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– Pero -dice el decano- ¿cómo hemos llegado a saber lo tremendamente difícil que es la cuestión de la interpretación salvo experimentando ciertas lecciones históricas, unas lecciones que la Iglesia del siglo quince difícilmente podía prever?

– ¿Como por ejemplo?

– Como el contacto con cientos de otras culturas, cada una con su propio idioma, su propia historia, su mitología y una visión única del mundo.

– Entonces yo diría -dice el joven- que son las humanidades y solamente las humanidades, y la formación que proporcionan las humanidades, lo que nos va a permitir abrirnos paso por este nuevo mundo multicultural, y precisamente, precisamente -se ha excitado tanto que casi da un porrazo en la mesa- porque las humanidades se centran en la lectura y la interpretación. Las humanidades empiezan, tal como dijo la conferenciante, con la erudición textual, y se desarrollan como un cuerpo de disciplinas dedicadas a la interpretación.

– De hecho, las ciencias humanas -dice el decano.

El joven hace una mueca.

– Eso es una pista falsa, señor decano. Si no le importa, me quedo con studia o bien con disciplinas.

Tan joven, piensa Elizabeth, y tan seguro de sí mismo. Se queda con studia.

– ¿Qué pasa con Winckelmann? -dice su hermana.

¿Winckelmann? El joven se la queda mirando con cara de no entender.

– ¿Acaso Winckelmann se habría identificado con la imagen que da usted del humanista como técnico de la interpretación textual?

– No lo sé. Winckelmann era un gran erudito. Tal vez sí.

– O Schelling -continúa su hermana-. O cualquiera de aquellos que creían, de forma más o menos abierta, que Grecia ofrecía un ideal de civilización superior al de la judeocristiandad. O, ya que hablamos, aquellos que creían que la humanidad había perdido el rumbo y tenía que regresar a sus orígenes primitivos y empezar de nuevo. En otras palabras, los antropólogos. Lorenzo Valla (ya que usted menciona a Lorenzo Valla) era antropólogo. Su punto de partida era la sociedad humana. Usted dice que los primeros humanistas no eran criptoateos. No, no lo eran. Pero sí eran criptorrelativistas. A sus ojos, Jesucristo estaba encerrado en su mundo, o, como diríamos hoy, en su cultura. Su tarea como académicos era entender aquel mundo e interpretarlo para su propia época. Tal como harían más tarde con el mundo de Homero. Y así hasta Winckelmann.

Termina de forma abrupta y se queda mirando al decano. ¿Acaso le ha hecho una señal? ¿No le ha dado un golpecito a la hermana Bridget en la rodilla, aunque parezca increíble, por debajo de la mesa?

– Sí -dice el decano-. Fascinante. Tendríamos que haberla invitado a usted para una serie entera de conferencias. Pero, por desgracia, algunos de nosotros tenemos compromisos. Tal vez en el futuro…

Deja la posibilidad suspendida en el aire. Y la hermana Bridget inclina la cabeza con elegancia.

IV

Están de vuelta en el hotel. Elizabeth está cansada, tiene que tomar algo para sus náuseas incesantes y tiene que acostarse. Pero no para de preguntarse: ¿Por qué Blanche ha sido tan hostil hacia las humanidades? «No necesito consultar novelas», ha dicho Blanche. ¿Acaso la hostilidad, de una forma retorcida, está dirigida a ella? Aunque ha enviado religiosamente todos sus libros a Blanche en cuanto salían de la imprenta, no ha visto nunca ninguna señal de que haya leído ninguno. ¿La ha convocado Blanche a África como representante de las humanidades, o de la novela, o de ambas cosas, para aprender una lección antes de que las dos se vayan a la tumba? ¿Es esa la idea que Blanche tiene de ella? La verdad -y tendría que hacerle entender esto a Blanche- es que nunca ha sido aficionada a las humanidades. La empresa en sí tiene algo demasiado masculino, demasiado autocomplaciente. Tiene que corregir el error de apreciación de Blanche.

– Winckelmann -le dice a Blanche-. ¿Qué querías decir cuando has citado el nombre de Winckelmann?

– Quería recordarles adonde condujo el estudio de los clásicos. Al helenismo como religión alternativa. Una alternativa a la cristiandad.

– Ya me lo parecía. Como alternativa para unos pocos estetas, unos cuantos productos muy cultos del sistema educativo europeo. Pero ciertamente no como una alternativa popular.

– No me entiendes, Elizabeth. El helenismo era una alternativa. Por muy pobre que fuera, la Hélade fue la única alternativa al cristianismo que el humanismo pudo ofrecer. Podían señalar a la sociedad griega (una imagen idealizada de la sociedad griega, pero ¿cómo iba a saber eso la gente de a pie?) y decir: «Mirad, así es como tendríamos que vivir, no en el Más Allá, sino aquí y ahora».

La Hélade: hombres semidesnudos, con los pectorales untados de aceite de oliva, sentados en las escaleras del templo discutiendo sobre el bien y la certeza, mientras de fondo un grupo de muchachos de miembros ágiles practica la lucha libre y un rebaño de cabras pasta tranquilamente. Mentes libres en cuerpos libres. Más que una imagen idealizada: un sueño, un engaño. Pero ¿cómo vamos a vivir salvo mediante sueños?

– No lo niego -dice Elizabeth-. Pero ¿quién cree hoy día en el helenismo? ¿Quién recuerda siquiera la palabra?

– Sigues sin entenderlo. El helenismo fue la visión única de la buena vida que pudo ofrecer el humanismo. Cuando fracasó el helenismo (algo inevitable ya que no tenía nada que ver con las vidas de la gente), el humanismo entró en quiebra. Aquel hombre en la comida defendía las humanidades como conjunto de técnicas, como las ciencias humanas. Eso sí que es triste. ¿Qué hombre o mujer joven con sangre en las venas quiere pasarse la vida hurgando en los archivos o llevando a cabo explications de texte sin fin?

»Pero está claro que el humanismo solamente fue una fase en la historia de las humanidades. Desde entonces pueden haber surgido visiones más amplias e incluyentes de lo que puede ser la vida humana. Por ejemplo, la sociedad sin clases. O un mundo del que hayan sido exorcizadas la pobreza, la enfermedad, el analfabetismo, el racismo, el sexismo, la homofobia, la xenofobia y el resto de la letanía del mal. No estoy pidiendo que se haga realidad ninguna de esas visiones. Simplemente estoy señalando que la gente no puede vivir sin esperanza, o tal vez sin ilusiones. Si te dirigieras a cualquiera de esas personas con las que hemos comido y les pidieras, como humanistas, o por lo menos como practicantes con carnet de las humanidades, que declararan cuál es la meta de todos sus esfuerzos, seguramente responderían que, aunque de forma indirecta, están luchando por mejorar la suerte de la humanidad.

»Sí. Y ahí es donde se revelan como verdaderos seguidores de sus precursores humanistas. Que ofrecían una visión secular de la salvación. Renacimiento sin intervención de Cristo. Solamente mediante acciones humanas. El Renacimiento. Siguiendo el ejemplo de los griegos. O siguiendo el ejemplo de los indios americanos. O de los zulúes. Pues bueno, eso es imposible.

– Es imposible, dices. Porque, aunque ninguno de ellos lo sabía, los griegos estaban condenados, los indios estaban condenados y los zulúes estaban condenados.

– Yo no he hablado de condenación. Solamente hablo de historia, de la crónica de la empresa humanista. Es imposible. Extra ecclesiam nulla salvatio.

Ella niega con la cabeza.

– Blanche, Blanche, Blanche -dice-. ¿Quién habría dicho que acabarías siendo tan de la línea dura?

Blanche deja escapar un sonrisa gélida. La luz se refleja en sus gafas.

V

Es sábado, su último día completo en África. Lo está pasando en Marianhill, el centro que su hermana ha convertido en la obra de su vida y en su hogar. Mañana viajará a Durban. Desde Durban volará a Bombay y de allí a Melbourne. Y ahí acabará todo. «Blanche y yo no nos volveremos a ver -piensa-, por lo menos en este mundo.»