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»¿Creen que a este tipo le resulta fácil, señoras y caballeros, ser fiel a su esencia de escritor cuando hay tantos desconocidos que complacer, mes tras mes? Editores, lectores, críticos, estudiantes, todos ellos armados no solamente de sus propias ideas sobre lo que es o tiene que ser la escritura, lo que es o tiene que ser la novela, lo que es o tiene que ser África, sino también lo que es o tiene que ser el hecho de ser complacido. ¿Creen que es posible que a ese tipo no le afecte la presión que recibe para complacer a los demás, para ser lo que los demás creen que tiene que ser, para producir para ellos lo que ellos creen que tiene que producir?

»Tal vez se les haya pasado por alto, pero hace un momento he colado una palabra que tendría que haberles pitado en los oídos. He hablado de mi esencia y de ser fiel a mi esencia. Podría hablar mucho de la esencia y de sus ramificaciones. Pero esta no es la ocasión apropiada. Sin embargo, deben de estar preguntándose cómo puedo justificar hablar de mi esencia como escritor africano en esta época contraria a las esencias, en esta época de identidades fluidas que cogemos y nos ponemos y nos quitamos como si fueran ropa.

»Tengo que recordarles que en el pensamiento africano hay una larga historia de activismo sobre las ideas de esencia y esencialismo. Puede que hayan oído hablar del movimiento de la négritude de las décadas de mil novecientos cuarenta y mil novecientos cincuenta. La négritude, de acuerdo con los iniciadores del movimiento, es el sustrato esencial que une a todos los africanos y los hace inconfundiblemente africanos: no solamente a los africanos de África, sino también a los de la gran diáspora africana en el Nuevo Mundo y ahora en Europa.

»Quiero citarles unas palabras del escritor y pensador senegalés Cheikh Hamidou Kane. A Cheikh Hamidou lo estaba entrevistando un europeo. Me desconcierta, dijo el entrevistador, que elogie a ciertos escritores por ser genuinamente africanos. En vista de que los escritores en cuestión escriben en un idioma extranjero (concretamente el francés) y son publicados y en su mayor parte leídos en un país extranjero (concretamente Francia), ¿pueden realmente ser llamados escritores africanos? ¿No es más apropiado llamarlos escritores franceses de origen africano? ¿No es el lenguaje una matriz más importante que el nacimiento?

»Lo que sigue es la respuesta de Cheikh Hamidou: "Los escritores de los que hablo son genuinamente africanos porque nacieron en África, viven en África y tienen una sensibilidad africana… Lo que los distingue es la experiencia vital, la sensibilidad, el ritmo y el estilo". Y continúa: "Un escritor inglés o francés tiene miles de años de tradición escrita a su espalda… Nosotros, en cambio, somos herederos de una tradición oral".

»En la respuesta de Cheikh Hamidou no hay nada místico, nada metafísico ni nada racista. Simplemente le da el peso adecuado a esos elementos intangibles de la cultura que, como no pueden expresarse fácilmente con palabras, a menudo se pasan por alto. La forma en que vive la gente en sus cuerpos. Su forma de mover las manos. Su forma de sonreír o de fruncir el ceño. La cadencia con que hablan. Su forma de cantar. El timbre de sus voces. Su forma de bailar. Su forma de tocarse. Cómo sus manos permanecen un momento en contacto con lo que tocan. Su forma de hacer el amor. La forma en que se quedan tumbados después de hacer el amor. Cómo piensan. Cómo duermen.

»Los novelistas africanos podemos transmitir estas cualidades en nuestros escritos (y déjenme recordarles, llegado este punto, que la palabra "novela", cuando entró en los idiomas europeos, tenía un significado más que vago: significaba la forma de escritura que carecía de forma, que no tenía normas, que inventaba sus propias normas sobre la marcha). Los novelistas africanos podemos transmitir estas cualidades como nadie porque no hemos perdido el contacto con el cuerpo. La novela africana, la verdadera novela africana, es una novela oral. En la página permanece inerte, solamente vive a medias. Pero se despierta cuando la voz, procedente de las profundidades del cuerpo, insufla vida a las palabras y las pronuncia en voz alta.

»La novela africana es por tanto, afirmaría yo, en su mismo ser, y antes de que se escriba la primera palabra, una crítica de la novela occidental, que ha ido tan lejos por el camino de la incorporeidad (piensen en Henry James, en Marcel Proust) que la forma adecuada y ciertamente la única forma en que se la puede absorber es en silencio y en soledad. Y terminaré estos comentarios, señoras y caballeros (veo que se me acaba el tiempo) citando en apoyo de mi posición y de la de Cheikh Hamidou no a un africano, sino a un hombre de los páramos helados de Canadá, el gran académico de la oralidad, Paul Zumthor.»"Desde el siglo XVII -escribe Zumthor-, Europa se ha extendido por el mundo como un cáncer, al principio con sigilo pero desde hace tiempo a paso cada vez más rápido, hasta que hoy se dedica a aniquilar formas, animales, plantas, hábitats e idiomas. Cada día que pasa, varios idiomas del mundo desaparecen, repudiados, sofocados… Uno de los síntomas de la enfermedad ha sido sin duda, desde el principio, lo que llamamos literatura. Y la literatura se ha consolidado, ha prosperando y se ha convertido en lo que es (una de las más enormes dimensiones de la humanidad) negando la voz… Ha llegado el momento de dejar de privilegiar la escritura… Tal vez la gran y desafortunada África, empobrecida por nuestro imperialismo político-industrial, se encontrará más cerca de la meta que el resto de los continentes, ya que la escritura le ha afectado en menor medida."

Cuando Egudu termina su conferencia, el aplauso es rotundo y enérgico. Ha hablado con fuerza, tal vez incluso con pasión. Ha plantado cara por sí mismo, por su vocación, por su gente. ¿Por qué no habría de obtener su recompensa, aunque lo que diga pueda tener escasa relevancia para las vidas de sus espectadores?

Y, sin embargo, la conferencia tiene algo que a Elizabeth Costello no le ha gustado. Algo relacionado con la oralidad y la mística de la oralidad. Siempre, piensa, es el cuerpo lo que se destaca y se ensalza. Y la voz, la esencia oscura del cuerpo, que emerge de su interior. La négritude: Elizabeth pensaba que Emmanuel dejaría atrás esa pseudofilosofía con la edad. Es evidente que no. Es evidente que ha decidido conservarla como parte de su discurso profesional. Bueno, pues que tenga buena suerte. Todavía hay tiempo, al menos diez minutos, para preguntas. Ella confía en que las preguntas sean inquisitivas, que lo escruten de forma perspicaz.

La primera mujer que pregunta es, supone Elizabeth por su acento, del Medio Oeste de Estados Unidos. La primera novela escrita por un africano que leyó, dice la mujer, ya hace décadas, era de Amos Tutuola, ha olvidado el título. («El bebedor de vino de palma», sugiere Egudu. «Sí, esa», responde ella.) Le fascinó. Le pareció que era un presagio de grandes cosas. De modo que se sintió decepcionada, terriblemente decepcionada, al enterarse de que a Tutuola no lo respetaban en su propio país, que los nigerianos cultos lo menospreciaban y consideraban que su reputación en Occidente era inmerecida. ¿Era cierto aquello? ¿Era Tutuola la clase de novelista oral que nuestro conferenciante tenía en mente? ¿Se habían traducido más libros suyos?

No, contesta Egudu, Tutuola ya no ha vuelto a ser traducido, de hecho no ha sido traducido nunca, por lo menos no al inglés. ¿Y por qué no? Porque no necesitaba que lo tradujeran. Porque se ha dedicado a escribir en inglés.