– ¿Qué?
– He decidido que no puedo casarme con Edward. Lo he llamado y he cancelado la boda.
– ¿Cuándo lo has decidido?
– Bueno, hace unos minutos. Me di cuenta de repente de que no puedo casarme con él. Todos estos preparativos han sido para nada.
– ¿De modo que piensas encerrarte en el aseo hasta que todas las arpías se vayan a casa y la señora Jennings a la cama? ¿O tienes pensado dejar caer la bomba antes de marcharte?
– He llamado a Chase. Vendrá a recogerme dentro de un momento.
– ¿Chase Donnelly? ¿Te vas a ir de aquí con él?
– Si es que puedo salir de una pieza. Necesito que vuelvas al salón y las distraigas, sobre todo a la señora Jennings. No quiero tener que enfrentarme a ella, aún no. Chase llegará en cualquier momento -dijo, volviendo a mirar el reloj-. Anda, ve. No te preocupes por mí.
Lydia se echó a reír.
– No puedo creerlo, Nat. Suspendes tu boda y te vas con un hombre al que apenas conoces -dijo abrazándola-. ¡Ah, qué orgullosa me siento de ti!
– Anda, haz lo que hemos acordado. Yo te llamaré mañana.
Lydia salió y Natalie esperó algunos minutos más antes de abrir el ventanuco encima del inodoro. Sin embargo, calculó mal sus posibilidades porque llegó el momento, justo cuando se encontraba a la mitad, en que no pudo ir ni hacia delante ni hacia atrás.
– ¿Natalie? ¿Estás ahí dentro?
La voz de la señora Jennings resonó por el pasillo. Natalie hizo una mueca cuando oyó que la puerta del aseo se abría.
– ¡Por Dios, Natalie! ¿Qué estás haciendo ahí?
Natalie se quedó helada. Estaba atrapada. ¡No!
Sintió que la señora Jennings le tiraba de las piernas y la metía poco a poco en el baño.
– Explícate -exigió la madre de Edward-.¿Qué clase de comportamiento es éste?
Natalie se alisó el traje de chaqueta y echó a andar hacia la puerta procurando esquivar la considerable mole de la señora Jennings.
– Creo que debería llamar a Edward. Él se lo puede explicar.
– ¿Explicar? ¿Qué ha de explicarme?
– Que… acabo de romper nuestro compromiso. No puedo casarme con su hijo.
La señora Jennings la siguió por el pasillo, su cara sonrosada congestionada de ira.
– Querida, ¡no hablarás en serio! Falta una semana para la boda, hay que pensar en los invitados, en los regalos, ¡en mi reputación!
Natalie se encaró con ella, las manos en las caderas.
– Podemos llamar a los invitados y devolver los regalos. Sencillamente, no soy capaz de casarme.
La señora Jennings la sujetó del brazo, le clavó los dedos con tanta fuerza que a Natalie se le saltaron las lágrimas.
– Escúchame bien. Ni vas a avergonzar a mi familia ni a humillar a mi hijo.
– ¡Precisamente lo hago por su hijo! No lo quiero, nunca lo he querido y no estoy segura de poder quererlo algún día. Es un buen hombre y ya encontrará otra esposa buena y que sea de confianza. Pero Edward y yo no estamos hechos el uno para el otro.
– ¡Desde luego que te casarás con mi hijo! -la amenazó la señora Jennings-. No quiero oír más excusas.
Natalie estaba segura de que iba a darle dos bofetadas, pero la salvó el timbre de la puerta. Con un gruñido, soltó a Natalie, colocó una sonrisa momificada en sus labios y fue a abrir. Parpadeó confusa cuando vio a Chase en la puerta.
– ¿Quién eres tú?
– He venido a recoger a Natalie -dijo Chase. Entonces la vio y, sin hacer caso de la señora Jennings, pasó a la casa y tomó a Natalie de la mano-. ¿Estás bien?
– Y lista para marcharnos.
Chase la llevó a la puerta sin perder de vista a la señora Jennings, que parecía a punto de explotar.
– Parece enfadada -masculló él-. ¿Quién es?
– La madre de Edward. Vamos, sácame de aquí.
Chase le puso una mano bajo la barbilla.
– Cariño, te llevaré donde tú quieras.
Cuando cerraron la puerta a sus espaldas, el grito agudo de la señora Jennings se elevó en el aire.
– ¿Cariño? ¿Te ha llamado cariño? ¡Ven aquí, zorra impertinente!
Entonces Natalie oyó la risa cálida de Chase y supo que todo iba a ir bien. Mientras que él estuviera a su lado no habría nada que ella no pudiera conquistar.
Capítulo 5
Lo neumáticos del Speedster chirriaron cuando Chase arrancó. Miró un momento a Natalie, vio que estaba pálida y empezó a darle masajes en el cuello.
– Respira hondo y seguido. Ya verás como te sientes mejor. ¿Qué ha pasado ahí?
Primero, Natalie siguió sus instrucciones. Cuando comenzó a hablar, aún le temblaba la voz.
– Pues que lo he llamado para decirle que no podía casarme con él. ¡Jamás había hecho una cosa así!
Chase dio un volantazo a la derecha y hundió el pie en los frenos hasta detenerse patinando. Hizo que Natalie lo mirara a la cara.
– ¿Ya no estás prometida?
Natalie sacudió la cabeza, los ojos atónitos.
Con un gruñido, Chase la estrechó entre sus brazos y la besó larga y profundamente. Tras la sorpresa inicial, ella le respondió con la misma fogosidad, sus labios se suavizaron e hinchieron. Era maravilloso dejarse llevar por aquella dulzura.
Chase había estado a punto de volverse loco. Incluso había hecho planes para navegar con el Summer Day lejos de Natalie y de sus recuerdos.
Ahora, tomó su rostro entre las manos y descargó sobre ella una lluvia de besos.
– Gracias por venir a rescatarme.
– De nada, cuando tú quieras, cariño.
Natalie se sonrojó.
– Me gusta que me llames cariño.
– Pues bien, cariño. ¿Dónde quieres que te lleve? Esta es tu escapada, tuyo es el plan.
Natalie parpadeó.
– No estoy segura de que tenga un plan.
Además, supongo que me he quedado sin casa. No puedo vivir en Birch Street. Mi hermana tiene un estudio minúsculo, de modo que tendré que buscar un hotel.
– Antes volveremos a tu casa y recogeremos tus cosas.
– No quiero volver allí -dijo ella.
Chase le tomó la mano y se la llevó a los labios.
– No te preocupes, yo estoy contigo.
– ¿Qué crees que pasará cuando Edward vuelva? ¿Crees que se pondrá furioso? Acaba de colgarme el teléfono.
– ¿A qué te refieres?
– Que ni siquiera ha discutido, ni me ha dicho que me quería. En realidad, ni siquiera estaba enfadado, sólo me ha colgado.
– Cualquier hombre que te deje ir con tanta facilidad no te merece.
– No quería herirlo. Chase. Esto no es culpa suya. ¿Crees que me perdonará algún día?
Chase deseó que hubiera un modo de calmar sus miedos y borrar los remordimientos. Había estado con Edward casi toda su vida adulta y, tanto si se querían como si no, era verdad que compartían un afecto y unos vínculos que los habían llevado a hacer planes para casarse. Maldijo en silencio.
Esto era lo que él deseaba. Pero, ¿y si Natalie se arrepentía de haber tomado aquella decisión? ¿Iba a ser capaz él de hacerla feliz por el resto de su vida? No, si no lo intentaba. Y estaba dispuesto a intentarlo con todas sus fuerzas.
– A mí me parece que, si le das tiempo, Edward acabará dándose cuenta de que sólo querías su felicidad.
– Yo sí que me siento feliz ahora -dijo ella-. Y asustada. Y aliviada.
Cuando estaban ante la puerta del caserón, Natalie se detuvo y sacudió la cabeza.
– No quiero entrar ahí. ¿Por qué no nos vamos? Puedo comprar la ropa que me haga falta.
Chase la abrazó y la besó en la cabeza.
– Vamos a hacer una cosa, quédate aquí fuera mientras entro yo. Sólo será un momento.
Natalie asintió. Chase tomó las llaves y entró en la casa. Encontró una maleta bajo la cama y comenzó a llenarla con todo lo que pensaba que podía necesitar. Cuando bajó, se encontró a Natalie en la puerta.
– Nunca me gustó esta casa, me producía una sensación de frialdad y vacío. Es demasiado pretenciosa. Creo que nunca me habría parecido mi hogar.