»En cuanto a la idea de que los animales son demasiado estúpidos para hablar por sí mismos, piensen en la siguiente secuencia de eventos. Cuando Albert Camus era niño en Argelia, su abuela le dijo que le trajera una de las gallinas del corral de su casa. Él obedeció y luego observó cómo la abuela le cortaba la cabeza al animal con un cuchillo de cocina y recogía la sangre en un cubo para no manchar el suelo.
»El grito de agonía de aquella gallina se grabó con tanta fuerza en la memoria del chico que en mil novecientos cincuenta y ocho le hizo escribir un ataque apasionado contra la guillotina. En parte como resultado de aquella polémica, Francia abolió la pena capital. ¿Quién puede decir entonces que la gallina no habló?
O'Hearne:
– Declaro lo siguiente de forma deliberada, consciente de las asociaciones históricas que puede tener. No creo que la vida sea tan importante para los animales como lo es para nosotros. Ciertamente los animales se resisten de forma instintiva contra la muerte, igual que nosotros. Pero no entienden la muerte como nosotros la entendemos, o, mejor dicho, como no la entendemos. En la mente humana se produce un colapso de la imaginación ante la muerte, y ese colapso de la imaginación, evocado gráficamente en la conferencia de ayer, es la base de nuestro miedo a la muerte. Ese miedo no existe ni puede existir en los animales, ya que el esfuerzo para comprender la extinción y el fracaso de ese esfuerzo, el intento fallido de asimilar esa idea, simplemente no han tenido lugar.
»Por esa razón, quiero sugerir, para un animal morir es simplemente algo que sucede, algo contra lo cual puede producirse una revuelta del organismo, pero no una revuelta del alma. Y cuanto más baje uno por la escala evolutiva, más cierto resulta esto. Para un insecto, la muerte es el colapso de los sistemas que mantienen en funcionamiento al organismo físico y nada más.
»Para los animales, la vida y la muerte forman un continuo. Solamente entre ciertos seres humanos muy imaginativos encontramos un horror a la muerte tan agudo que se proyecta en otros seres, incluyendo a los animales. Los animales viven y se mueren: no hay más. Por tanto, poner al mismo nivel a un carnicero que mata un pollo y a un verdugo que mata a un ser humano es un grave error. No son dos acontecimientos comparables. No están en la misma escala y no son de la misma escala.
»Eso nos deja con la cuestión de la crueldad. Matar animales es legítimo, diría yo, porque sus vidas no son tan importantes para ellos como lo son las nuestras para nosotros. La forma anticuada de decir esto es que los animales no tienen almas inmortales. Por otro lado, considero ilegítima la crueldad gratuita. Por tanto, me parece bastante apropiado que reclamemos un trato humanitario para los animales, incluso y sobre todo en los mataderos. Esta ha sido durante mucho tiempo una meta de las asociaciones protectoras de los animales, y yo los felicito por ello.
»Por último, quiero hablar de lo que veo como la naturaleza conflictivamente abstracta de la preocupación por los animales en el movimiento por los derechos de los animales. Quiero pedir perdón por adelantado a nuestra invitada por la dureza aparente de lo que voy a decir, pero creo que hay que decirlo.
»De las muchas variedades de amantes de los animales que veo a mi alrededor, déjenme centrarme en dos. Por un lado, los cazadores, una gente que valora a los animales a un nivel muy elemental y poco reflexivo. Gente que se pasa horas vigilándolos y siguiendo su rastro. Y que después de matarlos, obtienen placer de comerse su carne. Y, por otro lado, una gente que tiene escaso contacto con los animales, o por lo menos con las especies que se proponen defender, como las aves de corral y el ganado, pero que quieren que los animales lleven (en un vacío económico) una vida utópica en la que todo el mundo sea alimentado milagrosamente y nadie deprede a nadie.
»De las dos clases, ¿cuál quiere más a los animales?
»Y es que el activismo por los derechos de los animales, incluyendo su derecho a la vida, es tan abstracto que me resulta poco convincente y finalmente frívolo. Quienes lo llevan a cabo hablan mucho de nuestra comunidad con los animales, pero ¿cómo viven en realidad esa comunidad? Santo Tomás de Aquino dice que la amistad entre seres humanos y animales es imposible, y yo tiendo a estar de acuerdo. No se puede ser amigo de un marciano ni de un murciélago por la simple razón de que uno tiene demasiado poco en común con ellos. Ciertamente podemos desear que existiera una comunidad con los animales, pero eso no es lo mismo que vivir en comunidad con ellos. Ahí tenemos una muestra de nostalgia por el mundo previo a la caída.
El turno de su madre otra vez, su último turno.
– Cualquiera que diga que a los animales la vida les importa menos que a nosotros no ha sostenido en sus manos a un animal que lucha por su vida. Todo el ser del animal se vuelca en esa lucha, sin reservas. Estoy de acuerdo cuando usted dice que a la lucha le falta una dimensión de horror imaginativo o intelectual. El horror intelectual no se encuentra en la modalidad del ser de los animales: todo su ser está en la carne viva.
»Si nos los convenzo a ustedes, es porque las palabras que estoy pronunciando no consiguen invocar para ustedes la integridad y la naturaleza no abstracta y no intelectual de ese ser animal. Es por eso que les animo a que lean a los poetas que devuelven al lenguaje ese ser viviente y eléctrico. Y si esos poetas no les emocionan, les apremio a que caminen codo con codo con la bestia a la que están azuzando por el pasadizo que la lleva hasta su verdugo.
»Dice usted que al animal no le importa la muerte porque no la entiende. Me recuerda a uno de los filósofos académicos que leí cuando preparaba la conferencia de ayer. Fue una experiencia deprimente. Despertó en mí una respuesta casi swiftiana. Si esto es lo mejor que puede ofrecer la filosofía humana, me dije a mí misma, prefiero irme a vivir con los caballos.
»¿Podemos, preguntaba ese filósofo, hablando estrictamente, decir que el ternero echa de menos a su madre? ¿Acaso el ternero entiende lo bastante el significado de la relación con la madre? ¿Entiende lo bastante el significado de la ausencia materna? Y finalmente, ¿sabe lo bastante sobre echar de menos como para saber que el sentimiento que experimenta es el sentimiento de echar de menos?
«Hablando estrictamente, continúa el argumento, no se puede decir que un ternero que no ha asimilado los conceptos de presencia y ausencia, del yo y del otro, eche nada de menos. A fin de echar algo de menos, hablando estrictamente, primero habría que darle un curso de filosofía. ¿Qué clase de filosofía es esta? Yo digo que la tiremos a la basura. ¿De qué sirven sus distinciones insignificantes?
»Para mí, un filósofo que diga que la distinción entre humano y no humano depende de si uno tiene la piel blanca o negra y un filósofo que diga que la distinción entre humano y no humano depende de si uno conoce la diferencia entre un sujeto y un predicado se parecen más de lo que difieren.
«Normalmente evito los gestos de exclusión. Conozco a un eminente filósofo que declara que simplemente no está preparado para filosofar sobre los animales con gente que come carne. Yo no estoy segura de si iría tan lejos (con franqueza, no tengo tanto coraje), pero tengo que decir que no me muero de ganas por conocer al caballero cuyo libro he estado citando. Y más concretamente, no me muero de ganas por compartir la mesa con él.