—Te equivocas. Mi nombre es Freman.
Bruno suspiró.
—Trato de entender por qué te ocultas así de ella —insistió Bruno—. Tarde o temprano, Penelope te descubrirá. Es una mujer muy lista y observadora, y se dará cuenta de que el hombre esquivo que se oculta tras esa capucha eres tú. Su marido.
Ofuscado, Fenton se retiró un poco la oscura tela para dejar al descubierto su rostro y siseó con rabia:
—¡Soy un monstruo! ¿Es que no lo ves?
Bruno, que por primera vez pudo ver con claridad la cicatriz que le cruzaba el rostro, negó con la cabeza y repuso:
—Estás equivocado, amigo. No eres un monstruo.
—Pero ¿tú me has visto?
El guerrero asintió y, sin intimidarse por su fiera mirada, afirmó:
—Sí. Y eres Fenton Barmey.
—Ya no soy él…, no lo soy —musitó el hombre horrorizado al haber sido descubierto.
Acto seguido, se dispuso a levantarse, pero Bruno no lo dejó. Lo sujetó con fuerza y murmuró:
—Penelope te quiere y seguiría viéndote como la persona que siempre has sido para ella. ¿Por qué lo dudas? ¿Acaso no conoces a tu mujer? —Y, al ver como aquél volvía a taparse el rostro con premura, añadió—: Sólo necesitas un poco de seguridad en ti mismo para darte cuenta de ello y, sobre todo, que aceptes el hecho de que ella es tu destino.
Pero Fenton no pudo responder.
En ese momento, Tharisa, la enana azul que había estado esquivando a Bruno desde que lo había visto aparecer de la mano de Lidia, se acercó hasta él, pestañeó con coquetería y le entregó un bol de madera diciendo:
—Es sopita. Estoy segura de que te vendrá muy bien.
Bruno la miró y cogió el bol con una candorosa sonrisa.
—Gracias, Tharisa. Eres un encanto.
—Oh, guapo Pezzia, ¡no me digas eso, que me pongo tontorrona!
El aludido sonrió y, tras guiñarle un ojo, dijo:
—Si no te importa, Tharisa, le daré la sopa a Freman, seguro que a él le sienta mejor que a mí.
—¡No! ¡Ni hablar! —gritó la enana de pronto.
—¡¿No?! —repitió Bruno sorprendido y a la vez molesto.
Al darse cuenta de su contestación, Tharisa se retiró dos de sus cuatro pelos de la frente y, de nuevo con voz melodiosa tras mirar al hombre encapuchado, aclaró:
—Esta sopita es para ti, guapo Pezzia. Ahora mismo traeré otra para él.
Pero Fenton levantó una mano en el aire y replicó:
—No te molestes en traerla. No tengo apetito.
Tharisa sonrió y, mirando al objeto de su deseo, lo animó:
—Entonces, guapo Pezzia, ¡bebe tu sopita!
Bruno, que deseaba seguir hablando con Fenton, optó por beberse la sopa para que la enana se marchara y los dejara. Olía muy bien. Se acercó el bol a la boca y entonces, de pronto, alguien lo empujó y la sopa se derramó sobre él.
—¡Noooooooooooo! —gruñó Tharisa al ver aquello.
—¡Por Dios, cómo me he puesto! —se quejó Bruno poniéndose en pie.
—Uyyy, lo siento —se disculpó Risco, que lo había empujado a propósito.
Debía evitar que aquél bebiera el brebaje de la enana. No le cabía la menor duda de que ella buscaba algo más que un simple agradecimiento, y seguro que en la «sopita» había algún extraño condimento.
Al ver lo que Risco acababa de hacer, Tharisa clavó sus ojos saltones en él.
—¡Torpe! —Le soltó—. Enano torpe, burro, pánfilo, borrico y mendrugo, ¿has visto lo que has hecho?
Sentándose de nuevo, Bruno oyó a Risco responder:
—Sí, enana fea. Y por eso he pedido disculpas.
Abriendo los ojos desmesuradamente, Tharisa comenzó a dar saltos para darle un capón en la coronilla y, cuando por fin lo consiguió, le espetó:
—¿Me acabas de llamar fea?
Risco suspiró y asintió.
—Sí. Fea…, grotesca…, antiestética… Feota. Porque eso es lo que eres, ¡fea! Más fea que mi deforme dedo pequeño del pie, que ya es decir.
Al oír eso, Fenton y Bruno se miraron. La situación era de lo más cómica. Ver a aquella enana azul culona y bajita darle de capones a Risco mientras éste la llamaba fea habría hecho reír a cualquiera, y finalmente no pudieron evitarlo.
Sin embargo, la sonrisa se les cortó cuando Lidia con gesto serio, junto a Penelope, se acercó hasta ellos y en un tono que a Bruno le cortó el aliento declaró:
—Gaúl no ha pasado por aquí. Algo ha ocurrido. Lo sé…, lo presiento.
—Tranquilízate, Lidia, por favor —pidió Penelope al notarla perder su temple, mientras Fenton se ocultaba aún más bajo su capucha.
—¿Cómo me voy a tranquilizar?
Bruno se levantó, se puso a su lado y, cogiéndole las manos, le pidió:
—Mírame. —Como ella no obedecía, él insistió—: Fierecilla, ¡mírame!
Cuando por fin lo hizo, el guerrero la miró a los ojos y se perdió en sus oscuras pupilas.
—Tranquilízate —dijo—. Si no regresa, saldremos en su busca.
Inquieta, pero aún cogida de su mano, Lidia insistió:
—Quedamos en que traería los víveres tras pasar por Villa Silencio y luego nos esperaría en la Gran Cascada. Pero… pero aquí no hay nada. ¿Cómo puede ser? Él partió antes que nosotros y, si mis cálculos no fallan, ya debería haber pasado por aquí.
Bruno era consciente del cariño que la joven le tenía a Gaúl, por lo que se dispuso a tranquilizarla de nuevo, pero ella, soltándose de sus manos, siguió diciendo:
—Ha pasado algo. Lo sé. Lo intuyo. Y juro por lo más sagrado que mataré al desgraciado que se haya atrevido a ponerle una mano encima a Gaúl. ¡Lo juro!
Sin más, Lidia se alejó caminando furibunda mientras los demás la observaban.
Gaúl era la única persona de su pasado que aún seguía con vida, y Lidia no deseaba pensar en continuar su lucha sin él. Lo quería como a un hermano. Adoraba a aquel hombre por encima de muchas cosas, y sólo de pensar en no volver a verlo se le rompía el corazón.
Penelope la observó alejarse. Quiso ir tras ella, pero Bruno la detuvo y la colocó junto al hombre encapuchado.
—De acuerdo, ve tú —dijo la joven al ver que el guerrero iba tras su amiga—. Pero cuidado con las palabras que empleas.
—Tranquila, lo tendré —asintió Bruno dirigiéndose ya hacia el lugar donde una furiosa Lidia se mesaba su oscuro cabello.
Tharisa, que había observado lo ocurrido, al ver cómo su amorcito caminaba hacia aquélla, se enceló y, dando saltitos, se acercó hasta él.
—Quizá sería bueno que no la molestaras —dijo cogiéndolo de la mano—. Ella…
—Tharisa —siseó Bruno con gesto tosco—, ella es la mujer que amo y por la que daría mi vida. El corazón se me rompe si la veo sufrir, ¿es tan difícil de entender?
Esa revelación tan sincera y directa liberó de pronto el corazón de la joven enana. Su color azul se aclaró y, aliviada al oírlo, murmuró:
—Ve entonces, Bruno.
Conmovido por cómo Tharisa se aclaraba, Risco la cogió entonces por los hombros, la miró a los ojos y la besó para sellar de nuevo su corazón. Era su oportunidad de mostrarse como el hombre que era, y nadie iba a quitársela.
Cuando Bruno llegó junto a su amada, la asió por la cintura, la acercó hasta él y la abrazó. Le habló con dulzura al oído para tranquilizarla ante la mirada de todos, y finalmente Lidia, aquella guerrera implacable, lo miró y apoyándose en él se tranquilizó.
Penelope, conmovida por lo que observaba desde el otro lado de la cueva, se sentó junto al hombre encapuchado que hasta el momento había permanecido inmóvil y en silencio y murmuró:
—Ella es su destino y, a pesar del horror que vivimos todos los días, me agrada ver que dos corazones que se necesitan se encuentran finalmente.
Fenton no dijo nada. Aquellas palabras tan bonitas y duras a la vez lo removían por dentro y le dolían. Al ver que no hablaba, Penelope lo miró e, interesándose por él, preguntó: