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– Ven conmigo -dijo él-. Salgamos de aquí. Voy a llevarte a casa. A mi casa de Sand Harbor. Puedes quedarte conmigo hasta que decidas lo que quieres hacer.

Natalie le puso una mano en el hombro.

– Hay una cosa más.

Chase miró mientras ella se sacaba el anillo de diamantes del dedo. Después se lo entregó.

– ¿Quieres dejarlo en la consola, bajo el espejo? Edward siempre deja sus llaves ahí, seguro que lo encuentra. Quizá pueda devolverlo o venderlo… O regalárselo a otra.

Chase hizo lo que le pedía pensando que había logrado su propósito: había conseguido que Natalie dejara a su prometido. Respiró profundamente y vio que ella miraba a su alrededor.

– Creo que ahora no hay vuelta atrás -dijo.

– No, no hay vuelta atrás -repitió él.

Con cada milla que avanzaban, la vida que Natalie había llevado en Birch Street parecía perderse en la distancia. La tarde era soleada y Chase bajó la capota del Porsche para ver cómo el viento jugaba con sus cabellos y ponía color en sus mejillas.

Natalie sentía que se había quitado un peso de encima, se sentía libre, como si su vida con Edward nunca hubiera existido. En el pasado, había elegido la seguridad, el camino más trillado, pero algo había sucedido en el aseo de los Jennings. Un nuevo camino había aparecido en el horizonte y ella quería seguirlo.

Tampoco estaba segura de lo que iba a pasar entre Chase y ella, pero quería averiguarlo. Él no le había prometido nada excepto una pasión desenfrenada y un amor incuestionable. Por ahora le bastaba. La prueba vendría después. Al fin y al cabo, Chase era su destino, ¿no?

– Ya hemos llegado. No sé cómo estará por dentro. Hace tiempo que no viene la señora de la limpieza. Espero que no te importe que haya un poco de polvo.

Una estrecha senda de adoquines llevaba a una casa que podía haber cabido en un rincón de el caserón de Birch Street. No estaba cerrada, como podría esperarse de un Donnelly. Estaba construida en madera que los años habían curtido. Un amplio porche se abría en toda la amplitud de la fachada, una franja azul proporcionaba un contraste agudo con los muros grises. Un jardín a ambos lados de los escalones de la entrada esperaba a que lo plantaran con flores de primavera. La casa estaba a unas pocas manzanas del mar, que llenaba el aire con su olor salino.

Era la casa que ella siempre había imaginado en sus sueños de finales felices.

– Es perfecta -dijo en voz alta.

– A mí me gusta, no necesito una más grande.

Cuando entraron, Natalie se tomó su tiempo para observar los detalles del interior. Los muebles eran cómodos, las alfombras estaban muy usadas, la cama era enorme… Natalie se volvió hacia él con una sonrisa en los labios.

– Yo… No puedo creer que haya roto mi compromiso.

– Ya no estás prometida -dijo él en un murmullo.

– ¡No, no estoy prometida!

Se quedaron mirando. Entonces, sin siquiera parpadear, Chase dejó las cosas en el suelo y se plantó junto a ella en tres zancadas. Natalie salió a su encuentro y se lanzó a sus brazos buscando su boca con el deseo que por tanto tiempo habían negado. El contacto fue como un chispazo eléctrico, instantáneo, apabullándola en su inmensidad. Chase la levantó del suelo y la abrazó fieramente, antes de dejar que resbalara sobre él hasta que sus pies volvieron a tocar el suelo.

Sin romper el beso, Chase se quitó la cazadora con manos torpes. Natalie se retorcía bajo sus manos. Unos dedos frenéticos luchaban contra botones, cremalleras y hebillas mientras se desnudaban el uno al otro. Momentos después, ella sólo llevaba puestas unas braguitas de seda y una camisola. Chase llevaba los vaqueros, con el primer botón abierto.

Natalie había pasado miedo con aquel deseo irresistible que parecía tragársela en el momento en que los labios de Chase la tocaban. Tenía el poder de quebrar sus inhibiciones hasta que nada se interponía entre ellos. Con Chase, ella carecía de pasado. Parecía que todo lo experimentaba por primera vez.

– Yo… no soy muy experta… -dijo ella, con un temblor en la voz.

Chase la miró a los ojos mientras le acariciaba el pelo. Luego la besó suavemente y sonrió.

– Lo que ocurre es que no has estado con el hombre adecuado.

– ¿Y ése eres tú?

Chase la sujetó por la cintura y tiró de la camisola hasta que sus labios se encontraron y pudo apretar el bulto de la erección contra su estómago a través de las barreras de los vaqueros y las braguitas.

– Cariño, de ahora en adelante, soy el único hombre.

Una risilla se escapó de la garganta de Natalie, que apoyó la cara contra su pecho desnudo.

– Entonces, ¿por dónde empezamos?

– Primero nos libraremos del resto de la ropa.

– ¿Aquí? -dijo ella, mirando a su alrededor.

– Empezaremos aquí.

Chase le sacó la camisola por los hombros.

Natalie sintió el roce de la tela sobre sus senos. Instintivamente, levantó las manos para cubrirse, pero Chase la sujetó por las muñecas. Suavemente, le bajó los brazos, negándose a aceptar su cohibición. La camisola cayó entre las demás prendas.

– Ahora te toca a ti.

Natalie respiró profundamente e intentó calmarse. ¿Y si hacía algo mal? Nunca había sido una participante activa en aquel juego en particular. Tampoco había hecho el amor a plena luz del día y fuera de los límites de un dormitorio.

Le puso las manos en la cintura de los pantalones y le bajó la cremallera. Al hacerlo, le rozó el miembro enhiesto y oyó que Chase gemía. Impaciente, Chase se bajó los pantalones al mismo tiempo que se quitaba los zapatos y los calcetines.

Tenía un cuerpo espléndido, musculoso y firme y una piel bronceada. Se quedó en calzoncillos y Natalie siguió la suave línea de vello quemado por el sol y que iba desde las clavículas a la descarada evidencia de su deseo.

Envalentonada, lo tocó, ligeramente, por encima de aquel tejido suave. Había poder en lo que ella hacía, porque la respiración de Chase se aceleró y echó la cabeza hacia atrás mientras una mezcla de dolor y placer se apoderaba de su hermoso rostro.

De repente, contuvo el aliento y volvió a sujetarle la mano. Chase se la llevó a los labios y le besó la palma, una indicación muda de que había llegado su turno de atormentarla. Con una ternura exquisita, exploró el cuerpo de Nat con la boca. Ella sintió que la cabeza le daba vueltas, que las piernas se negaban a sostenerla con cada punto nuevo que él descubría. Y entonces la boca desapareció, se encontraba en sus brazos y Chase la llevaba al dormitorio.

Quería detenerle, decirlo que aún no estaba preparada, pero su cuerpo la traicionaba. Quería algo más, algo que no alcanzaba a describir. Estaba muy cerca, retorciéndose en sus entrañas con insoportable anticipación. Y ella sabía que sólo Chase podía satisfacerla ahora.

Cayeron enredados en la cama, un desorden de sábanas arrugadas, almohadas y un ligero aroma a loción de afeitar. Chase la estrechó contra sí, deslizando la mano por su vientre hasta que llegó a las bragas.

Natalie sabía que su alivio se escondía allí, bajo su mano, y arqueó el cuerpo hacia arriba, decidiendo seguir a sus instintos, a su cuerpo que necesitaba más. Chase encontró su lugar más húmedo con los dedos y empezó a acariciarla. El deseo hizo que gritara cuando la tensión fue excesiva, se le escapó el nombre de Chase de los labios, una y otra vez, en una suplica dulce.

Y entonces Natalie contuvo el aliento y se puso rígida. De repente estaba allí… rompiéndose, cayendo, ahogándose con oleada tras oleada de puro placer que traspasaba sus nervios, sus venas. Se suponía que no era tan increíblemente bueno, insoportablemente perfecto. Pero así era y eso sólo hizo que deseara más. Cuando su pulso y su respiración se hubieron calmado, se puso de rodillas y miró a Chase, su hermoso cuerpo tumbado. Le pasó la palma de la mano por el pecho, deleitada al darse cuenta de que podía hacerlo sin titubear. En aquel instante, él le pertenecía por completo. Y ella le quería en cuerpo y alma.