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»No es que a los animales no les importe lo que sentimos hacia ellos. Pero cuando desviamos la corriente de sentimientos que fluye entre nosotros y el animal y la canalizamos en forma de palabras, los abstraemos para siempre del animal. De esta forma, el poema no es un regalo a su objeto, como lo es el poema de amor. Cae dentro de una economía totalmente humana en la cual el animal no participa. ¿Contesta eso su pregunta?

Alguien más tiene la mano levantada: un joven alto con gafas. No conoce bien la poesía de Ted Hughes, dice, pero lo último que oyó es que Hughes tenía un rancho de ovejas en alguna parte de Inglaterra. O bien está criando ovejas como tema para su poesía (se oyen risitas ahogadas en la sala) o bien es un ranchero de verdad que cría ovejas para el mercado.

– ¿Cómo cuadra esto con lo que estaba diciendo usted en su conferencia de ayer, cuando parecía estar bastante en contra de matar animales para obtener su carne?

– Nunca he conocido a Ted Hughes -responde Elizabeth-, así que no puedo decirle qué clase de granjero es. Pero déjeme que intente contestar su pregunta a otro nivel.

»No tengo razones para pensar que Hughes crea que su atención a los animales es única. Al contrario, sospecho que cree que está recuperando una atención que nuestros antepasados lejanos poseían y que nosotros hemos perdido (él concibe esta pérdida en términos más evolutivos que históricos, pero esa es otra cuestión). Supongo que cree que ve a los animales en gran medida como los veían los cazadores del Paleolítico.

«Esto coloca a Hughes en una línea de poetas que celebran lo primitivo y repudian la tendencia occidental al pensamiento abstracto. Es la línea de Blake y Lawrence, de Gary Snyder en Estados Unidos o de Robinson Jeffers. También de Hemingway, en su fase de la caza y las corridas de toros.

»En mi opinión, las corridas de toros nos dan una pista. Matemos a la bestia por todos los medios, dicen, pero convirtámoslo en un combate, en un ritual, y honremos a nuestro adversario por su fuerza y su bravura. Y comámoslo, después de haberlo vencido, para que su fuerza y su coraje entren en nosotros. Mirémoslo a los ojos antes de matarlo y démosle las gracias después. Cantemos canciones sobre él.

»A eso lo llamamos primitivismo. Es una actitud fácil de criticar. Es muy masculina, muy masculinista. No hay que confiar en sus ramificaciones políticas. Pero, a fin de cuentas, a un nivel ético, sigue habiendo algo atractivo en ella.

»Sin embargo, también es poco práctico. Uno no alimenta a cuatro mil millones de personas mediante los esfuerzos de toreros y cazadores de ciervos armados con arcos y flechas. Somos demasiados. No hay tiempo para respetar y honrar a todos los animales que necesitamos para alimentarnos. Necesitamos fábricas de muerte. Necesitamos animales de fábrica. Chicago nos mostró la forma. Los nazis aprendieron a procesar cuerpos de los mataderos de Chicago.

»Pero déjenme volver a Hughes. Dice usted: a pesar de la parafernalia primitivista, Hughes es un carnicero; ¿qué estoy haciendo en su compañía?

»Yo respondería que los escritores nos enseñan más de lo que saben. Al poner en primer plano al jaguar, Hughes nos enseña que también nosotros podemos encarnar a los animales. Mediante el proceso llamado invención poética, que mezcla aliento y sentidos de una forma que nadie ha explicado y que nadie explicará. Nos muestra cómo conseguir que el cuerpo vivo cobre existencia en nuestro interior. Cuando leemos el poema del jaguar, y cuando lo recordamos más tarde con tranquilidad, durante un breve intervalo somos el jaguar. El jaguar se agita en nuestro interior, conquista nuestro cuerpo y se nos mete dentro.

»De momento todo está bien. No creo que Hughes estuviera en desacuerdo con lo que he dicho hasta ahora. En gran medida es la mezcla de chamanismo, posesión espiritual y psicología de arquetipos que él mismo defiende. En otras palabras, una experiencia primitivista (estar cara a cara con un animal), un poema primitivista y una teoría primitivista de la poesía para justificarlo.

»También es la clase de poesía con la que se pueden sentir cómodos los cazadores y la gente que llamo gestores de la ecología. Cuando Hughes el poeta está delante de la jaula del jaguar, mira un jaguar en concreto y es poseído por la vida de ese jaguar individual. Tiene que ser así. Los jaguares en general, la subespecie jaguar, la idea de un jaguar, eso no lo va a conmover, ya que no podemos experimentar abstracciones. Y, sin embargo, el poema que escribe Hughes trata sobre el jaguar, sobre la jaguaridad encarnada en ese jaguar. Igual que más tarde, cuando escribe sus maravillosos poemas sobre salmones, estos tratan de salmones como ocupantes transitorios de la vida del salmón, de la biografía del salmón. Así que, a pesar de la nitidez y de la terrenalidad de la poesía, en ella sigue habiendo algo de platónico.

»En la visión ecológica, el salmón y las algas de río y los insectos acuáticos interactúan en un baile enorme y complejo con la tierra y con el clima. El todo es mayor que la suma de las partes. En el baile, cada organismo tiene un roclass="underline" son estos múltiples roles, más que los seres concretos que los desempeñan, los que participan en el baile. En cuanto a los individuos concretos que desempeñan los roles, mientras se vayan renovando, mientras sigan adelante, no necesitamos prestarles atención.

»A esto lo he llamado platónico y lo vuelvo a hacer. Miramos a la criatura en sí, pero estamos pensando en el sistema de interacciones del que esta es la encarnación material y terrenal.

»Es una ironía terrible. Una filosofía ecológica que nos está diciendo que vivamos codo con codo con otras criaturas se justifica a sí misma apelando a una idea, a una idea de un orden más elevado que ninguna criatura viviente. Una idea, finalmente (y este es el giro aplastante de la ironía) que no puede entender ninguna criatura más que el hombre. Toda criatura viviente lucha por su vida individual y al luchar rechaza la idea de que el salmón o el mosquito pertenecen a un orden de importancia más bajo que la idea del salmón o la idea del mosquito. Pero cuando vemos al salmón luchar por su vida, decimos que simplemente está programado para luchar. Decimos, siguiendo a santo Tomás, que está atrapado en la esclavitud de la naturaleza. Decimos que carece de auto-conciencia.

»Los animales no creen en la ecología. Ni siquiera los etnobiólogos hacen esa afirmación. Ni siquiera los etnobiólogos dicen que la hormiga sacrifica su vida para perpetuar la especie. Lo que dicen es sutilmente distinto: la hormiga se muere y la función de su muerte es perpetuar la especie. La vida de la especie es una fuerza que actúa a través del individuo pero que el individuo es incapaz de entender. En ese sentido la idea es innata y la hormiga está regida por la idea igual que un ordenador está regido por un programa.

«Nosotros, los gestores de la ecología… Siento seguir por este camino, me estoy alejando mucho de su pregunta, enseguida acabo. Nosotros los gestores entendemos el mecanismo global, así que podemos decidir cuántas truchas se pueden pescar o cuántos jaguares se pueden atrapar sin que se trastorne la estabilidad del mecanismo. El único organismo sobre el que no nos arrogamos este poder de dar la vida o la muerte es el hombre. ¿Por qué? Porque el hombre es distinto. El hombre entiende el mecanismo, a diferencia del resto de participantes. El hombre es un ser intelectual.

Mientras ella habla, la mente de él divaga. No es la primera vez que oye a su madre expresarse en esos términos antiecologistas. Los poemas sobre jaguares están muy bien, pero no verás nunca a un montón de australianos de pie delante de una oveja, escuchando sus estúpidos balidos y escribiendo poemas sobre ella. ¿No es eso acaso lo que hace sospechosa a la gente que se dedica a los derechos de los animales: que tienen que subirse al carro de los gorilas pensativos, los jaguares sensuales y los pandas sedosos porque los verdaderos objetos de su preocupación, los pollos y los cerdos, por no hablar de los ratones blancos o las gambas, no llegan a los titulares?