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– Me gustaría besarte si pudiera.

– Pero no puedes.

Chase levantó la otra mano, pero tampoco la tocó.

– Me gustaría sostener tu preciosa cara entre mis manos, así, y llevar mi boca a la tuya. Tú tendrías un sabor dulce y cálido.

Natalie se echó a temblar. Instintivamente llevó la cara hacia sus manos, pero él las apartó. Entonces, se acercó a ella hasta que sus labios casi se rozaron y ella pudo sentir su aliento en ellos.

– Y mientras te besara, apretaría tu cuerpo contra mí porque te amoldarías perfectamente, porque cada curva está hecha para mí.

– Chase, por favor.

– Y después de que hubiera conocido todo tu cuerpo de memoria, te haría el amor. Nosotros sí seríamos perfectos, Natalie.

Natalie levantó la mano para ponérsela en los labios, para evitar que siguiera volviéndola loca con aquellas palabras. Pero, una vez más, Chase se apartó. Ella pudo ver su perfil contra las luces de la calle, tenía una expresión gélida y distante, absolutamente controlada.

Natalie dejó caer la mano y cerro los ojos.

– Me gustaría ser un poco más como tú, más impulsiva, más impetuosa. Subiríamos a mi habitación y haríamos el amor, pero no soy así, Chase.

– ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo vas a saberlo alguna vez si te conformas con la vida que tú misma has fabricado?

– Tú no lo comprendes. Hay planes, invitaciones a la boda y regalos. Es demasiado tarde.

– Nunca es demasiado tarde. Tienes el resto de la vida por delante, Natalie. ¿Estás dispuesta a malgastarla con un hombre al que no amas?

Lágrimas de frustración pugnaban por brotar de sus ojos y ella las contuvo con todas sus fuerzas. Quería chillarle, abofetear su cara y gritarle que sí quería a Edward, pero hacía demasiado tiempo que conocía una verdad que había preferido ignorar. Su única esperanza era que, con el tiempo, pudiera llegar a querer a su esposo.

Chase sacó del bolsillo una tarjeta y se la puso en la mano.

– Si alguna vez necesitas algo, quiero que me llames sea de día o de noche. Te prometo que vendré, Natalie. En cualquier momento, esté donde esté. Sólo tienes que llamarme.

Con un suspiro trémulo, Natalie se guardó la tarjeta en un bolsillo de la chaqueta.

– Adiós Chase.

Abrió la puerta con una mano temblorosa, pero cuando consiguió llegar a la seguridad de su casa, todo el mundo comenzó a trepidar.

– Sácatelo de la cabeza -murmuró-. Has tomado tu decisión y no hay forma de echarse atrás.

Capítulo 4

La casa estaba a oscuras, excepto la luz que alumbraba en un balcón del segundo piso. Chase se subió el cuello de la chaqueta, hacía tres noches que se quedaba allí, mirando hacia la ventana de Natalie hasta que la luz se apagaba.

No había podido soportar la idea de mantenerse lejos de ella. ¿Por qué no podía olvidarla con la misma facilidad con que ella lo había olvidado? Por mucho que ella dijera, había en Chase un instinto oscuro que lo impulsaba a impedir que se casara con su prometido. Si se hubieran conocido en otra época, en otro lugar, la habría cortejado despacio, dejando que el amor se desarrollara a su propio ritmo. Pero el reloj corría y cada minuto que pasaba los arrastraba a un acontecimiento irreversible, su matrimonio con Edward.

Chase se pasó una mano por el pelo y se apoyó contra su coche. ¿Qué podía ofrecerle él que Edward no pudiera? Chase había pasado la vida evitando responsabilidades. Quizá si aceptara un trabajo fijo, empezara a ingresar dinero en el banco y se comprara unos cuantos trajes de ejecutivo, podría tener una posibilidad. Pero la idea de pasar el resto de sus días en un despacho de las Donnelly Enterprises ponía un sabor amargo en su boca.

De todas maneras, los rumores eran difíciles de superar y dudaba que le dieran una oportunidad. Echó a andar hacia la puerta de la casa, no podía marcharse sin intentar verla una vez más. En el último momento trepó a un roble cuyas ramas casi rozaban la ventana de Natalie.

Cuando estuvo al nivel de su habitación, lanzó una bellota contra el cristal. Lanzó tres bellotas más antes de ver su silueta contra los visillos. Las cortinas se abrieron y Natalie escudriñó la oscuridad.

Tiró otro fruto para llamar su atención. La persiana se levantó y ella apareció frente a Chase.

– ¿Chase? -dijo con una voz suave en el viento helado, a pesar de lo cual, él sintió escalofríos de satisfacción-. ¿Que haces ahí?

– Tenemos que hablar.

– ¿Y por qué no has llamado al timbre?

– Porque sabía que, en cuanto abrieras la puerta, iba a tener que besarte. He estado pensando en ti, Natalie. La verdad es que no puedo dejar de pensar en ti.

– Pues tienes que hacerlo -dijo ella con un suspiro.

Chase se sentó a horcajadas sobre la rama y se arrastró hacia ella.

– Se me ha ocurrido hacer algunos cambios. Cosas como sentar la cabeza y tomarme la vida un poco más en serio.

Natalie sonrió con tristeza.

– Es curioso, porque yo he estado pensando que me he tomado la vida demasiado en serio. Quizá fueras tú quien tenía razón.

– Puedo cambiar, siempre que tuviera una razón lo suficientemente poderosa.

Natalie hizo un gesto negativo con la cabeza, el viento le enredó el pelo. Chase sintió que sus dedos se agarrotaban con el impulso de acariciar aquellos mechones sedosos.

– No quiero que cambies, Chase. Y menos por mí. Me he pasado la vida para ser la persona que soy. Edward me comprende y yo lo comprendo a él. No habrá sorpresas entre nosotros. Estaré bien, te lo prometo.

– ¿Qué sientes cuando besas a Edward? Cuando te acaricia, ¿hace que te hierva la sangre?

– La pasión no es lo único que hay en el matrimonio.

– Entonces, dime cómo te sientes cuando yo te toco. Sé sincera contigo misma.

– Yo… siento pesar. Remordimiento por haber traicionado la confianza de Edward. Contigo, quizá me habría convertido en una mujer distinta.

Chase siguió avanzando por la rama, acercándose lo bastante como para mirarla a los ojos.

– Creo que te quiero, Natalie.

Natalie se quedó estupefacta.

– Pero si ni siquiera me conoces.

– Lo único que sé es que no puedes casarte con él.

– Ya hemos hablado de esto, Chase.

Frustrado, Chase trató de seguir avanzando,

Abría la boca cuando sonó un crujido. La rama cedió y él cayó como un peso muerto sobre la hierba. Natalie gritó su nombre, pero lo único que él podía oír eran los desesperados intentos que hacía su propio cuerpo para respirar.

Cuando Natalie llegó a su lado, había conseguido respirar el aire frío de la noche unas cuantas veces.

– No te muevas. ¿Dónde te duele? ¿Notas si tienes algo roto?

Chase gimió al sentir que ella le pasaba las manos por todo el cuerpo. Gruñó y trató de ignorar la marea de deseo que lo inundaba. Natalie no sabía qué le estaba haciendo y tampoco sabía lo que él hubiera querido hacerle a ella.

– Estoy bien.

Chase la sujetó por la cintura y la hizo caer al suelo a su lado, la cubrió con su propio cuerpo mientras le sujetaba los brazos por encima de la cabeza. Ella empezó a debatirse, pero sus movimientos se hicieron menos inconscientes y más deliberados con cada segundo que pasaba.

– Suéltame -murmuró Natalie.

Arqueaba su cuerpo contra él, volviéndolo loco. Chase le rozó la boca con los labios.

– ¿De verdad quieres que te suelte?

Natalie entreabrió los labios, jadeaba. Chase podía oír el martilleo de su propio pulso y luchó por dominarse. Si ella le hubiera dado una señal, el menor gesto, la hubiera poseído allí, en el césped, pero un haz de luz contra la casa llamó su atención.

Un coche de policía pasaba lentamente por la calle. Gruñó y arrastró a Natalie tras la sombra de unos arbustos. Ella comenzó a quitarse las hojas secas del camisón. Chase aprovechó que estaba detrás para deleitarse con la silueta de su desnudez contra el haz de la linterna que los buscaba. Chase tuvo que reírse cuando ella saludó al coche patrulla.