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– En cuanto a las circunstancias de su nacimiento, aunque ante la ley podría considerársele como hija de nadie, ésta es una postura que para una persona con un poco de sentido común es inadmisible. Ella no tiene por qué pagar las culpas de otros, como ocurre si la situamos en un nivel inferior al de las personas con las que ha sido educada. No cabe duda alguna de que su padre es un caballero… y un caballero de fortuna… La pensión que recibe es muy generosa; nunca se ha escatimado nada para mejorar su educación o rodearse de más comodidades. Para mí, el que sea hija de un caballero es algo indudable. Que se trata con hijas de caballeros supongo que nadie puede negarlo. Por lo tanto su clase social es superior a la del señor Robert Martin.

– Sean quienes sean sus padres -dijo el señor Knightley-, sean quienes sean las personas que se han ocupado de ella hasta ahora, no hay nada que permita suponer que tenían la intención de introducirla en lo que usted llamaría la buena sociedad. Después de haberle dado una educación muy mediana, la confiaron a la señora Goddard para que se las compusiera como pudiese… Es decir, para que viviera en el ambiente de la señora Goddard y se relacionara con las amistades de la señora Goddard. Evidentemente, sus amigos juzgaron que eso le bastaba; y en realidad le bastaba. Ella misma no deseaba nada mejor. Antes de que usted decidiese hacerla su amiga no se sentía desplazada en su ambiente, no ambicionaba nada más. El verano pasado con los Martins se sentía completamente feliz. Entonces no se creía superior a ellos. Y si ahora cree esto es porque usted la ha hecho cambiar. No ha sido usted una buena amiga para Harriet Smith, Emma. Robert Martin nunca hubiera llegado tan lejos si no hubiera estado convencido de que ella no le miraba con indiferencia. Le conozco bien. Es demasiado realista para declararse a una mujer al azar de un afecto que no sabe correspondido. Y en cuanto a que sea vanidoso, es la última persona que conozco de la que pensaría tal cosa. Puede usted estar segura de que ella le alentó.

Para Emma era mejor no contestar directamente a esta afirmación; de modo que prefirió reanudar el hilo de su propio razonamiento.

– Es usted muy buen amigo del señor Martin; pero como ya dije antes es injusto con Harriet. Las aspiraciones de Harriet a casarse bien no son tan desdeñables como usted las presenta. No es una muchacha inteligente, pero tiene mejor juicio de lo que usted supone, y no merece que se hable tan a la ligera de sus dotes intelectuales. Pero dejemos esa cuestión y supongamos que es tal como usted la describe, tan sólo una buena muchacha muy agraciada; permítame decirle que el grado en que posee estas cualidades no es una recomendación de poca importancia para la gran mayoría de la gente, porque la verdad es que es una muchacha muy atractiva, y así deben de considerarla el noventa y nueve por ciento de los que la conocen; y hasta que no se demuestre que los hombres en materia de belleza son mucho más filosóficos de lo que en general se supone; hasta que no se enamoren de los espíritus cultivados en vez de las caras bonitas, una muchacha con los atractivos que tiene Harriet está segura de ser admirada y pretendida, de poder elegir entre muchos como corresponde a su belleza. Además, su buen carácter tampoco es una cualidad tan desdeñable, sobre todo, como ocurre en su caso, con un natural dulce y apacible, una gran modestia y la virtud de acomodarse muy fácilmente a otras personas. O mucho me equivoco o en general los hombres considerarían una belleza y un carácter como éstos como los mayores atractivos que puede poseer una mujer.

– Emma, le doy mi palabra de que sólo el oír cómo abusa usted del ingenio que Dios le ha dado, casi me basta para darle la razón. Es mejor no tener inteligencia que emplearla mal como usted hace.

– ¡Claro! exclamó ella en tono de chanza-. Ya sé que todos ustedes piensan igual acerca de eso. Ya sé que una muchacha como Harriet es exactamente lo que todos los hombres anhelan… la mujer que no sólo cautiva sus sentidos, sino que también satisface su inteligencia. ¡Oh! Harriet puede elegir a su capricho. Para usted mismo, si algún día pensara en casarse, ésta es la mujer ideal. Y a los diecisiete años, cuando apenas empieza a vivir, cuando apenas empieza a darse a conocer, ¿es de extrañar que no acepte la primera propuesta que se le haga? No… Déjela que tenga tiempo para conocer mejor el mundo que la rodea.

– Siempre pensé que esta amistad de ustedes dos no podía dar ningún buen resultado -dijo en seguida el señor Knightley-, aunque me guardé la opinión; pero ahora me doy cuenta de que habrá sido de consecuencias muy funestas para Harriet. Usted hace que se envanezca con esas ideas sobre ' su belleza y sobre todo a lo que podría aspirar, y dentro de poco ninguna persona de las que le rodean le parecerá de suficiente categoría para ella. Cuando se tiene poco seso la vanidad llega a causar toda clase de desgracias. Nada más fácil para una damita como ella que poner demasiado altas sus aspiraciones. Y quizá las propuestas de matrimonio no afluyan tan aprisa a la señorita Harriet Smith, aun siendo una muchacha muy linda. Los hombres de buen juicio, a pesar de lo que usted se empeña en decir, no se interesan por esposas bobas. Los hombres de buena familia se resistirán a unirse a una mujer de orígenes tan oscuros… y los más prudentes temerán las contrariedades y las desdichas en que pueden verse envueltos cuando se descubra el misterio de su nacimiento. Que se case con Robert Martin y tendrá para siempre una vida segura, respetable y dichosa; pero si usted la empuja a desear casarse más ventajosamente, y le enseña a no contentarse si no es con un hombre de gran posición y buena fortuna, quizá sea pensionista de la señora Goddard durante todo el resto de su vida… o por lo menos (porque Harriet Smith es una muchacha que terminará casándose con uno u otro) hasta que se desespere y se dé por satisfecha con pescar al hijo de algún viejo maestro de escuela.

– Señor Knightley, en esta cuestión nuestros puntos de vista son tan radicalmente distintos que no serviría de nada que siguiéramos discutiendo. Sólo conseguiríamos enfadarnos el uno con el otro. Pero en cuanto a que yo haga que se case con Robert Martin, es imposible; ella le ha rechazado, y tan categóricamente que creo que no deja lugar a que él insista más. Ahora tiene que atenerse a las malas consecuencias que pueda tener el haberle rechazado, sean las que sean; y por lo que se refiere a la negativa en sí, no es que yo pretenda decir que no haya podido influir un poco en ella; pero le aseguro que ni yo ni nadie podía hacer gran cosa en ese asunto. El aspecto del señor Martin le perjudica mucho, y sus modales son tan bastos que, si es que alguna vez estuvo dispuesta a prestarle atención, ahora no lo está. Comprendo que antes de que ella hubiera conocido a nadie de más categoría pudiera tolerarle. Era el hermano de sus amigas, y él se desvivía para complacerla; y entre una cosa y otra, como ella no había visto nada mejor (circunstancia que fue el mejor aliado de él), mientras estuvo en Abbey-Mili no podía encontrarle desagradable. Pero ahora la situación ha cambiado. Ahora sabe lo que es un caballero; y sólo un caballero, por su educación y sus modales, cuenta con probabilidades de interesar a Harriet.

– ¡Qué desatinos, en mi vida había oído cosa más descabellada! -exclamó el señor Knightley-. Robert Martin pone sentimiento, sinceridad y buen humor en su trato, todo lo cual lo hace muy atractivo. Y su espíritu es mucho más delicado de lo que Harriet Smith es capaz de comprender. -

Emma no replicó y se esforzó por adoptar un aire de alegre despreocupación, pero lo cierto es que se iba sintiendo cada vez más incómoda, y deseaba con toda su alma que su interlocutor se marchase. No se arrepentía de lo que había hecho; seguía considerándose mejor capacitada para opinar sobre derechos y refinamientos de la mujer que él; pero, a pesar de todo, el respeto que siempre había tenido por las opiniones del señor Knightley le hacía sentirse molesta de que esta vez fueran tan contrarias a las suyas; y tenerle sentado delante de ella, lleno de indignación, le era muy desagradable. Pasaron varios minutos en un embarazoso silencio, que sólo rompió Emma en una ocasión intentando hablar del tiempo, pero él no contestó. Estaba reflexionando. Por fin manifestó sus pensamientos con estas palabras: