– ¡Vaya, señora Martin! -pensó Emma-. Usted sabe lo que se hace.
– Y cuando yo ya me hube ido, la señora Martin fue tan amable que envió a la señora Goddard un magnífico ganso; el ganso más hermoso que la señora Goddard había visto en toda su vida. La señora Goddard lo guisó un domingo e invitó a sus tres profesoras, la señorita Nash, la señorita Prince y la señorita Richardson a cenar con ella.
– Supongo que el señor Martin no será un hombre que tenga una cultura muy superior a la que es normal entre los de su clase. ¿Le gusta leer?
– ¡Oh, sí! Es decir, no; bueno no lo sé… pero creo que ha leído mucho… aunque seguramente son cosas que nosotros no leemos. Lee las Noticias agrícolas y algún libro que tiene en una estantería junto a la ventana; pero de todo eso no habla nunca. Aunque a veces, por la tarde, antes de jugar a cartas, lee en voz alta algo de El compendio de la elegancia, un libro muy divertido. Y sé que ha leído El Vicario de Wakefield. Nunca ha leído La novela del bosque ni Los hijos de la abadía. Nunca había oído hablar de estos libros antes de que yo se los mencionase, pero ahora está decidido a conseguirlos lo antes posible.
La siguiente pregunta fue:
– ¿Qué aspecto tiene el señor Martin?
– ¡Oh! No es un hombre guapo, no, ni muchísimo menos. Al principio me pareció muy corriente, pero ahora ya no me parece tan corriente. Al cabo de un tiempo de conocerle ya no lo parece, ¿sabes? Pero ¿no le has visto nunca? Viene a Highbury bastante a menudo, y por lo menos una vez por semana es seguro que pasa por aquí a caballo camino de Kingston. Has tenido que cruzarte con él muchas veces.
– Es posible, y quizá le haya visto cincuenta veces, pero sin tener la menor idea de quién era. Un joven granjero, tanto si va a caballo como a pie es la última persona que despertaría mi curiosidad. Esos hacendados son precisamente una dase de gente con la que siento que no tengo nada que ver. Personas que estén por debajo de su clase social, con tal de que su aspecto inspire confianza, pueden interesarme; puedo esperar ser útil a sus familias de un modo u otro. Pero un granjero no necesita nada de mí, por lo tanto en cierto sentido está tan por encima de mi atención como en todos los demás está por debajo.
– Sin duda alguna. ¡Oh! Sí, no es probable que te hayas fijado en él… pero él sí que te conoce muy bien… quiero decir de vista.
– No dudo de que sea un joven muy digno. La verdad es que sé que lo es, y como a tal le deseo mucha suerte. ¿Qué edad crees que puede tener?
– El día ocho del pasado junio cumplió veinticuatro años, y mi cumpleaños es el día veintitrés… ¡exactamente dos semanas y un día de diferencia! Qué casual, ¿verdad?
– Sólo veinticuatro años. Es demasiado joven para casarse. Su madre tiene toda la razón al no tener prisa. Ahora parece ser que viven muy bien, y si ella se preocupara por casarle probablemente se arrepentiría. Dentro de seis años si conoce a una buena muchacha de su misma clase con un poco de dinero, la cosa podría ser muy conveniente.
– ¡Dentro de seis años! Pero, querida Emma, ¡él entonces ya tendrá treinta años!
– Bueno, ésa es la edad a la que la mayoría de los hombres que no han nacido ricos tienen que esperar para casarse. Supongo que el señor Martin aún tiene que labrarse un porvenir; y antes de eso no puede hacerse nada. Por mucho dinero que heredase al morir su padre, por importante que sea su parte en la propiedad de la familia me atrevería a decir que todo no está disponible, que está empleado en el rebaño; y aunque con laboriosidad y buena suerte dentro de un tiempo puede hacerse rico, es casi imposible que ahora lo sea.
– Desde luego tienes razón. Pero viven muy bien. No tienen ningún criado en la casa, pero no les falta nada, y la señora Martin habla de contratar a un mozo para el año próximo.
– Harriet, no quisiera que te encontraras con dificultades cuando él se case; me refiero a tus relaciones con su esposa, pues aunque sus hermanas hayan recibido una educación superior y no pueda objetárseles nada, eso no quiere decir que él no pueda casarse con alguien que no sea digno de alternar contigo. La desgracia de tu nacimiento debería hacerte aún más cuidadosa con la gente que tratas. No cabe ninguna duda de que eres la hija de un caballero y debes mantenerte en esta categoría por todos los medios a tu alcance, o de lo contrario serán muchos los que se complacerán en rebajarte.
– Sí, sí, tienes razón, supongo que hay gente así. Pero mientras YO frecuente Hartfield y tú seas tan amable conmigo no tengo miedo de lo que otros puedan hacer.
– Harriet, comprendes muy bien lo que influyen las amistades; Pero yo quisiera verte tan sólidamente establecida en la sociedad que fueras independiente in luso de Hartfield y de la señorita Woodhouse. Quiero verte bien relacionada y ello de un modo permanente… y para eso sería aconsejable que tuvieses tan pocas amistades inferiores como fuera posible; y por lo tanto lo que te digo es que si aún sigues en la comarca cuando el señor Martin se case, sería preferible que tu intimidad con sus hermanas no te obligara a relacionarte con su esposa, que probablemente será la hija de un simple granjero, sin ninguna educación.
– Desde luego. Sí. Pero no creo que el señor Martin se case con alguien que no tenga un poco de educación y que no sea de buena familia. Sin embargo, no quiero decir con eso que te contradiga, yo estoy segura de que no sentiré ningún deseo de conocer a su esposa. Siempre tendré mucho afecto a sus hermanas, sobre todo a Elizabeth, y sentiría mucho dejar de tratarlas, porque han recibido tan buena educación como yo. Pero si él se casa con una mujer vulgar y muy ignorante claro está que haría mejor en no visitarla, si puedo evitarlo.
Emma estuvo analizándola a través de las fluctuaciones de este razonamiento y no vio en ella síntomas alarmantes de amor. El joven había sido su primer admirador, pero ella confiaba que las cosas no habían pasado de ahí, y que no habrían dificultades muy grandes por parte de Harriet como para oponerse al partido que ella pensaba proponerle.
Al día siguiente se encontraron con el señor Martin mientras paseaban por Donwell Road. Él iba a pie, y tras mirar respetuosamente a Emma, miró a su compañera con una satisfacción no disimulada. Emma no lamentó disponer de esta oportunidad para estudiar sus reacciones; y se adelantó unas cuantas yardas, mientras ellos hablaban y su aguda mirada no tardó en formarse una idea suficiente acerca del señor Robert Martin. Su aspecto era muy pulcro y parecía un joven juicioso, pero su persona carecía de otros encantos; y cuando lo comparó mentalmente con otros caballeros, pensó que era forzoso que perdiese todo el terreno que había ganado en el corazón de Harriet. Harriet no era insensible a las maneras distinguidas, y le había llamado la atención la cortesía del padre de Emma, de la que hablaba con admiración, mara villada. Y parecía que el señor Martin no supiera ni lo que eran las buenas maneras.