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La novela, la novela tradicional, sigue diciendo, es un intento de entender el destino humano caso por caso, de entender cómo puede ser que un congénere que ha empezado en un punto A y ha pasado por las experiencias B, C y D, termine en un punto Z. Igual que la historia, la novela, es por tanto, un ejercicio de hacer coherente el pasado. Igual que la historia, explora las contribuciones respectivas del carácter y la circunstancia a la hora de conformar el presente. Al hacerlo, la novela sugiere que podemos explorar el poder que tiene el presente a la hora de producir el futuro. Para eso tenemos esa institución, ese medio llamado novela.

Elizabeth no está segura, mientras escucha su propia voz, de si todavía cree en lo que está diciendo. Esas ideas debieron de convencerla hace años, cuando las escribió, pero después de tantas repeticiones han adquirido un aire gastado y poco convincente. Por otro lado, ya no está muy convencida de creer en el hecho de creer. Las cosas pueden ser ciertas, piensa ahora, aunque uno no crea en ellas, y a la inversa. Al final, el hecho de creer puede no ser más que una fuente de energía, como una batería que uno acopla a una idea para hacerla funcionar. Tal como pasa cuando uno escribe: hay que creer en lo que haya que creer para poder hacer el trabajo.

Si Elizabeth Costello tiene problemas para creer en su argumento, todavía tiene más para evitar que se le note la falta de convicción en la voz. A pesar de que es la célebre autora de, como dice Mikael, La casa de Eccles Street y otros libros, a pesar del hecho de que su público está formado en su mayoría por gente de su generación y por tanto deberían compartir con ella un pasado común, el aplauso del final carece de entusiasmo.

Para la conferencia de Emmanuel se sienta discretamente en la última fila. En el ínterin han almorzado bien. Ahora navegan hacia el sur por un mar que continúa en calma. Hay una probabilidad alta de que una parte de la buena gente del público -Elizabeth calcula que unos cincuenta-, se vaya a quedar dormida. De hecho, quién sabe, tal vez ella misma se quede dormida. En ese caso sería mejor hacerlo sin que la vean.

– Se estarán preguntando por qué he elegido como tema la novela en África -empieza a decir Emmanuel con una voz que le sale rotunda sin esforzarse-. ¿Qué tiene de especial la novela en África? ¿Qué la hace distinta, lo bastante distinta como para reclamar hoy nuestra atención?

»Bien, veamos. Sabemos, para empezar, que el alfabeto, la idea del alfabeto, no creció en África. En África crecen muchas cosas, más de las que ustedes creen, pero no el alfabeto. El alfabeto tuvo que ser importado, primero por los árabes y luego por los occidentales. En África escribir, ya no digamos escribir novelas, es algo reciente.

»¿Es posible la novela sin escribir novelas?, se preguntarán ustedes. ¿Acaso tuvimos alguna novela en África antes de que nuestros amigos los colonizadores aparecieran en nuestra puerta? Por ahora, déjenme simplemente postergar la respuesta. Ya volveré a ello.

»Y otra aclaración: leer no es una actividad de ocio típicamente africana. La música, sí. El baile, sí. Comer, sí. Hablar, también. Pero la lectura no, y en especial la lectura de novelas largas. A los africanos leer siempre nos ha parecido un asunto extrañamente solitario. Nos inquieta. Cuando los africanos visitamos grandes ciudades europeas como París o Londres, nos fijamos en cuánta gente saca libros de sus bolsas y bolsillos en los trenes y se retira a mundos solitarios. Cada vez que sale el libro es como si levantaran un letrero. "Dejadme en paz. Estoy leyendo -dice el letrero-. Lo que estoy leyendo es más interesante de lo que puedes ser tú."

»Bueno, en África no somos así. No nos gusta aislarnos del resto de la gente y retirarnos a mundos privados. Y tampoco estamos acostumbrados a que nuestros vecinos se retiren a mundos privados. África es un continente en el que la gente comparte. Leer un libro a solas no es compartir. Es como comer a solas o hablar solo. No es lo nuestro. Nos parece un poco chiflado.

«Nosotros, nosotros, nosotros -piensa Elizabeth-. Nosotros los africanos.» «No es lo nuestro.» Nunca le ha gustado la forma excluyente de la palabra «nosotros». Puede que Emmanuel haya envejecido, puede que haya sido bendecido con documentos americanos, pero no ha cambiado. La africanidad: una identidad especial, un destino especial.

Ella ha visitado África: las tierras altas de Kenia, Zimbabue y los pantanos de Okavango. Ha visto leer a africanos, africanos normales, en paradas de autobuses y en trenes. No estaban leyendo novelas, es cierto, leían periódicos. Pero ¿acaso un periódico no representa una retirada a un mundo privado igual que una novela?

– En tercer lugar -continúa Egudu-, en el gran sistema benéfico bajo el que hoy nos toca vivir, a África le ha tocado ser la sede de la pobreza. Los africanos no tienen dinero para lujos. En África, un libro debe ofrecerte algo a cambio del dinero que pagas por él. ¿Qué voy a aprender si leo esta historia?, se pregunta el africano. ¿Cómo me va a hacer progresar? Podemos deplorar la actitud del africano, señoras y caballeros, pero no podemos pasarla por alto. Tenemos que tomarla en serio y tratar de entenderla.

»Por supuesto que imprimimos libros en África. Pero suelen ser libros para niños, libros escolares en el sentido más simple. Si quieren ganar dinero publicando libros en África, tienen que publicar libros que sean asignados en las escuelas, que el sistema educativo compre en grandes cantidades para que los lean y los estudien en las aulas. No vale la pena publicar a escritores con ambiciones serias, a escritores que escriben sobre adultos y cuestiones que interesan a los adultos. Esos escritores deben buscar su salvación en otra parte.

»Por supuesto, señoras y caballeros del Northern Lights, lo que les ofrezco hoy aquí no es una perspectiva completa. Para darles esa perspectiva necesitaría la tarde entera. Solamente les estoy ofreciendo un esquema tosco y apresurado. Por supuesto que encontrarán editoriales en África, una aquí, otra allá, que apoyan a los escritores locales por mucho que no produzcan beneficios. Pero, en términos generales, contar historias no permite que se ganen la vida ni los escritores ni los editores.

»Este es el panorama general, por deprimente que resulte. Ahora volvamos nuestra atención hacia nosotros mismos, hacia ustedes y yo. Aquí estoy yo, ya saben quién soy, lo dice en el programa: Emmanuel Egudu, de Nigeria, autor de novelas, poemas y obras teatrales, ganador incluso de un premio literario Commonwealth (división África). Y aquí están ustedes, gente rica, o por lo menos acomodada (no me equivoco, ¿verdad?), procedente de Norteamérica y de Europa, y, por supuesto, no nos olvidemos de nuestra representación de Australasia. Y tal vez he oído incluso algo de japonés susurrado en los pasillos. Están ustedes de crucero en este barco espléndido, de camino a inspeccionar uno de los confines más remotos del planeta, a revisarlo, tal vez a tacharlo de su lista. Aquí están ustedes, comiendo un buen almuerzo y escuchando hablar a este tipo africano.

»¿Por qué, me imagino que se preguntan, está este tipo africano en nuestro barco? ¿Por qué no está sentado a su mesa en el país donde nació, siguiendo su vocación (si es que de verdad es escritor), escribiendo libros? ¿Por qué está hablando sobre la novela africana, una cuestión que solamente nos puede interesar de forma muy lateral?

»La respuesta más breve, señoras y caballeros, es que este tipo africano se está ganando la vida. En su país, tal como he intentado explicar, no se puede ganar la vida. La verdad es que en su país no es bien recibido (no me extenderé sobre esto, solamente lo menciono porque también se aplica a muchos de sus compatriotas escritores). En su país es lo que llaman un intelectual disidente, y a los intelectuales disidentes hay que tratarlos con cuidado, incluso en la nueva Nigeria.

»Así que aquí está, fuera de su país y en el ancho mundo, ganándose la vida. En parte se gana la vida escribiendo libros que la gente publica, lee y reseña. Libros que son discutidos y juzgados, mayoritariamente, por extranjeros. Y luego se dedica a actividades derivadas de su escritura. Reseña libros de otros escritores, por ejemplo, en publicaciones europeas y americanas, e instruye a la juventud del Nuevo Mundo sobre el tema exótico en el que es experto, igual que un elefante es experto en elefantes: la novela africana. Da conferencias. Navega en cruceros. Y mientras se dedica a esto, vive en lo que llamamos alojamientos temporales. Todas sus direcciones son temporales, no tiene morada fija.