– He estado esperando que me llamaras. ¡Maldita sea! ¿Tienes idea de lo preocupado que estaba?
Natalie miró a Edward y a su madre y Chase se dio cuenta de que no estaban solos en su despacho.
– ¿Qué hacen ellos aquí?
– Hablábamos de la boda -dijo Natalie.
– ¿Qué boda? -preguntó Chase.
– Edward, señora Jennings, gracias por venir a verme y por vuestra comprensión. Sin embargo, necesito hablar con Chase a solas. ¿Queréis disculparnos?
La señora Jennings le lanzó una mirada asesina mientras Edward se limitó a levantar la nariz con desagrado. Parecía que Chase iba a darle un puñetazo, pero pudo controlarse.
Cuando se quedaron solos, Chase se volvió hacia ella.
– ¿Ese era Edward? ¿Ese era el hombre con el que ibas a casarte? ¿Con ese engreído pomposo? Por Dios, Natalie, ¿qué ves en él?
– Edward y yo nos respetamos mutuamente. Hacemos mejor pareja que tú y yo.
– Eso no es verdad.
– Edward me ha perdonado por mi… No sé cómo llamarlo, ¿aventurilla de un día? Resulta que él se echa parte de la culpa de mis inseguridades. Y ahora que hemos aclarado las cosas, vamos a continuar con nuestras vidas como si nada hubiera sucedido.
– Pero es que sí ha sucedido algo, Natalie. Tú y yo nos hemos enamorado.
– No, eso fue un capricho momentáneo. Y sólo ocurrió porque yo pensaba que tú y yo estábamos destinados a vivir juntos.
– Yo lo sigo creyendo -dijo él-. Quiero que te cases conmigo.
– Yo… no puedo. Me voy a casar con Edward tal como habíamos planeado.
Chase maldijo, apartó a empujones las sillas y se acercó a ella. Puso las manos abiertas sobre la mesa del despacho mientras la miraba fijamente a los ojos.
– Dime que esto es una broma estúpida, Nat. Dime que no hablas en serio.
– Tu abuela vino a verme anoche. Tuvimos una conversación muy interesante. Cuando nos despedimos, me dijo que iba a soñar con mi boda. Y era verdad. Pero, ¿sabes quien me esperaba en el altar? ¡Edward!
Chase se echó a reír amargamente.
– ¿Estás dispuesta a creer en esa visión y no en lamía?
– Mi sueño tiene más sentido que el tuyo -contestó ella.
– Pero no se trata de sueños, ni de visiones ni del destino, ¿verdad? Todo se resume en una cosa, en que tienes miedo.
– No sé de qué hablas.
– Tienes miedo de quererme, por eso estás dispuesta a conformarte con un matrimonio sin amor. Tienes miedo de que si amas te abandonen, igual que tus padres te abandonaron.
– ¡Eso es ridículo! -exclamó ella, levantando la barbilla.
– No, es muy sencillo. Nat, tú no quieres dejarte a ti misma amarme porque tienes miedo de que pueda abandonarte.
– Yo… vuelvo con Edward. Voy a casarme con él y nada de lo que digas me hará cambiar de opinión.
Chase suspiró frustrado y bajó la cabeza. Natalie quiso acariciarle el pelo, pero él retrocedió.
– No -dijo en tono amenazante-. No pienso aceptarlo.
– ¿No lo comprendes, Chase? nada de esto debió pasar nunca. Nos lo pasamos maravillosamente, pero yo no soy la persona con la que estuviste. Esa era otra que fingía ser irresponsable e impetuosa.
– Eso no es verdad, Natalie. Cuando estábamos abrazados haciendo el amor, hacía el amor contigo. Con la mujer que eres de verdad. Me importa un rábano el sueño y puedo vivir con tus temores. La pura y simple verdad es que te quiero y quiero casarme contigo. Entre los dos podemos conseguirlo, te lo prometo.
– No nos conocemos, Chase.
– Lo suficiente como para que no pueda vivir sin ti.
– Sí que podrás. Y yo viviré sin ti -dijo Natalie mientras iba a la puerta y la abría-. He tomado mi decisión, nada de lo que digas puede cambiarla. Y ahora, vete.
– No nos hagas esto, Natalie.
– Por favor -dijo ella en un susurro-. Esto es lo que yo quiero.
Chase se pasó una mano por el pelo, maldijo entre dientes y echó a andar hacia ella. Natalie pensó que iba a marcharse sin pronunciar una sola palabra más. Pero al pasar por su lado, la tomó entre sus brazos y la besó en la boca con toda la frustración que sentía.
Las rodillas de Natalie se aflojaron y el deseo hirvió en sus entrañas, prendiendo fuego a sus nervios.
Le devolvió el beso, echándole los brazos al cuello mientras daba la bienvenida a su lengua. Y entonces, con la misma rapidez que la había abrazado, la apartó de sí y Natalie se encontró mirando a unos ojos fríos como el hielo.
– Recuerda este momento, cariño. Recuerda lo que te hago sentir. Y cuando estés junto a tu marido en la cama, una sombra desapasionada de la mujer que habrías podido ser, quizá te des cuenta del error que has cometido.
Entonces le dio a espalda y salió de su despacho y de su vida.
Capítulo 7
Natalie se acostó con el sonido de la lluvia y se despertó con él.
«Bien, aquí tenemos la tormenta del noreste de la que os hablábamos ayer -canturreó el locutor-. Los gurús del tiempo pronostican que vamos a seguir a remojo una temporada. Bueno, si no puedes soportar mi voz, prueba un poco de Eric Clapton en Let It Rain.
Natalie se restregó los ojos y apagó la radio. Entonces contempló el cielo raso de la casa de Birch Street. Llovía el día de su boda. Aunque no creía en augurios, esperaba que el tiempo le hubiera dado un respiro para empezar su vida de casada.
La señora Jennings estaría echando chispas. ¿Cómo se atrevía el tiempo a ensombrecer el gran día de su hijito? Con lo que la pobre mujer había soportado la semana anterior, a Natalie no le sorprendería que la tormenta supusiera lo último que su futura suegra podía soportar. Pasara lo que pasara, Natalie sabía que la señora Jennings acabaría encontrando una manera de cargar la culpa sobre Natalie.
Sólo eran las siete en punto. El peluquero llegaba a las diez Y sería el primero. Luego, a las doce, vendría su hermana para acompañarla a la iglesia en una limusina con chófer. Tenían que llegar allí a las doce cincuenta y cinco, o a la una como mucho. De repente, no tenía ganas de seguir las reglas. En realidad, empezaba a odiarlas.
«Sonríe, querida, y asegúrate de que hablas con todos los invitados. Las notas de agradecimiento has de mandarlas antes de una semana. Y levanta esa barbilla, ahora eres una Jennings.
Aún estaba a tiempo de llamar a Lydia y pedirle que se trajera el tinte de pelo morado. ¿Cómo le sentaría a la señora Jennings una buena mancha morada en el velo de Natalie? A Chase le habría encantado. Parecía deleitarse cada vez que ella demostraba el más leve signo de comportamiento impulsivo. Volvió a verlo tumbado en la cama, su cuerpo bronceado y musculoso al desnudo. Un escalofrío la traspasó y le oprimió la garganta.
Había sido tan maravilloso que, por mucho que lo intentara, no podía apartar de su mente los recuerdos de cuando habían hecho el amor. La acompañarían todos los días de su matrimonio con Edward. Pero Natalie confiaba en que el tiempo los atenuara.
Había tomado la decisión correcta, tampoco era la primera mujer que se casaba enamorada de otro hombre. Pero eso no significaba que no pudiera ser feliz en su matrimonio… Edward era un hombre estable en quien se podía confiar y había sido más que atento con su necesidades durante los últimos días. Además, se tomaba seriamente sus responsabilidades-. Natalie nunca tendría que preocuparse de que la abandonara.
No podía decir lo mismo de Chase. Había logrado que ella rompiera su compromiso con Edward. ¿Qué le garantizaba que en el futuro no iba a comportarse de la misma manera impulsiva con otra mujer? El amor estaba muy bien, pero no se puede confiar en él.
Decidida a no pensar más en él, salió de la cama y buscó algo en que entretenerse. Podía escribir las notas de agradecimiento, algo capaz de embotar el cerebro más privilegiado. Cuando bajaba las escaleras, llamaron al timbre y Natalie se quedó paralizada. Entonó una plegaria silenciosa para que no fuera la señora Jennings que hubiera decidido hacerle una visita sin avisar. Con un suspiro, fue abrir la puerta. Allí estaba la persona que menos esperaba ver el día de su boda, Chase.