– ¿Es que las ardillas no tienen una visión del mundo?
– Sí, las ardillas tienen una visión del mundo. Su visión del mundo incluye las bellotas y los árboles, la meteorología, los perros, los gatos, los automóviles y las ardillas del sexo opuesto. Eso es todo. No hay más. Ese es el mundo según una ardilla.
– ¿Y estamos seguros de eso?
– Estamos seguros de eso en la medida en que los siglos que llevamos observando a las ardillas no nos indican otra cosa. Si las ardillas tienen algo más en mente, no se traduce en conductas observables. A efectos prácticos, la mente de la ardilla es un mecanismo muy simple.
– Así que Descartes tenía razón y los animales no son más que autómatas biológicos.
– A grandes rasgos, sí. No se puede distinguir en abstracto entre la mente de un animal y una máquina que imite a la mente de un animal.
– ¿Y los seres humanos son distintos?
– John, estoy cansada y tu actitud está siendo irritante. Los seres humanos inventan las matemáticas, construyen telescopios, llevan a cabo cálculos, construyen máquinas, pulsan un botón y, pum, el Sojourner se posa sobre Marte, tal como estaba calculado. Por eso la racionalidad no es un mero juego, como afirma tu madre. La razón nos ofrece un conocimiento real del mundo real. Está demostrado y funciona. Tú eres físico. Deberías saberlo.
– Estoy de acuerdo. Funciona. Con todo, ¿no hay una posición externa según la cual nuestros actos y nuestros pensamientos y el hecho de que enviemos una sonda a Marte se parece mucho a la situación en que una ardilla piensa y luego sale corriendo y agarra una nuez? ¿Tal vez no era eso lo que mi madre quería decir?
– ¡Pero no existe esa posición externa! Sé que suena anticuado, pero tengo que decirlo. No existe ninguna posición fuera de la razón en la que uno se pueda poner y debatir sobre la razón y luego llevar a cabo un juicio sobre la razón.
– Salvo la posición de alguien que se ha retirado de la razón.
– Eso no es más que irracionalismo francés, la clase de cosas que dice alguien que nunca ha puesto un pie dentro de un centro psiquiátrico y ha visto cómo es la gente que se ha retirado realmente de la razón.
– Pues salvo Dios.
– No si Dios es un dios de la razón. Un dios de la razón no puede situarse fuera de la razón.
– Me sorprendes, Norma. Estás hablando como una racionalista de la vieja escuela.
– No me entiendes. Ese es el terreno que ha elegido tu madre. Yo me limito a responderle en sus términos.
– ¿Quién era el invitado que no vino?
– ¿El de la silla vacía? Era Stern, el poeta.
– ¿Crees que fue una forma de protesta?
– Estoy segura de que sí. Tu madre tendría que habérselo pensado dos veces antes de sacar el tema del Holocausto. Noté que mucha gente del público se ponía furiosa.
La silla vacía era ciertamente una protesta. Cuando va a dar su clase de la mañana, John se encuentra una carta en su casilla dirigida a su madre. Se la da cuando va a buscarla a su casa. Elizabeth la lee deprisa, suspira y se la devuelve.
– ¿Quién es este hombre? -dice.
– Abraham Stern. Un poeta. Creo que muy respetado. Lleva aquí toda la vida.
El lee la nota de Stern, que está escrita a mano.
Querida señora Costello:
Perdón por no asistir a la cena de anoche. He leído sus libros y sé que es usted una persona seria, así que doy por sentado que se tomaba usted en serio lo que dijo en su conferencia.
En el núcleo de su conferencia, me pareció a mí, estaba la cuestión de compartir la mesa. Si nos negamos a compartir la mesa con los verdugos de Auschwitz, ¿podemos seguir compartiendo la mesa con los matarifes de animales?
Usted usó para su provecho la conocida comparación entre los judíos asesinados en Europa y el ganado sacrificado. Los judíos murieron como ganado, por tanto el ganado muere como judíos, dice usted. Es un juego de palabras que no voy a aceptar. Usted malinterpreta la naturaleza del parecido. Diría incluso que usted la malinterpreta a propósito, hasta el punto de la blasfemia. El hombre está hecho a imagen de Dios, pero Dios no está hecho a imagen del hombre. El hecho de que a los judíos se los tratara como ganado no quiere decir que al ganado se le trate como a judíos. Esa inversión es un insulto al recuerdo de los muertos. Y además explota de forma barata los horrores de los campos de exterminio.
Perdóneme que le sea tan franco. Usted dijo que era lo bastante anciana como para no tener que perder el tiempo con lindezas, y yo también soy viejo.
Un saludo,
ABRAHAM STERN
John lleva a su madre con los anfitriones del departamento de inglés y luego se va a una reunión. La reunión se hace eterna. Son pasadas las dos y media cuando llega a la sala de seminarios situada en el Stubbs Hall.
Cuando entra, su madre está hablando. Se sienta junto a la puerta intentando hacer el menor ruido posible.
– En esa clase de poesía -está diciendo Elizabeth Costello-, los animales adquieren formas humanas: el león representa el valor, la lechuza la sabiduría, etcétera. Incluso en el poema de Rilke la pantera está presente como representación de otra cosa. Se disuelve en un baile de energía alrededor de un centro, una imagen que viene de la física, de la física de partículas elementales. Rilke no va más allá, no va más allá de la pantera como encarnación vital de la clase de fuerza que se libera en una explosión atómica pero que aquí está atrapada no tanto por los barrotes de la jaula como por lo que los barrotes imponen a la pantera: un desfile concéntrico que deja a la voluntad aturdida y narcotizada.
¿La pantera de Rilke? ¿Qué pantera? Su confusión debe de ser evidente: la chica que tiene al lado le planta una página fotocopiada delante de la cara. Tres poemas: uno de Rilke titulado «La pantera» y dos de Ted Hughes titulados «El jaguar» y «Segunda mirada a un jaguar». No tiene tiempo de leerlos.
– Hughes está escribiendo contra Rilke -continúa su madre-. Usa el mismo escenario del zoo, pero para variar es el público el que está hipnotizado, y entre ellos el hombre, el poeta: en trance, horrorizado y abrumado, con su capacidad de entendimiento forzada más allá de sus límites. La visión del jaguar, a diferencia de la de la pantera, no está aturdida. Al contrario, su mirada perfora la oscuridad del espacio. La jaula carece de realidad para él, él está en otra parte. Está en otra parte porque su conciencia no es abstracta sino cinética: la fuerza de sus músculos lo impulsa a través de un espacio de una naturaleza muy distinta a la caja tridimensional de Newton: un espacio circular que regresa sobre sí mismo.
»Así pues, dejando de lado la ética de encerrar a animales de gran tamaño, Hughes está investigando a tientas una modalidad distinta de estar-en-el-mundo, una que no nos es del todo ajena, ya que la experiencia de estar ante la jaula parece pertenecer a la experiencia onírica, una experiencia presente en el inconsciente colectivo. En estos poemas conocemos al jaguar no por su aspecto, sino por cómo se mueve. El cuerpo se define por cómo se mueve, o por cómo se mueven en su interior las corrientes de la vida. Los poemas nos piden que imaginemos cómo es esa forma de moverse, que habitemos en ese cuerpo.
»Con Hughes no es cuestión, subrayo, de habitar otra mente, sino de habitar otro cuerpo. Es la clase de poesía sobre la que hoy estoy llamando la atención de ustedes: una poesía que no trata de encontrar una idea en el animal, que trata del animal, sino que es el registro de una unión con el mismo.
»Lo peculiar de esa clase de uniones poéticas es que, sin importar la intensidad con que tengan lugar, siguen desplegando una indiferencia total hacia su objeto. En este sentido difieren de los poemas de amor, cuya intención es conmover a su objeto.