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Pero ¿cuánto era realidad y cuánto sólo fantasía? ¿Acaso Natalie siempre había estado en su subconsciente, esperando el momento de salir a la superficie? Se apretó la frente con la mano.

– ¿Eso que llevas puesto es una sábana?

Chase abrió los ojos y, para su asombro, vio que era su abuela la que lo miraba desde los escalones del porche.

– ¡Nana Tonya! ¿Qué haces aquí?

– ¿Evitar que te arresten por indecencia pública, quizá?

Chase sonrió avergonzado y se subió la sábana que había empezado a resbalar por sus caderas.

– Lo siento. Estaba…

– ¿En la cama? ¿A mediodía?

– No hagas preguntas. No me gustaría explicarle a mi abuela mi vida sexual. Además, eres tú la que tienes que dar explicaciones.

– ¿Yo?

– ¿Por qué no entramos? Así me dices a qué has venido. Y no quiero oír que has tenido otra de tus visiones.

Nana entró en la casa y se quitó los guantes con gestos impacientes.

– Estoy aquí porque me invitaste a cenar contigo. ¿Y cómo me recibes? Llego y me encuentro con que has estado… haciendo un poco el salvaje, ¿no es así como lo decís?

Chase no pudo contenerse y se echó a reír, no sólo por los comentarios, sino por el gracejo con que los pronunciaba.

– Será mejor que no digas una palabra, Nana. Todo esto ha sido por tu culpa.

– ¿Tu vida sexual es culpa mía? Vaya, eso sí que es nuevo para mí.

– Me refiero al sueño. ¿Recuerdas la visión que tuviste? Esa misma noche, la de tu fiesta de cumpleaños, soñé con una mujer preciosa. Y, al día siguiente, me tropecé cara a cara con ella.

Nana Tonya se llevó una mano al corazón.

– ¿De verdad? ¿Has conocido a la mujer con quien vas a casarte?

– Yo creía que sí. ¡Demonios! Incluso he sido responsable de que rompiera su compromiso con otro hombre. Pero entonces, justo antes de que tú llegaras, todo se ha fastidiado. El destino es una patraña.

Nana avanzó y estiró el cuello para echar un vistazo al dormitorio.

– ¿Ella sigue ahí?

– No, se ha ido a dar un paseo. Mira, acabamos de descubrir que no apareció en mi sueño por las buenas. La había visto antes, al menos en fotografía, en el boletín de la empresa.

– ¿Y cuál es el problema?

– Porque eso significa que el destino no tuvo nada que ver con mi sueño.

Nana movió la mano y chasqueó la lengua.

– Pero tú la quieres, ¿no?

Chase le había dicho esas palabras impulsivamente a Natalie unos momentos antes para luego ponerlas en duda. Sin embargo, nunca había analizado la verdadera profundidad de sus sentimientos.

Tras un momento de reflexión, encontró su respuesta.

– Sí, la quiero. Me enamoré de ella en el momento en que la vi.

Nana se acercó a él y le clavó un dedo en el pecho.

– Entonces, ¿a qué vienen tantas dudas? Tú amas a esa mujer y yo diría que ella siente algo por ti. ¿Qué haces aquí, hablando con tu abuela cuando deberías estar buscándola?

Chase la miró y sacudió la cabeza con una risa irónica. Nana tenía un talento infalible para ir directa al grano. La besó en la frente y le dio una palmadita en la mejilla.

– Creo que es eso exactamente lo que voy a hacer.

Capítulo 6

La había encontrado aquel mismo día, en un banco desde el que se dominaba el puerto y hablaron. Pero, al final, ella no pudo creer que nada había cambiado entre ellos. Chase acabó llevándola, a ella y a su equipaje, a casa de su hermana.

Natalie se asombraba de que él no se diera cuenta de que todo había cambiado. Ella había depositado su confianza en el destino, en el sueño en que los dos habían creído. Había dejado a un lado el sentido común y la lógica, dos rasgos de su carácter en los que se había apoyado desde siempre. Natalie Hillyard no corría riesgos, no actuaba impetuosa ni irracionalmente. Y, por supuesto, no se enamoraba de un hombre al que apenas conocía.

Natalie contempló por la ventana de su oficina las luces nocturnas de la ciudad bajo una llovizna monótona. Allí la había llevado su impetuosidad. No tenía a Edward y no quería saber nada de Chase. De nuevo estaba sola, abandonada, exactamente igual que veinte años antes, más lejos que nunca de encontrar la seguridad y la familia que siempre había anhelado.

La había encontrado, brevemente, con Edward, sólo que ella no lo amaba. Y la había vuelto a encontrar con Chase, sólo que no había confiado en él.

Cerró sus ojos cansados y se masajeó la frente. Esperaba poder ocupar su mente con trabajo, pero sus pensamientos volvían a Chase y a la sombra de duda que había visto en sus ojos, a sus inquietos intentos de calmar sus temores. Si él no estaba seguro, ¿cómo quería que lo estuviera ella?

Suspiró frustrada y fue a ponerse el abrigo. Aunque no quería volver a la diminuta casa de Lydia, a las miradas de curiosidad y los comentarios de su hermana, tampoco podía quedarse más tiempo en la oficina. Apagó la luz y cruzó el vestíbulo oscuro hacia el ascensor.

– Trabajas mucho.

Natalie se sobresaltó y tuvo que llevarse la mano al pecho. Una anciana se sentaba recatadamente en una de las sillas de espera. Se levantó despacio, apoyándose pesadamente en el bastón y entonces levantó una mano.

– Siento haberte asustado -dijo con un acento que a Natalie no le resultaba familiar-. Pero necesitaba hablar contigo.

Natalie miró a su alrededor, preguntándose cómo había conseguido llegar allí aquella mujer.

– La verdad es que ya me iba a casa. Si tiene algo que tratar con la empresa, puede concertar una cita durante las horas de trabajo.

– He venido para verte a ti, señorita Hillyard.

– ¿Cómo conoce mi nombre?

– Soy Antonia Donnelly, aunque quizá hayas oído hablar de Nana Tonya.

Natalie ahogó una exclamación. Antonia Donnelly era la mayor accionista del clan. Nana Tonya, la abuela de sangre gitana de Chase. Hasta eses momento, Natalie no se había dado cuenta de que se trataba de la misma persona.

– Señora Donnelly, es un placer conocerla. ¿Qué puedo hacer por usted?

– Esperaba que tuviéramos la oportunidad de hablar, mi coche espera abajo. ¿Puedo llevarla a su casa?

– Por supuesto. Ahora estoy con mi hermana -dijo mientras entraban en el ascensor-. Vive cerca de la universidad. No está lejos de aquí.

– En este ascensor fue donde conociste a Chase, ¿verdad?

Natalie la miró asombrada de sus poderes psíquicos. Antonia se echó a reír.

– No me mires así. Chase me lo ha contado. Sólo hay otro ascensor más, tenía un cincuenta por ciento de posibilidades.

– Chase me dicho que usted… tenía visiones.

– ¡Hum! Yo le dije que soñaría con la mujer con quien iba a casarse y él soñó contigo. Ahora tú eres desgraciada.

– Chase ya había visto mi foto, por eso soñó conmigo. No hay nada mágico en eso.

– Eso no tiene importancia -dijo Antonia-. Lo importante es que soñó contigo, mi visión sigue siendo acertada. Mira, raramente me equivoco.

– ¿Raramente?

La anciana le dio unas palmaditas en el brazo.

– Con las elecciones presidenciales y las finales de fútbol, perece que no les pillo el tranquillo. Pero soy bastante buena con los caballos, según dice mi nieto.

El guardia de seguridad las saludó en el vestíbulo de la planta baja. Fuera, el chofer las esperaba con el paraguas preparado para llevarlas al coche.

– Ven -dijo Antonia-. Te llevaré donde tú digas. Pero antes vamos a tomar un té.

Cuando el coche arrancó, Antonia comenzó a quitarse los guantes.

– Estaba deseando hablar contigo. Después de mi visión, siento curiosidad.

– Señora Donnelly, la verdad es que no creo que…

– ¿No crees en mis visiones? Chase ya me lo ha dicho. Pero, aun así, es importante que hable contigo. Esta tarde, estaba regando mis plantas y contemplando una violeta africana de aspecto muy triste, cuando te vi a ti. Dormías en el sofá de un piso diminuto.