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Emma no hubiese podido desear un ataque más directo a la prosa del señor Martin.

– ¡Qué versos tan armoniosos! -continuó Harriet-. ¡Sobre todo los dos últimos! Pero ¿cómo voy a devolverle el papel? ¿Tengo que decirle que he descubierto el acertijo? ¡Oh, Emma! ¿Qué vamos a hacer?

– Déjame a mí. Tú no hagas nada. Apostaría a que vuelve esta tarde y entonces le devolveré el papel y charlaremos de alguna que otra bobada, y así tú no sueltas prenda… Tus dulces ojos deben elegir el momento oportuno para brillar con amor. Confía en mí.

– ¡Oh, Emma, qué lástima que no pueda copiar esta charada tan preciosa en mi álbum! Estoy segura que no tengo ninguna que sea ni la mitad de bonita.

– Quita los dos últimos versos y no veo que haya ninguna razón para que no la copies en tu álbum.

– ¡Oh, pero estos dos versos son…!

– … los mejores de todos. De acuerdo; para disfrutarlos tú sola; y para disfrutarlos tú sola guárdalos. No van a estar peor escritos porque los separes de los demás. El pareado no desaparece ni cambia de sentido. Pero si los separas lo que desaparece es toda alusión personal, y queda una charada muy bonita y galante propia para cualquier colección. Puedes estar segura de que no le gustaría ver que desdeñas su charada, como tampoco que desdeñas su pasión. Un poeta cuando está enamorado necesita que le alienten como poeta y como galán. Dame el álbum, yo misma la copiaré y así tú quedas completamente al margen de esto.

Harriet se sometió, pero le resultaba difícil imaginar separadas las dos partes hasta el punto de tener la plena seguridad de que su amiga no iba a copiar una declaración de amor. Le parecía un obsequio demasiado valioso como para exponerse a que se divulgara.

– Este álbum nunca saldrá de mis manos -dijo.

– Me parece muy bien -replicó Emma-, es un sentimiento muy natural; y cuando más dure en ti más contenta estaré yo. Pero aquí llega mi padre; no tendrás inconveniente en que le lea la charada. ¡Le gustará tanto! Le entusiasman todas esas cosas, y sobre todo lo que representa un cumplido para las mujeres. ¡Es el hombre más delicado y galante que conozco! Tienes que dejarme que se la lea.

Harriet se puso seria.

– Querida Harriet, no tienes que exagerar tanto con esta charada. Delatarás tus sentimientos sin ninguna necesidad, si estás demasiado preocupada o nerviosa y demuestras conceder más importansia a sus versos, o incluso toda la importancia que pueda concedérseles. No te deslumbres por lo que no es más que un pequeño tributo de admiración. Si hubiese tenido tanto interés por mantener el secreto no hubiese dejado así el papel cuando yo estaba delante; y más bien lo empujó hacia mí que hacia ti. No le des demasiada importancia al asunto. Le has dado muestras más que suficientes para que no tenga que desalentarse, y no tenemos por qué pasarnos el día suspirando por esa charada.

– ¡Oh, no! Confío en que no voy a ponerme en ridículo. Haz lo que te parezca mejor.

Entró el señor Woodhouse y no tardaron en hablar del asunto gracias a la pregunta que les hacía constantemente:

– Qué, hijas mías, ¿cómo va el álbum? ¿Tenéis alguna novedad?

– Sí, papá, tenemos algo que enseñarte que no puede ser más nuevo. Esta mañana hemos encontrado sobre la mesa una hoja de papel (suponemos que la habrá dejado un hada) conteniendo una charada preciosa, y nosotras la hemos copiado.

Se la leyó a su padre del modo que a él le gustaba que se lo leyeran todo, despacio y con claridad, y dos o tres veces, con explicaciones sobre cada una de las partes a medida que iba leyendo… y quedó muy complacido, y, según ella ya había previsto, le llamó mucho la atención el cumplido del final.

– ¡Espléndido, lo que se dice espléndido, muy bien expresado! ¡Qué gran verdad! «Una mujer hermosa reina en su corazón.» Querida, es una charada tan preciosa que no me cuesta mucho adivinar qué hada la ha dejado aquí… Nadie más que tú es capaz de escribir una cosa tan bonita, Emma.

Emma se limitó a asentir con la cabeza y sonrió. Después de reflexionar brevemente, dejó escapar un profundo suspiro y añadió:

– ¡Ay, no es difícil saber a quién te pareces! ¡Tu querida madre era tan inteligente para estas cosas! ¡Sólo con que yo pudiera tener tu memoria! Pero ya no me acuerdo de nada; ni siquiera de aquel acertijo que siempre me 'oyes mencionar; sólo me acuerdo de la primera estrofa; y había varias.

Kitty, una moza linda pero fría, una llama encendió que es sufrimiento; al niño de ojos ciegos llamaría, a pesar del temor que ahora siento por lo cruel que me fuera hasta ese día.

No me acuerdo de nada más… pero sé que es muy ingenioso. Pero, querida, creo que me dijiste que este acertijo ya lo tenías.

– Sí, papá, lo tenemos copiado en la segunda página. Lo sacamos de las Citas elegantes. Es de Garrick, ¿sabes? [8]

– Sí, es verdad. Me gustaría poder acordarme de algún trozo más.

Kitty, una moza linda pero fría…

El nombre me hace pensar en la pobre Isabella; al bautizarla estuvimos a punto de ponerle Catherine, igual que su abuela. Supongo que vendrá a vernos la semana próxima. Querida, ¿ya has pensado dónde vas a ponerla… y qué habitación reservarás para los niños?

– ¡Oh, sí! Dormirá en su cuarto, por supuesto; su cuarto de siempre; y los niños también tienen el suyo… el de cada vez que vienen, ya lo sabes. ¿Por qué vamos a cambiar nada?

– No sé, querida… ¡pero es que hace tanto tiempo que no han venido! La última vez fue por Pascua, y sólo por muy pocos días… El que el señor John Knightley sea abogado es un gran inconveniente… ¡Pobre Isabella! ¡Qué triste es que tenga que estar separada de todos nosotros! ¡Y qué pena tendrá cuando venga y no encuentre aquí a la señorita Taylor!

– Papá, pero no va a ser ninguna sorpresa para ella.

No lo sé, querida. Lo que sí sé es que yo me quedé muy sorprendido la primera vez que oí decir que iba a casarse.

– Tenemos que invitar a cenar con nosotros a los señores Weston cuando Isabella esté aquí.

– Sí, querida. Con tal de que haya tiempo… Pero -en un tono muy deprimido- sólo viene por una semana. No habrá tiempo para nada.

– Es una lástima que no puedan quedarse más tiempo… pero parece ser que es un caso de fuerza mayor. El señor John Knightley debe estar de regreso en la ciudad para el día 28, y yo creo, papá, que deberíamos estarles agradecidos de que nos dediquen todo el tiempo que van a pasar fuera de Londres y que no nos priven de su compañía durante dos o tres días para estar en la Abadía. El señor Knightley promete que por esta Navidad renuncia a sus derechos… a pesar de que ya sabes que hace más tiempo que no han estado en su casa que en la nuestra.

– Querida, la verdad es que me resultaría muy duro ver que la pobre Isabella va a algún otro lugar que no sea Hartfield.

El señor Woodhouse nunca estaba dispuesto a conceder que el señor Knightley tuviese derechos con su hermano, y muchísimo menos que hubiera alguien, excepto él mismo, que los tuviese sobre Isabella. Se quedó pensativo durante unos momentos y luego dijo:

– Pero lo que no comprendo es por qué la pobre Isabella tiene que estar obligada a regresar tan pronto, aunque él se vaya. Me parece, Emma, que intentaré convencerla para que se quede más tiempo con nosotros. No sé por qué ella y los niños no pueden quedarse.

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[8] David Garrick (1717-1779), el más famoso de los actores ingleses del siglo xvirr, escribió una serie de adaptaciones de las obras de Shakespeare, y numerosas obras originales de gran popularidad.