha observado?
– Esto… bueno, de momento sólo tenemos una impresión general.
– No hemos llegado a ninguna conclusión que no concuerde con lo que ha dicho el capitán Garwood -se apresuró a añadir Bosch, antes de que Rider metiera la pata-. Son unos datos preliminares.
– ¿Cuál es el siguiente paso?
– Hay mucho trabajo por delante. Quiero hablar de nuevo con el encargado del funicular, y tenemos que investigar el edificio de apartamentos en busca de testigos. Además hemos de comunicar la muerte de Elias a su familia y registrar su despacho de abogado. ¿Cuándo van a llegar los refuerzos que me prometió, jefe?
– Ahora mismo.
Irving hizo un gesto con la mano a Chastain y a otros tres agentes para que se acercaran. Bosch había supuesto que ése era el motivo de que los de Asuntos Internos se hallaran en la escena del crimen, pero al ver que Irving les indicaba que se acercaran sintió que los músculos se le tensaban. Irving conocía bien la antipatía que existía entre los de Asuntos Internos y los detectives del departamento, y en especial entre Bosch y Chastain. El hecho de obligarlos a trabajar juntos en un caso convenció a Bosch de que Irving no estaba interesado en averiguar quién había asesinado a Howard Elias y Catalina Pérez. Por más que el subdirector quisiera dar la impresión de que estaba interesado en llegar hasta el fondo del asunto, estaba claro que lo que pretendía era entorpecer la investigación.