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Si es mentira, adoro esa mentira.

Al cortar, Inma cierra los ojos y suspira. Paciencia. Te quiero.

Después mira hacia el cielo y se vuelve hacia sus compañeras: Está clareando. Tenemos que aprovechar el día. Seguro que hoy no llueve.

En la fachada de Platerías, en la más antigua puerta de la catedral, aquella cuyo tímpano representa las tentaciones de Cristo, este lugar está ocupado por el ciego Bastían. Ofrece la vieira, la concha de Venus y el más tradicional símbolo de la peregrinación.

¡Vendo vieiras, también vendo historias!, proclama Bastían.

Vieiras, cien pesetas. Cuentos, la voluntad. Se admiten escudos, coronas, marcos, liras y níqueles.

Bastían y Omar son amigos. De hecho, comparten casa con Manuel, el gaitero, con Mouzo, el escultor, y con Don Alvaro, un loro que habla francés. La vieja casa de Bastían, un piso con buhardilla de la Algalia, en la parte antigua, es como una balsa de náufragos. Fueron a parar allí, ayudándose los unos a los otros. Se reparten las habitaciones y en la sala hay una gotera que gotea todo el año, llueva o no, sobre un orinal de porcelana en el que vive un pez de colores llamado Joñas. El suelo de la sala está cubierto de manzanas. Bastían afirma que el aroma de las manzanas es también el del Antiguo Reino de los Sueños.

Mi madre comía muchas manzanas. Lo recuerdo bien, de cuando yo estaba dentro. Le gustaban mucho esas que llaman reinetas.

Omar había ido a buscar al ciego Bastián para protegerlo de la lluvia con una de sus alfombras. Al caminar juntos, es como si la alfombra tuviese alma con sus franjas de colores vivos y ondulantes.

Algún día, amigo Omar, le dice Bastián, alfombraremos todo Santiago.

Esa será demasiada alfombra, Bastián.

No seas incrédulo. Así hacían por la noche de Corpus en muchos lugares campesinos. Una gran alfombra con pétalos de rosas y hortensias que cubrían todas las calles. Y que después llevaba el viento. ¡Tú serás nuestro canciller de alfombreros, Ornar!

¿Es cierto eso que he oído, Bastían? Que el apóstol este que adoráis mató él solo treinta millones y 761.423 musulmanes.

No hagas caso, hombre. Son cosas del mar-keting. Hace siglos había mucha competencia. En realidad, el apóstol era palestino. O sea, antiimperailista. Cuando veas una farmacia, avisa.

Omar sabe que Bastían se guía por sus ocurrencias. Sus pasos siguen la grafía de un cuento.

He oído decir que hay unas aspirinas contra la saudade, le dice Bastían a la farmacéutica.

La mujer de la farmacia lo mira con asombro.

¿Contra la saudade?

Sí, lo he oído en la radio. Todo natural. Y llevan bicarbonato para los pedos saudosos.

La farmacéutica le sigue la broma: Tenemos unas cápsulas muy buenas para el estrés, la ansiedad, el vértigo y el insomnio. Pero para eso que usted dice…

¿Eso? ¿Le llama eso a la saudade? ¿No hay nada para la saudade? Ya ves, amigo Omar. ¡No hay nada para el mal más antiguo del ser humano! Bueno, pues entonces déme unos caramelos de miel para la garganta.

Calle arriba, jadeando, prosigue su discurso contra la saudade.

¡La saudade! Pereza, reuma, bronquitis de un pueblo anfibio. Teixeira [7] propuso convertirla en filosofía del «Estado Novo». ¡Qué tontería más tonta! Antonio Sergio le respondió que también los perros tienen saudade del hueso que no roen. Aunque peor que la saudade es su contraria, la euforia futurista.

¿Y la rabia?

La rabia no está mal. De vez en cuando.

Cuando llegan a la puerta de su humilde morada, los saluda la gaita de Manuel.

¿Escuchas? La Marchado Antigo Reino. ¡Entramos en palacio, Omar!

En su habitación entreabierta, el escultor Mouzo le quita brillo con parsimonia a sus botas talladas en madera de boj. Lleva dos años trabajando. Son, dice, el recuerdo de los zapatos montañeses de su padre, que abrían caminos y senderos con pisar sólo una vez las aulagas y zarzas silvestres.

¡Hola, Joñas!, saluda Bastían al pez. Y luego al loro: ¡Bonsoir, Don Alvaro!

Je suis trés joli, mon ami!, dice el loro.

Eres feo y viejo como yo. ¡Que no te engañe la literatura! Le temps s'en va, Don Alvaro.

Cuando llueve, Santiago es una invención submarina. Como el mar no llega hasta aquí, pero sabe de su existencia, se alza en grandes vejigas nubosas que inundan la ciudad de piedra. Y por boca de los caballos de Platerías mana el agua.

Cuando está sola, Kiss contempla con horror los espejos. Revuelve su equipaje, busca en los lugares más insospechados y encuentra su droga: los bombones de chocolate. Se los come compulsivamente. Después se pesa en la báscula del baño. Luego llora.

Cuando está sola, Inma llama por teléfono y prosigue una disputa que parece eterna.

Nunca me he metido en tu trabajo, no sé por qué dices que te condiciono. ¿Que es mi personalidad la que te condiciona? ¿Qué estás diciendo? ¿Has esperado a que estuviese lejos para decirme que soy fría y calculadora? ¿Que yo acorto tu sentido de la mirada? Claro que soy calculadora. Déjame decirte que soy yo quien paga el alquiler, ventanas y luz incluidas. ¿Sabes lo que te digo? Que te des por aludido. ¡Vete al infierno!

Inma corta bruscamente. Contempla sus pies descalzos: Él dice que le he robado el alma. Eso ha sido siempre una declaración de amor, ¿o no?

Sesión de moda en el Mercado de la Piedra. Kiss se retrata en puestos de verdura y frutas, de quesos del país, de pescado.

Las caballas brillan como onzas de plata. Piezas de bravura amputadas al mar.

¡Cógelas con las manos!, pide Mireia.

Kiss hace un gesto de asco. ¿Con las manos?

¡Cógelas!, ordena Inma.

Mireia dispara y se enciende el flash. De repente, su mirada se distrae. Bastían, el ciego, huele una manzana y paga la mercancía con un poema.

De todos os amores o voso amor escollo: miñas donas giocondas… Le temps s'en va! Le temps s'en va!… [8]

¡Qué zalamero eres, Bastían!, dice la vendedora de fruta, halagada. ¡Puedes llevarte otra!

Y ahora se acerca a la pescantina. Coge con naturalidad la caballa y cierra los ojos al olería.

Do mellor do país,

branca camelia e flor de lis! [9]

Esa copla es repetida, Bastían, dice la vendedora.

Ei ti, raíña de Galicia, a que me matas, emigrante gioconda, vieira peregrina, rosa do mar, tenme da vida, amor, tenme da vida! [10]

Mireia lo observa fascinada. Se desentiende de Kiss y apunta con la cámara.

¡Alto!, dice muy serio Bastían, como si descubriese a Mireia con un radar de los sentidos. ¡Nada de fotos! ¡No dais nada a cambio, ladrones! ¡Sois unos ladrones!

La sesión de fotos transcurre ahora en un tejado de la catedral, sobre una cubierta de losas de piedra. Kiss extiende sus brazos. Justo a su lado, la campana de la Berenguela da las horas.

Conocí un tipo en Dublín, dice Kiss de repente, con una rara nostalgia. Era un cubano que se bajó del barco y ya no se volvió a subir. Muy sonriente, pero parecía que siempre tenía frío. ¡Llevaba gorro de lana y guantes en verano! Le pregunté qué hacía y señaló la torre de la catedral diciéndome: Toco las campanas de san Patricio. ¡Qué bonitas son las ciudades en las que aún se escuchan las campanas!