Sale del hotel y deambula a lo largo del canal, una anciana con impermeable, todavía un poco confusa, todavía un poco mareada después del largo vuelo desde las antípodas. Desorientada: ¿no estará teniendo esos pensamientos tan lúgubres porque no consigue orientarse? En ese caso, tal vez debería viajar menos. O más.
El tema del que tiene que hablar, el tema que ha negociado con sus anfitriones, es «Testigo, silencio y censura». El texto en sí, o la mayor parte del mismo, no le ha resultado difícil de escribir. Después de los años que pasó en el ejecutivo del PEN australiano, puede dar discursos sobre la censura dormida. Si quisiera tener las cosas más fáciles, podría leerles su texto de costumbre contra la censura, pasar unas horas en el Rijksmuseum y luego coger el tren a Niza, donde tiene la suerte de que su hija está alojada como invitada de una fundación.
El texto de costumbre sobre la censura hace gala de unas ideas liberales, tal vez con el toque de Kulturpessimismus que ha marcado su pensamiento reciente: la civilización occidental se basa en la fe en el esfuerzo ilimitado e ilimitable, es demasiado tarde para cambiar eso y lo único que tenemos que hacer es limitarnos a agarrarnos con fuerza y ver adonde nos lleva ese viaje. Son sus opiniones sobre el tema de lo ilimitable las que parecen estar cambiando de forma sutil. Leer el libro de West ha contribuido a ese cambio, sospecha, aunque es posible que el cambio hubiera tenido lugar de todos modos, por razones que le resultan menos claras. Además, no está segura de que los escritores que se aventuran en los territorios más oscuros del alma regresen siempre ilesos. Ha empezado a preguntarse si escribir lo que uno desea, en lugar de leer lo que uno desea, es algo bueno en sí mismo.
En todo caso, eso es lo que planea decir aquí en Amsterdam. Como ejemplo principal planea presentar a la conferencia Las horas espléndidas del conde Von Stauffenberg, que le llegó dentro de un paquete de libros, algunos nuevos y algunas reediciones, que le envió un editor de Sydney amigo suyo. Las horas espléndidas fue el único que la atrajo de verdad. Su respuesta se tradujo en una reseña que retiró en el último minuto y nunca ha publicado.
Al llegar al hotel se ha encontrado un sobre esperándola. Una carta de bienvenida de los organizadores, un programa de conferencias y varios planos. Ahora, sentada en un banco de la Prinsengracht bajo el calor tímido del sol del norte, echa un vistazo al programa. Mira las notas que hay al final del programa. «Elizabeth Costello, reputada escritora australiana y ensayista, autora de La casa de Eccles Street y de otros muchos libros.» No es como se habría anunciado a sí misma, pero nadie le ha preguntado. Congelada en el pasado, como de costumbre. Congelada en los logros de su juventud.
Su mirada deambula por la lista. Apenas ha oído hablar del resto de los conferenciantes. Luego su mirada llega al último nombre de la lista y durante un segundo se le para el corazón. «Paul West, novelista y crítico.» Paul West: el desconocido cuyo estado espiritual ha descrito durante tantas páginas. ¿Puede alguien, se pregunta en su conferencia, adentrarse tanto en el bosque de los horrores nazis y salir intacto? ¿Hemos considerado la posibilidad de que el explorador atraído al interior de ese bosque pueda salir de la experiencia no más fuerte y mejor, sino peor? ¿Cómo puede dar la conferencia, como puede plantear esa pregunta si Paul West en persona está sentado entre el público? Parecerá un ataque, un ataque presuntuoso, gratuito y sobre todo personal a un colega escritor. ¿Quién va a creer la verdad? La verdad es que nunca ha tratado para nada con Paul West, no lo conoce y solamente ha leído uno de sus libros. ¿Qué puede hacer?
De las veinte páginas de su texto, la mitad están dedicadas al libro sobre Von Stauffenberg. Con suerte, el libro no estará traducido al holandés. Con muchísima suerte, nadie en el público lo habrá leído. Podría quitar el nombre de West, referirse a él solamente como «el autor de cierto libro sobre el período nazi». Podría incluso presentar el libro como hipotético: una novela hipotética sobre los nazis, cuya escritura hubiera dejado una cicatriz en el alma de su hipotético autor. En ese caso nadie se enteraría, salvo, por supuesto, el propio West, si está presente, si se molesta en acudir a la charla de la mujer australiana.
Son las cuatro de la tarde. Normalmente, en los vuelos largos duerme a rachas. Pero en este último vuelo ha experimentado con una pastilla nueva y parece haber funcionado. Se siente bien y con ganas de ponerse a trabajar. Tiene tiempo suficiente para reescribir la charla, para sacar a Paul West y a su novela y ponerlos solamente de fondo, dejando la tesis a la vista, la tesis de que la escritura en sí, como forma de aventura moral, tiene el potencial de resultar peligrosa. Pero ¿qué clase de charla va a ser… una tesis sin ejemplos?
¿Hay alguien a quien pueda poner en el lugar de Paul West? ¿A Céline, por ejemplo? Una de las novelas de Céline, no se acuerda del título, flirtea con el sadismo, el fascismo y el antisemitismo. La leyó hace muchos años. ¿Puede hacerse con un ejemplar, preferiblemente no en holandés, y meter a Céline en la conferencia?
Pero Paul West no es como Céline, no se le parece en nada. Flirtear con el sadismo es exactamente lo que West no hace. Además, su libro apenas menciona a los judíos. Los horrores que desvela son sui generis. Esa debió de ser su apuesta consigo mismo: centrar su historia en torno a un puñado de oficiales de carrera alemanes farfullantes e incapacitados por su propia educación para la conjura y para llevar a cabo un asesinato, contar la historia de su ineptitud y de sus consecuencias de principio a fin y dejarlo a uno sintiendo, con sorpresa, piedad auténtica y terror auténtico.
Tiempo atrás habría dicho: Salve a un escritor que emprenda la tarea de desarrollar una historia así hasta sus rincones más oscuros. Ahora ya no está segura. Eso es lo que parece haber cambiado en ella. En cualquier caso, Céline no es así, Céline no funcionaría.
En la cubierta de una barcaza amarrada delante de ella hay dos parejas sentadas a una mesa, charlando y bebiendo cerveza. Los ciclistas pasan a su lado. Una tarde normal de un día normal en Holanda. Después de viajar durante miles de kilómetros para bañarse en esta variedad concreta de la normalidad, ¿debe renunciar a ella para encerrarse en una habitación de hotel y pelearse con el texto de una conferencia que nadie recordará al cabo de una semana? ¿Y para qué? ¿Para evitar avergonzar a un hombre al que no conoce? En el esquema más amplio de las cosas, ¿qué importa un momento de vergüenza? No sabe qué edad tiene Paul West… La solapa de su libro no lo dice, la foto puede ser antigua, pero está segura de que no es joven. ¿No es posible que tanto él como ella, de formas distintas, sean lo bastante mayores para estar por encima de la vergüenza?
Cuando vuelve al hotel le dan el recado de que llame a Henk Badings, el hombre de la Universidad Libre con el que ha estado manteniendo correspondencia. Badings le pregunta si ha tenido un buen vuelo. Si tiene un alojamiento cómodo. Si quiere cenar con él y con un par de invitados más. Gracias, dice ella, pero no: prefiere acostarse temprano. Hace una pausa y luego formula su pregunta. ¿Ha llegado ya a Amsterdam el novelista Paul West? Sí, responde Badings: no solamente ha llegado, sino que a ella le gustará saber que está alojado en su mismo hotel.
Si necesitaba algo para espolearla, es eso. Es inaceptable que Paul West se vaya a encontrar alojado con una mujer que despotrica contra él en público y lo acusa de ser una víctima de Satanás. Tiene que sacarlo de la conferencia o retirarse, no hay más que hablar.